Nota: en estos días de transportes inciertos en Barcelona, no tengo tiempo para más que dejaros este texto que colgué hace tiempo en Verba y que sirvió en su momento para la presentación de la entrega de unos premios literarios. Sirva también de homenaje a cierto escritor muy premiado a quien robé algunas de las frases.
Por Carlos Rull
Dijo George Bernard Shaw, que igual que los espejos sirven para vernos la cara, el arte y la literatura sirven para vernos el alma. Efectivamente, un buen libro, como toda buena obra de arte, es como el pan y el agua del espíritu y de la mente. Un buen libro nos permite autoconstruirnos, autoconocernos. En las páginas que han escrito los grandes y los pequeños autores, los famosos y los anónimos, se esconde un enorme e imprescindible legado, una herencia infinita basada en el amor. El amor a la palabra.
Escrita, leída, cantada, recitada, hablada, pensada, imaginada, la palabra es aquello que nos hace ser lo que somos. Sólo gracias a la palabra podemos pensar, podemos escribir, podemos hablar, podemos imaginar, comprender, compartir, ser. “La palabra es la casa del ser, en ella habita el hombre”, dijo el filósofo Martin Heidegger. Así es. La palabra, el lenguaje, nos hace como somos. Gracias a ella conocemos nuestra cultura, nuestras tradiciones, nuestro pasado, la historia de los hombres y mujeres que nos legaron un mundo que podemos convertir en maravilloso, o en terrible. La palabra nos hace humanos. Hay que amarla, es necesario quererla, saborearla, acariciarla, sentirla, manosearla, hacerla nuestra. Porque cada palabra es una historia viva, cada pequeña sucesión de fonemas y sonidos de este complejísimo y maravilloso sistema que es la lengua contiene en su interior todo nuestro pasado y todo nuestro futuro. Hay que amar la palabra. Y para amarla hay que cultivarla, emplearla, dejarla que exprese nuestras emociones, nuestras vivencias, nuestros sentimientos, nuestros conocimientos. Porque, diga lo que diga el dicho redicho, una palabra vale más que mil imágenes.
De ahí la importancia de leer, escribir, decir. El deseo de expresarse es innato en el ser humano, pues hasta los llantos de un bebé no son más que deseo de comunicación. La palabra, y por lo tanto la lectura, son condiciones indispensables para nuestro desarrollo personal e intelectual, para el alimento de nuestra inteligencia. La palabra nos permite conocer las cosas, abarcar la realidad y, así, comprenderla. Huir de la palabra, de la lectura, de la escritura, es huir del argumento, de la razón, de la pasión, del análisis, de la capacidad de crítica, del diálogo. Huir de la palabra es huir de la libertad.
Vivimos en una sociedad globalizada, mundializada, conectada en redes infinitas y inagotables de datos; en una sociedad culturalmente visual, dominada por la imagen y la velocidad. Pero quien piense que con todo eso puede prescindir de la lectura y de la palabra es, en palabras de José Antonio Marina, un “idiota tecnológico”. Porque incluso dentro de este océano informático y tecnológico sólo podrán navegar y llegar aquellos que sepan aprender y comprender aquellos que conserven la capacidad de sentir curiosidad y de investigar, aquellos que amen la palabra inteligible y reveladora, la palabra sencilla, sincera y honesta, la palabra del diálogo, de la razón y de la libertad. Porque la palabra y el arte son el signo supremo de nuestra condición humana.
No dejemos nunca, en fin, de leer, de escribir, de imaginar, de pensar, de dialogar, de conversar, porque donde hay palabra no habrá lugar para la brutalidad, donde haya diálogo no quedará sitio para el odio, donde haya libros no habrá rincón para la ignorancia.
