Por Raquel Casas
Ella está sola en el centro del hall. Ha llegado pronto y ha aparcado el coche, de motor coreano, un poco lejos para así acercarse paseando. No sabe si esperar allí a que él llegue –le prometió que sí, que hoy podría escaparse del trabajo y sería puntual- o pedir una habitación. Y cava. Y fresas. Y… Hoy hace tres años.
En el bolso lleva un pequeño estuche dorado, el móvil, tabaco y un bote de purpurina que no sabe a nada. Comprueba por enésima vez que el teléfono está encendido, que tiene batería, que hay cobertura, y sale a fumar. Todavía hace calor y sopla más fuerte el viento. Con cada calada se le escapa un suspiro mientras se pregunta por qué está otra vez así, apoyada en la pared de otro motel barato, esperando la destrucción (o el amor). De repente se fija en un objeto que se le acerca por el aire. Qué extraño, son unas bragas que van dibujando siluetas en el cielo. No se detienen, pasan de largo y siguen volando. Nunca había visto unas bragas voladoras.
Se acaba el cigarro, entra y pide una habitación doble. Paga, sube, se tumba y espera con el móvil en la mano. Espera. Espera. Espera. No hay nadie. No hay ningún ruido. Sólo se oye, de vez en cuando, una vocecita metálica que canta al otro lado de la pared: “My pony is over the ocean…”
En el bolso lleva un pequeño estuche dorado, el móvil, tabaco y un bote de purpurina que no sabe a nada. Comprueba por enésima vez que el teléfono está encendido, que tiene batería, que hay cobertura, y sale a fumar. Todavía hace calor y sopla más fuerte el viento. Con cada calada se le escapa un suspiro mientras se pregunta por qué está otra vez así, apoyada en la pared de otro motel barato, esperando la destrucción (o el amor). De repente se fija en un objeto que se le acerca por el aire. Qué extraño, son unas bragas que van dibujando siluetas en el cielo. No se detienen, pasan de largo y siguen volando. Nunca había visto unas bragas voladoras.
Se acaba el cigarro, entra y pide una habitación doble. Paga, sube, se tumba y espera con el móvil en la mano. Espera. Espera. Espera. No hay nadie. No hay ningún ruido. Sólo se oye, de vez en cuando, una vocecita metálica que canta al otro lado de la pared: “My pony is over the ocean…”
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4 comentarios:
me encanta, quiero mas...
burlanga:
Moolt bé!pero al final el pequeño pony apareix o no? o llega a caballo el amamte ??? jejejeje
Gràcies.
Burlanga, no em donis idees que després tot ho aprofito, je je!
El pony va fent camí...
Me gusta como relatas los símbolos del ansia, con actual cobertura móvil y con el clásico fumando espero. La metafórica y sensual cometa bragada, sobrevolando el motel y la esperanza cabalgando sobre el océano…ya se sabe sumergirse o ahogarse. Siempre nos quedara rusia y un brillo de purpurina je,je.
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