domingo, 23 de noviembre de 2008

ILMO. SR.

Por Rufino Pérez


A cuatro angelotes que tenía dios por allí enredando todo el día por los pasillos del edén, se les ocurrió montar una oficina en la Tierra a la que podrían ir los humanos a pedir deseos. Como el divino estaba un poco harto de verlos siempre pulular por el universo sin rumbo y alborotando la paz estelar, esto le pareció una idea que, sin ser buena ni original, podía tenerlos entretenidos un tiempo. Total, los humanos están pidiendo a todas horas, pues que tengan al menos una oficina celestial donde cursar sus peticiones,

Aquellos volaban de contentos y en un santiamén montaron el tinglado, sin pasar por Hacienda y sin permiso de apertura, cosas que solucionó el divino con su infinita paciencia.

Aquello se les llenó desde el primer día. La noticia, no se sabe cómo, había corrido como la pólvora que utiliza Satanás en su infierno.

Cuando llevaban sólo una semana, ya habían agotado las reservas de salud, buena suerte, algún dinerillo pa tapar agujeros, combinaciones de la primitiva, pisos de noventa metros, chalés de costa, coches, plantas de marihuana, atributos y juguetes sexuales, otros juguetes, llaves maestras, elementos de cirugía estética, libros de poesía y cien mil clases más de bienes terrenales con los que habían venido desde arriba tras un consciente estudio de mercado. También se habían traído trabajo porque, sobre todo a las personas mayores, les habían oído muchas veces eso de “salud y trabajo que no falte” y pensaban que ambas cosas se pedirían a la vez, aunque tuvieron que cortar el lote y ofertar el trabajo en packs de 3 en 1 para los pocos que se acercaron a pedirlo.

Se habían cansado ya y estaban liquidando el negocio para volverse a los campos del florido paraíso, cuando se les acercó un humano con cara de despistado. Le dijeron que ya estaban cerrando, pero decidieron atenderle como despedida.

Aquel muy serio, les pidió un bizcocho integral.

Los cuatro salieron volando y en el informe que presentaron al divino, decía así:

Gran capacidad volitiva de los humanos y coincidencia casi total de objetivos, a no ser por la existencia de algún miembro de la especie falto de razón u obcecado, que no por ello desmiente las estadísticas.

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