Por Iván Sánchez Moreno
El arte es una inversión de futuro. Eso bien lo sabe el Partido Comunista francés, ahora que ha llegado al presente temiéndose la máxima nihilista de los Sex Pistols: No future! Tras la ruina del muro de Berlín, el ideario marxista quedó definitivamente periclitado desde el momento en que los cascorros de ese muro de la vergüenza y las lamentaciones se comenzaron a comercializar en la red internáutica. Todos imaginamos alguna vez que aquél entrañable Papá Noël rojo que anunciaba originariamente la Coca-Cola se parecía sospechosamente al abuelito Karl.
Hoy, cuando los escasos países comunistas del planeta resisten con el mismo aplomo que el pueblecito galo de Astérix contra el imperialismo romano –o yanqui, qué más da–, los ex-militantes se han convertido en la actualidad en un partido mas numeroso que el componen todos los neocons juntos y filonazis declarados del mundo. Sólo en Francia, la debacle ha sido de órdago: del 26 % de la población que votó al PC en 1945 se descendió a un justito 10 % cuarenta años más tarde, y la cosa aún mengua más con el paso del tiempo hasta el punto de estar en un tris de quedarse sin representación parlamentaria. El PC francés sobrevive apenas con leves coletazos de asfixia, requetezurcido por el parásito socialista y el bulldozer Sarkozy.
Minado por las deudas y la migración incesante de afiliados descreídos, el PC lleva años desprendiéndose de su colección de arte para ver si así, en un último intento desesperado, sale de la crisis que padece ya sin solución. Muchas de las obras que artistas reconsagrados de entreguerras cedieron al partido por una causa entonces noble –combatir el fascismo, sobre todo, pero también el hambre, el analfabetismo y el paro en zonas rurales y subdesarrolladas– se subastan a precios de risa o se venden a instituciones públicas por menos de lo que costarían en una galería de arte.
La Gioconda con bigote de Duchamp –que el propio artista firmó con las siglas L.H.O.O.Q.– acabó colgado en una pared del Centro Pompidou junto a otras piezas que antaño también formaron parte de la colección del Partido Comunista. La misma suerte se está gestando para un vitral y un tapiz de Léger y una ristra miserable de cartas de Picasso que valen poco más de su peso en papel. Del resto del catálogo picasiano que, en teoría, el artista había donado al partido, no queda más que el recuerdo, dado el saqueo “de estranquis” que ha sufrido el fondo artístico a lo largo de los años.
Los bienes inmuebles propiedad del partido ya no son hoy ni siquiera pasto de inquilinos melancólicos de otras épocas de flores y revolución, cuando apenas se conservan las placas que honran a sus ilustres realquilados del pasado –Lenin, por ejemplo, en la rue Marie Rose–. Agobiado por la presión especulativa de las inmobiliarias parisinas, el PC no puede hacerse cargo del gasto que supone el mantenimiento de esos pisos que sirvieron décadas ha para alojar a ideólogos, refugiados políticos, espías afines al partido y demás invitados de postín.
El colmo de la perversión la ha alcanzado la cúpula del partido con el conocido uso que se le da ahora a la antigua sede del PC, un edificio histórico del brasileño Óscar Niemeyer. Puesto que por convenio de monumentalidad quedó exenta de reformas arquitectónicas que lo modernicen y considerando que los costes de manutención ascienden a 50 millones de euros, su compra sólo puede interesar a entidades bancarias. Por eso, la única salida viable –antes de hipotecarlo– ha sido alquilarla regularmente a marcas de moda para que organicen desfiles y saraos para ricos aburridos de la vida que acabaron trastocando comunismo y consumismo.
La decadencia del arte no se ve nunca en la obra, sino en la pared que lo exhibe.
El arte es una inversión de futuro. Eso bien lo sabe el Partido Comunista francés, ahora que ha llegado al presente temiéndose la máxima nihilista de los Sex Pistols: No future! Tras la ruina del muro de Berlín, el ideario marxista quedó definitivamente periclitado desde el momento en que los cascorros de ese muro de la vergüenza y las lamentaciones se comenzaron a comercializar en la red internáutica. Todos imaginamos alguna vez que aquél entrañable Papá Noël rojo que anunciaba originariamente la Coca-Cola se parecía sospechosamente al abuelito Karl.
