Por Rufino Pérez
Tenía unos ojos preciosos. En la luz mortecina del amanecer, brillaban como un faro que ilumina, señala y atrae a los navegantes.
Un faro, sí, eso es. En plena juventud, apenas veinticinco años, delgada, con un vestido blanco, que no había perdido todavía la prístina lucidez del acontecimiento, tenía unos ojos preciosos. Una cara alargada, un poco demacrada, pero de piel fina; la blancura de su piel en equilibrio con su vestido de amanecer.
Los labios, apenas una línea de color sobre el satén de su rostro, estaban dibujando una sonrisa. Me sonreía. A mí, que de nuevo volví a fijarme en su frente, en ese punto desde el que ojos, nariz, cejas, incluso pestañas, parecen nacer hacia el rostro. Un punto en su delicada frente.
Y en un instante, el pincel afilado del plomo dejó plasmada una sonrisa y unos ojos muy abiertos, brillantes. El pelotón de fusilamiento recibe orden de retirarse. En marcha. Hasta nueva orden.
6 comentarios:
Problemas con la conexión a Internet me han llevado a publicar hoy. De todas formas, Carla había ya llenado mucho mejor que yo ese espacio. Ahora, espero que Marc no se tome a mal que compartamos el lunes. Un saludo a todos.
Redondo, exacto y preciso como un bisturí. Me ha encantado. Sólo eso.
José.
Fantástico, Rufino, que condensación de materia narrativa y emocional. A mí también me ha encantado.
Coincido plenamente con los compas...pero, podrias habernos dado dos petit relatos de bombón,por la añoranza dominguera...te creceriamos más je,je.
un abrazo.
Cojonudo. Esa síntesis y ese sentimiento son difíciles de conseguir de manera tan sencilla y al mismo tiempo profunda. Qué pocas veces uno lee cosas tan bellas y tan breves, como pasa el amor fugaz esperando que cambie de color el semáforo de enfrente.
Bueno, al final me lo voy a creer. Gracias por vuestros ánimos. Me ha dado la vena por estos relatos breves. Hoy colgaré otro. No sé hasta cuando durará la inspiración. Funciono también por impulsos, no soy nada constante.
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