domingo, 17 de febrero de 2008

EVA

Por Rufino Pérez


Y es que Eva y la serpiente se pasaban horas y horas charlando mientras Adán, al que no le gustaba mucho que su, en teoría compañera, le dedicara más atención a un animal que a él mismo, mariposeaba de aquí para allá haciendo de vez en cuando algún ruido extraño para que Eva levantase apenas la vista y le dedicara una mirada sonriente, que en el fondo quería decir: “Hijo mío, no eres más simple porque el Supremo tuvo compasión de sus criaturas, pero en fin, esperaremos a la evolución de las especies.”

Y seguía hablando con esa criatura a la que el Supremo le había dado una lengua privilegiada, bífida para más señas, que se movía sinuosa –la criatura- y que manejaba varios registros –la lengua- haciendo de su conversación algo ameno y deleitoso para los oídos –no tan simples- de la mujer –Eva-.

Gabriel no sabía bien por qué aquellas conversaciones le parecían peligrosas, pero tenía una leve intuición, una huella de ancestrales percepciones, algo así como el susurro del Tiempo eterno, de que aquellas conversaciones derivarían en el principio de la Evolución.

Cuando el otro día, en la Escuela de Peritos Angelicales, había escuchado este término, levantó la mano para que el Profesor, D. Amable, le dijese, por favor, y pidiendo disculpas por la interrupción –ved, cómo ha evolucionado todo- si podía aclararle el concepto. Y aunque de nuevo en esta segunda explicación, no acabó de entender completamente el término, sí que le quedó clara una cosa: que no habría amor suficiente en el eternal Depósito de Abastos para detener las consecuencias de esa Evolución. Estaba escrito que el amor del Depósito habría que destinarlo a otros menesteres.

Y en ese momento vio a Eva, miró a la criatura serpentina, oyó que Adán estaba dormido y comprendió un poco más el sentido de la Evolución. Y supo que, la falta de amor en el Depósito de Abastos, sería suplida por la capacidad generativa de Eva, que sabría sufrir en silencio y amar a los hijos de su especie y dar amor a cambio de nada. Ya no le preocuparon tanto las conversaciones. Estaba escrito.

Cuando se acercó al Supremo Hacedor a decirle todo aquello que era fruto de sus deducciones angelicales, éste –el Supremo- que sabía las respuestas antes de que apareciese la pregunta, dejó que esta vez Gabriel hablase. Y Gabriel le preguntó: ¿Qué hacemos con el ángel negro?

Entonces, un poco perplejo porque no se esperaba esa pregunta, el Supremo calló durante un eternal segundo y comprendió que ya había comenzado la Evolución. Mientras tanto, Morgana, le enviaba un mensaje cabalístico al Hacedor diciendo, poco más o menos, que prefería no mezclar gatos con ángeles, a pesar de que aquellos –los gatos- tenían algo de ángel.

1 comentario:

Anónimo dijo...

A mi las mezclas, siempre me ha parecido que dan vidilla y ayudan a evolucionar. Pero puede, que con siete sea suficiente, aunque los animalitos hagan la Eso (nueva escala evolutiva je,je).
Gracias por las risas,en estos momentos,son necesarias compa.
Paula.