Hoy, cuando los escasos países comunistas del planeta resisten con el mismo aplomo que el pueblecito galo de Astérix contra el imperialismo romano –o yanqui, qué más da–, los ex-militantes se han convertido en la actualidad en un partido mas numeroso que el componen todos los neocons juntos y filonazis declarados del mundo. Sólo en Francia, la debacle ha sido de órdago: del 26 % de la población que votó al PC en 1945 se descendió a un justito 10 % cuarenta años más tarde, y la cosa aún mengua más con el paso del tiempo hasta el punto de estar en un tris de quedarse sin representación parlamentaria. El PC francés sobrevive apenas con leves coletazos de asfixia, requetezurcido por el parásito socialista y el bulldozer Sarkozy.
Minado por las deudas y la migración incesante de afiliados descreídos, el PC lleva años desprendiéndose de su colección de arte para ver si así, en un último intento desesperado, sale de la crisis que padece ya sin solución. Muchas de las obras que artistas reconsagrados de entreguerras cedieron al partido por una causa entonces noble –combatir el fascismo, sobre todo, pero también el hambre, el analfabetismo y el paro en zonas rurales y subdesarrolladas– se subastan a precios de risa o se venden a instituciones públicas por menos de lo que costarían en una galería de arte.
La Gioconda con bigote de Duchamp –que el propio artista firmó con las siglas L.H.O.O.Q.– acabó colgado en una pared del Centro Pompidou junto a otras piezas que antaño también formaron parte de la colección del Partido Comunista. La misma suerte se está gestando para un vitral y un tapiz de Léger y una ristra miserable de cartas de Picasso que valen poco más de su peso en papel. Del resto del catálogo picasiano que, en teoría, el artista había donado al partido, no queda más que el recuerdo, dado el saqueo “de estranquis” que ha sufrido el fondo artístico a lo largo de los años.
Los bienes inmuebles propiedad del partido ya no son hoy ni siquiera pasto de inquilinos melancólicos de otras épocas de flores y revolución, cuando apenas se conservan las placas que honran a sus ilustres realquilados del pasado –Lenin, por ejemplo, en la rue Marie Rose–. Agobiado por la presión especulativa de las inmobiliarias parisinas, el PC no puede hacerse cargo del gasto que supone el mantenimiento de esos pisos que sirvieron décadas ha para alojar a ideólogos, refugiados políticos, espías afines al partido y demás invitados de postín.
El colmo de la perversión la ha alcanzado la cúpula del partido con el conocido uso que se le da ahora a la antigua sede del PC, un edificio histórico del brasileño Óscar Niemeyer. Puesto que por convenio de monumentalidad quedó exenta de reformas arquitectónicas que lo modernicen y considerando que los costes de manutención ascienden a 50 millones de euros, su compra sólo puede interesar a entidades bancarias. Por eso, la única salida viable –antes de hipotecarlo– ha sido alquilarla regularmente a marcas de moda para que organicen desfiles y saraos para ricos aburridos de la vida que acabaron trastocando comunismo y consumismo.
La decadencia del arte no se ve nunca en la obra, sino en la pared que lo exhibe.
2 comentarios:
Hola querido viernes e incluso estimado.Me encanta reencontrarme con tus sencillitas críticas je,je....es genial escuchar,entre tanta densidad bien informada,impagables imágenes como"hoy ni siquiera pasto de inquilinos melancólicos de otras épocas de flores y revolución".
Matizaria, con optimismo menopausico,tu conclusión final...hay paredes en los muros de los "adentros" que no caen,se sujetan con miradas y se defienden con palabras. Alli nos peleamos,cuando usted quiera caballero je,je.
un abrazo.
Cuando una casa se está cayendo, los cuadros pesan en sus paredes y es mejor desprenderse de ellos. ¿Entonces? De todas formas, lo que se vende, creo que ya no es el mismo cuadro. El original se quedó y murió con aquella revolución, por la que fue pintado y donado al partido. Ahora lo que se vende es el esqueleto del muerto. Digo yo.
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