martes, 2 de diciembre de 2008

Correo de medianoche

Por Oscar Sotillos


¿Al modo de...?


Había logrado coger el último ferry por los pelos. De haberlo perdido le habría tocado dormir en el muelle hasta que zarpara el primer barco de la mañana. El último ferry estaba vacío. Casi nadie pasaba el día en Staten Island hasta aquellas horas. De pequeño, cuando visitaba la isla con sus padres volvían al atardecer, cuando el sol caía sobre Manhattan hiriendo con su luz el brillo de los rascacielos. No había vuelto desde entonces. Staten Island era el lugar en el que sus padres se habrían querido jubilar de haber tenido el dinero suficiente. Ellos soñaban con una casa con jardín cuyo césped cortar las mañanas deverano. Volver en el ferry era regresar de unos domingos que le provocaban bostezos. Quince años después, cuando cogió ese mismo ferry tras el primer beso de Emma, le pareció que navegara en góndola por los canales de Venecia. Emma había sido su primer amor, aunque más tarde pensó que había sido su primera novia, y todavía más tarde su primer desengaño.
Hacía frío en cubierta, pero le gustaba observar la ciudad mientras venía a su encuentro desde el mar. Manhattan también era una isla, pensaba, pero en su selva las calles no parecían tener fin, y con ellas, su vida. Emma y Staten Island representaban el sueño de sus padres, líneas previsibles de césped que cortar de verano en verano. Cuando el ferry maniobró para encarar el puerto le pareció oír un ruido a sus espaldas. Se giró y descubrió a alguien aupado sobre la baranda.

-¡Quieto! ¡No lo haga! –alcanzó a decir.

El hombre levantó un brazo indicándole que no se acercara y le respondió sin mirarle.

-Chico, cuando me tire no des la voz de alarma. No podrían salvarme detodos modos.

-Eso está por ver. Cálmese, baje de ahí y hablemos.

-No, es demasiado tarde, pero si me quieres ayudar tal vez aún puedas hacer algo por mí. Había escrito una carta, pero después decidí que se hundiría conmigo. Ven, acércate. –el hombre sacó un sobre del bolsillo y lo extendió hacia el chico- Sólo te pido que no la envíes, entrégala en persona.

-No hay problema, pero ¿qué tal si baja de ahí y me lo explica?

-Gracias, chico, de verdad, muchas gracias –y un instante después el hombre saltó al vacío de las aguas.

5 comentarios:

José García Obrero dijo...

Óscar, yo me atrevo a decir: Alessandro Baricco, es más, el Baricco de Novecento. Y si esta vez no acierto enmudeceré.

Un abrazo.

Raquel Casas dijo...

Pistas...?

Unknown dijo...

Creo que Óscar tiene alguna dificultad para acceder a internet. Así que, como me chivó la solución cuando me mandó el texto, me atrevo a daros alguna pistilla con confianza de que el autor no se me mosquee. El autor vivió en una ciudad de cristal y buceó en el origen de los nombres. Y no es Baricco, sorry, José.

José García Obrero dijo...

Chupao Carles: Paul Auster. Esto me devuelve un miaja de autoestima.

Un abrazo.

Carso dijo...

gracias raquel, josé y, como siempre, a carlos.
sí, se trata de auster, aunque el Baricco de Novecento no iba desencaminado, josé, de repente me han venido las notas del piano tocado en alta mar. que pieza más dulce.
pues sí, tengo problemas para conectarme, así que no he podido particpar activamente en las impostaciones ni normalmente dejando comentarios. voy leyendo los textos en retrospectiva. es lo que tiene vivir en un ambiente rural. pero inspira, no se crean.
en fin, hasta la próxima.
óscar