Fuente: http://verba.es.kz
Dijo George Bernard Shaw, que igual que los espejos sirven para vernos la cara, el arte y la literatura sirven para vernos el alma. Efectivamente, un buen libro, como toda buena obra de arte, es como el pan y el agua del espíritu y de la mente. Un buen libro nos permite autoconstruirnos, autoconocernos. En las páginas que han escrito los grandes y los pequeños autores, los famosos y los anónimos, se esconde un enorme e imprescindible legado, una herencia infinita basada en el amor. El amor a la palabra.
Escrita, leída, cantada, recitada, hablada, pensada, imaginada, la palabra es aquello que nos hace ser lo que somos. Sólo gracias a la palabra podemos pensar, podemos escribir, podemos hablar, podemos imaginar, comprender, compartir, ser. “La palabra es la casa del ser, en ella habita el hombre”, dijo el filósofo Martin Heidegger. Así es. La palabra, el lenguaje, nos hace como somos. Gracias a ella conocemos nuestra cultura, nuestras tradiciones, nuestro pasado, la historia de los hombres y mujeres que nos legaron un mundo que podemos convertir en maravilloso, o en terrible. La palabra nos hace humanos. Hay que amarla, es necesario quererla, saborearla, acariciarla, sentirla, manosearla, hacerla nuestra. Porque cada palabra es una historia viva, cada pequeña sucesión de fonemas y sonidos de este complejísimo y maravilloso sistema que es la lengua contiene en su interior todo nuestro pasado y todo nuestro futuro. Hay que amar la palabra. Y para amarla hay que cultivarla, emplearla, dejarla que exprese nuestras emociones, nuestras vivencias, nuestros sentimientos, nuestros conocimientos. Porque, diga lo que diga el dicho redicho, una palabra vale más que mil imágenes.
De ahí la importancia de leer, escribir, decir. El deseo de expresarse es innato en el ser humano, pues hasta los llantos de un bebé no son más que deseo de comunicación. La palabra, y por lo tanto la lectura, son condiciones indispensables para nuestro desarrollo personal e intelectual, para el alimento de nuestra inteligencia. La palabra nos permite conocer las cosas, abarcar la realidad y, así, comprenderla. Huir de la palabra, de la lectura, de la escritura, es huir del argumento, de la razón, de la pasión, del análisis, de la capacidad de crítica, del diálogo. Huir de la palabra es huir de la libertad.
Vivimos en una sociedad globalizada, mundializada, conectada en redes infinitas y inagotables de datos; en una sociedad culturalmente visual, dominada por la imagen y la velocidad. Pero quien piense que con todo eso puede prescindir de la lectura y de la palabra es, en palabras de José Antonio Marina, un “idiota tecnológico”. Porque incluso dentro de este océano informático y tecnológico sólo podrán navegar y llegar aquellos que sepan aprender y comprender aquellos que conserven la capacidad de sentir curiosidad y de investigar, aquellos que amen la palabra inteligible y reveladora, la palabra sencilla, sincera y honesta, la palabra del diálogo, de la razón y de la libertad. Porque la palabra y el arte son el signo supremo de nuestra condición humana.
No dejemos nunca, en fin, de leer, de escribir, de imaginar, de pensar, de dialogar, de conversar, porque donde hay palabra no habrá lugar para la brutalidad, donde haya diálogo no quedará sitio para el odio, donde haya libros no habrá rincón para la ignorancia.
Fuente: http://verba.es.kz
2 comentarios:
Gracias por el bocata comp@s...sabe a cuento de Blancanieves,contado a siete voces
PD)La metáfora del beso,querido principe,podemos mejorarla,con permiso de Laura je,je.
Un idem
Yo sabía que algo se me había perdido en estos días de ordenata corrupto de virus. Querido amigo, sabes que te admiro por muchas cosas y que precisamente esa fe en la palabra nos une en todo el sentido de este magnífico texto que me vas a permitir que relea a tus ex alumnos. En esa confianza estamos. A ver lo que logramos con nuestro pequeño esfuerzo. A ver si esta semana te abro ya el link para los comentarios de libros. Un abrazo fuerte. Te echo de menos.
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