jueves, 27 de noviembre de 2008

LA ORILLA INFINITA


Por Raquel Casas


A modo de...


Quedé con Izumi en la cafetería de la clínica. Me llamó la tarde anterior para decirme que el doctor le permitía recibir visitas. Llegué muy puntual y ella aún no estaba. Había poca gente en el local, sólo pacientes con algún familiar. Elegí una mesa apartada de las miradas de los demás y pedí mientras la esperaba.
Conocí a Izumi en el instituto. Desde el primer momento ambos nos entendimos muy bien porque teníamos los mismos intereses, el equipo B de los Kyojin y el jazz, sobre todo nos encantaban los pianistas de los cincuenta, desde Lennie Tristano a André Previn. Pasábamos muchas tardes en casa escuchando mis viejos discos, uno frente al otro, sin necesidad de articular palabra.
Poco a poco nos fuimos enamorando. Ella no tenía una belleza extraordinaria, pero llamaban la atención sus grandes ojos negros, duros, lejanos. Todas las noches hablábamos por teléfono, no importaba si habíamos estado juntos toda la tarde. Izumi padecía insomnio y cuando no podía dormir me llamaba porque sabía que yo siempre quería escucharla. Nunca me importó que me despertara de madrugada, pero ella se disculpaba mecánicamente y me repetía “seguro que estabas durmiendo”.
Izumi apareció en la cafetería con una bata rosa y el pelo suelto. Tenía buen aspecto aunque la evidente delgadez acentuaba el tamaño y la expresión profunda de sus ojos. Enseguida me vio y vino lentamente hacia la mesa. Se sentó sin decir nada y se limitó a sonreírme.
- Estás como siempre –le dije.
- Tú también. ¿Qué tal está todo en Kobe?
- Igual –le mentí. Ya nada era como antes. En el último año había abandonado la empresa y había abierto un pub con música de jazz en directo, me había separado de mi mujer y había asistido al funeral de dos de mis mejores amigos. Todo era distinto, pero decidí ahorrarle los detalles.
- Perdona por haber desaparecido de aquella forma.
Esas palabras me trajeron a la memoria las antiguas charlas nocturnas y las interminables disculpas por haberme despertado. Izumi me llamó una última noche antes de desaparecer. Hablamos como de costumbre, pero al final de la conversación me dijo unas palabras que todavía no he podido olvidar: “Me da miedo la vida, me aterra vivir”. Era el último año en la universidad y habíamos hecho planes de futuro, nos trasladaríamos a Tokio, buscaríamos trabajo y adoptaríamos un gato. No supe nada más de ella después de esa llamada, hasta hace un mes cuando me llamó mi madre y me contó que Izumi estaba ingresada en una clínica porque se intentó suicidar.
- Te busqué durante mucho tiempo –le dije.
- Lo sé. Es que subí a un árbol, como un gato vulgar; después ya no pude bajar y desaparecí.
Bajó la mirada y al ir a cogerle la mano vi en la muñeca una cicatriz que me detuvo.
- Te he traído un regalo.
Saqué el disco de Duke Ellington que contenía Chloé, su canción favorita. Lo observó emocionada y me dijo que hacía siglos que no la escuchaba. Ella también tenía algo para darme.
- El doctor nos ha dicho que dibujemos algo y se lo demos a alguien especial. Yo he hecho esto para ti.
Me tendió una lámina donde aparecía una mujer sentada con el mentón apoyado en las rodillas. Era un dibujo luminoso y solitario.
- Lo llamo La orilla infinita. Es sobre un sueño que tuve hace poco. En él una mujer está en la playa de vacaciones con su familia, todos pasan el día muy felices y ella se adormece tomando el sol. Al despertar no hay nadie, ni su familia, está absolutamente sola en la orilla y se pone a buscarlos. Camina sin parar a lo largo de la extensa orilla pero nunca se acerca el horizonte, así que cuando está agotada de tanto caminar decide sentarse y esperar.
Le di las gracias y hablamos un poco más, hasta que me dijo que debía regresar a la clínica. Le prometí que volvería pronto y le traería más discos. Sonrió de nuevo y desapareció.
Anochecía. Volví a la estación de tren y esperé sentado en un banco, mirando la torre de Tokio ya iluminada. Todavía hacía calor y delante de mí se extendía la vía del tren como una orilla infinita.

*

8 comentarios:

Unknown dijo...

Va, me la juego. ¿Murakami???

José García Obrero dijo...

Yo también iba a decir al mismo, pero no sé...el tema japonés despista...Me la voy a jugar a lo bonzo: Scott Fitzgerald, y si me equivoco mucho quedo disculpado por la valentía. Qué narices.

Anónimo dijo...

ESTA CLAR Murakami tokyo blues

Anónimo dijo...

A mi me ha encantado y aunque no he leido nada de el,he intentado seguir pistas y los datos concuerdan,el personaje de comic.Tokio ,el jazz la orilla ...me sumo a la apuesta Murakami.
Un abrazo.paula

Raquel Casas dijo...

Mis pequeños ponys: qué listos! Sí, era Murakami. Sóc tan transparent?
Felicitats Carles per ser el prime.
Felicidades Jose por ser valiente.
Anònim, molt bé, encara que no em volia centrar en cap de les novel·les en particular. Personalment la que més m'agrada és Kafka en la orilla (d'aquí va sorgir la idea i el títol).
Paula si te ha gustado te animo a leer al auténtico.

Una abraçada

Raquel Casas dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
R.P.M. dijo...

Hago mi apuesta sin leer los comentarios y la verdad es que aquí no lo tenía claro, así que yo creo que no eres tan transparente, aunque Carles haya acertado a la primera. Eso es porque sois un par de lectores empedernidos y habéis coincidido en un cierto gusto por Murakami. A todo esto, preciosa imitatio.

Raquel Casas dijo...

Jeje, es que Carles está más enviciado que yo!

A veces sí que lo soy, de hecho en mi último libro hay un poema que se titula "Transparent"...