domingo, 29 de julio de 2007

SINTONÍA EN NEGRO



Por Rufino Pérez
Se consideraba una persona que sabía controlar sus impulsos. Sí, realmente se podía decir que era una persona fría, pero se equivocaban los que pensaban que ser una persona fría equivale a no tener sentimientos. No, eso era distinto. Sentimientos tenía. Y miedo también.
Miedo sí. Él, la persona fría y calculadora, que no se inmutaba por los acontecimientos más dolorosos, la persona de la que la gente - bueno, los que le querían mal, supongo- decía que no tenía sentimientos; él, tenía miedo.

Cuando era pequeño y llegaba la noche, no podía quedarse solo ni un segundo. Si se encontraba fuera de casa y tenía que regresar solo después de despedirse de los amigos, procuraba frecuentar las calles más concurridas. Y tenía suerte siempre porque vivía en el centro de la ciudad y nunca se quedaban las calles vacías. Dormía con la luz encendida y agradeció haber nacido en una familia numerosa porque siempre le había tocado dormir con algún hermano en la habitación.

Siempre se las arreglaba para no caer en la situación de tener que ir solo a los sitios. Además de frío o calculador era también muy “sociable”, siempre tenía una sonrisa en la boca para pedir a alguien que le acompañara.

Se independizó, es decir, salió de casa de sus padres, el día en que su hermano le sugirió que podían compartir un piso. Cuando su hermano encontró una compañía mejor, él volvió con sus padres.

Y así transcurría su vida, su vida escondida, la verdadera vida que nadie más que él conocía. Porque nadie más sabía de sus miedos. Nadie.

Si alguien lo hubiera sabido…

Esa tarde, salió con un grupo de amigos a pasar una tarde de campo, supuestamente a un idílico lugar en el que había un lago y alrededor un paraje precioso de árboles y hierba, hojarasca y matorral, sendero de tierra blanda y húmeda. La realidad devolvió la imagen de un sitio más o menos agradable pero nada idílico. En fin, tampoco hay que ser exigente. Hubo buen ambiente, buena comida, muchas risas, baño en el lago –que sí que existía- y mucha gente, con lo cual se perdía un poco lo idílico y se ganaba en compañía.

Pasó el tiempo, y al caer la noche, la gente había desaparecido y sólo su grupo de amigos quedaban como testigos de lo que había sido una bulliciosa merienda. Caminaban ya hacia los coches para marcharse. No iban agrupados sino dispersos, pero cerca unos de otros. En un momento, un leve dolor que se agudizaba con rapidez, le hizo quedarse descolgado del grupo, pero él sabía que no era el último, sabía que había alguien detrás. El dolor le producía mareos, estaba siendo cada vez más fuerte. Sin darse cuenta, se había detenido lo suficiente como para que los demás le adelantasen. Quiso vencer el dolor y gritar a los otros que lo esperasen, pero no pudo, la voz no le salía. Bueno, me esperarán porque verán que falta uno. Aún así, el dolor no le dejaba hablar, estaba encogido sobre sí mismo y notaba náuseas. Oyó los motores arrancar y sin creérselo, en medio de los vómitos que le habían sobrevenido, oyó que se alejaban. ¿Cómo es posible que no me echen en falta? Será una broma, pensó.

Pero los coches se alejaron y él se quedó solo. La tarde había cambiado su túnica y se había transformado en señora de una tiniebla mortecina que en poco más de un suspiro se hizo negra satén.

No puede ser. Volverán. Pero el silencio le respondía que no, que cada uno pensó que estaba en el coche del otro y se fueron sin echarle en falta. Y tenían cuatro horas de camino sin contar con las retenciones de la entrada a la ciudad.

Estaba solo. Las náuseas ahora eran un sudor frío que le recorría todo el cuerpo. Una sensación de falta de aire que le obligaba a abrir desmesuradamente la boca. La cabeza era como una losa pesada que no podía pensar en nada salvo en que estaba solo. El silencio del anochecer en aquel páramo ahora desierto era casi absoluto. ¿Dónde están los pájaros? ¿Dónde está el viento? Nada, la nada, el vacío.

De pronto, algo parecido a un susurro, quizás un jadeo, tal vez sólo el producto de su imaginación, pero desde el lago llegaba el único atisbo de sonido que era capaz de percibir. Y de nuevo el silencio. Y ahora, la dama de negro reina ya de todo el páramo. Y el dolor y la angustia atenazando hasta el más recóndito suspiro. Ya no podía respirar. Comenzó a toser. Quiso avanzar y sin saber cómo cayó hacia adelante y rodó entre el matorral, hacia el lago. Cuando de nuevo se vio en el suelo, quieto, atenazado aún más por el miedo, volvió a oírlo. Ya no era un jadeo, era una voz, una voz ahogada, como de ultratumba, pero era una voz. El dolor, el mareo, la asfixia, el miedo y la voz indescifrable, hacían que su corazón estallase en su pecho, que su cabeza comenzara a dibujar para él la despedida fatal de quien siente que la vida le abandona.

Instintivamente, su piel le hizo llegar la percepción del roce de una mano. Era la mano de la Muerte que venía suavemente a llevarle con ella. Pero, la mano tembló. Un temblor, no de duda, sino de angustia. ¿La muerte angustiada? Ahora la mano, se aferraba angustiosa, tiraba de él. La Muerte tenía prisa por llevarle.

En sus desvaríos, volvió por un segundo a ser frío y calculador. Y supo que no estaba solo. Y el convencimiento de que así era, elevó a la categoría de héroe a quien estaba a punto de morir de miedo.

Al menos eso fue lo que el médico les había explicado a ambos cuando estuvieron en la sala del hospital. A su lado, él tenía a una precios chica, a la que había salvado en un último segundo de lucidez, cuando estaba a punto de volverse a hundir en las frías aguas del lago a las que había ido, sola, a nadar, como cada tarde, pero que esta vez le habían producido un gran dolor, que le hizo marearse y hundirse. Salió como pudo y jadeando, se quedó en la orilla cuando ya caía la noche. Por instinto de supervivencia, buscaba con su mano donde agarrarse para salir fuera del agua. Y cuando ya no podía más, notó que alguien la levantaba y le hacía salir suavemente.

Ahora ambos están salvados. Sin miedo. Con el único terror de volver a sentir ese dolor intenso en el estómago y no estar cerca el uno del otro, como esta vez.

3 comentarios:

Carla dijo...

Hi ha un gran nombre de gent "freda y calculadora" que allò que realment són és gent amb tant sentiment, amb tanta emoció, que els desborda, que els fa, fins i tot, perillar físicament. La ment estableix una capa de "no sentiment" com a sistema de defensa, però són la gent més sensible. Felicitats per plasmar brillantment això!!
Un conte preciós. Gràcies!!

Anónimo dijo...

El miedo mas atroz lo alimenta la dependencia,el pánico al abandono a sentirse parte de la nada,que paradójicamente es el todo....realmente un relato terrorifico,pero con esa lucecita,con ese genial e incombustible toque de esperanza tan tuyo.
Feliz verano!!!!

R.P.M. dijo...

Gracias a todas/os. Espero y deseo una segunda andadura de este blog que poco a poco está llenando esas inquietudes de escribir y comunicarse. En esa segunda parte, hay que contar ya con Paula como firma fija. Hasta pronto.