sábado, 2 de mayo de 2009

INTENSOS SUEÑOS DE CELULOIDE



Por Rubén García Cebollero



Preferiría haber sido un actor de Evasión o victoria, jugando a fútbol contra los nazis. El escritor que intentaba no serlo llegó al taller, de fin de semana, cuando era el destinatario de un sueño, quizá de celuloide, marinero de alta mar y bajos puertos, lo que siempre había soñado no se sabía quién, un idealista que había perdido rumbo y fe, vendedor de sorpresas, poco religioso, organizado, vuelo en las noches de insomnio, le creían organizado, imitador de profesión, encantador de serpientes, y sabía muchas cosas. Miró el tablón de ofertas laborales.

El primer día encontró una vacante de amaestrador de pingüinos en el Amazonas y otra de restaurador de lienzos abstractos para los gorilas del zoo. El resto de trabajos no estaban disponibles. Ana era corresponsal de los deseos perdidos, Iranzu guardiana del banco del tiempo y las miradas del tacto y exploradora de corazones, Albert era un alegre médico certificador de la desaparición del último votante del PP, Gabriel cocinero de gallinas birmanas, Erica escaladora de almas, Ariel escultor de luces, Silvia protectora de verbos en peligro de extinción, Lola domadora de impulsos, Toni investigador de sueños, Salomé soñadora de terapias eróticas y fantasías al azar, Nuria animadora de fuegos en Groenlandia, Miracle empaquetadora de ansiedades, Marta escultora de hielos en el Sáhara, y Carmina escultora de instantes invisibles.

El segundo día del intensivo no aceptó vacante alguna. Y algunos y algunas habían cambiado o desaparecido. Así, Pedro era el despertador de consciencias apagadas, Maydo la domadora de unicornios en Shangrila, Gustavo el fabricante de mundos cambiantes, Begoña la artesana de voces y registros de arena para un clima perfecto, Laura la cazadora de instantes y espumas, Isabel la arqueóloga de mundos invisibles, cascarones y abrazos, Yolanda la cultivadora de letras y alfabetos compulsivos, Ramón el guardián de vocablos hipnóticos y carteras de tiempo, Teresa la teletransportadora de deseos a domicilio con la supervisión de Benedetti, Rox la pirata de los mares del cielo y las nubes koala, Ariel el condensador de alientos y de estrellas, con horario libre, imprescindible buen humor y a ratos comprender el silencio. Consistía en masticar las ruedas del deseo, domesticar al cielo y cruzar el desierto de las dudas. Por último, Silvia Adela, la personificadora de duendes traviesos, con horario cotidiano, precisaba reconocer el vuelo de las gaviotas, los huecos en las piedras, el uso relajado de chanclas peligrosas y el lenguaje de los cronopios y famas para cruzar el bosque de la simpatía y sacar humanidad de cualquier viaje.

Al tercer día el escritor que intentaba no serlo dejó el taller, y no cambió de trabajo. Volvió a les tres preguntas que sólo esa vez murmuró en alto, y no para sus adentros: ¿Cuándo el amor correspondido volvería a su diccionario? ¿Por qué aún no sentía el rizado perfume del hambriento tacto? ¿Por qué la soledad teñía de negro las sábanas alegres de la aurora?

En medio del silencio el entrenador de Evasión o victoria lloraba, aún visto, porque no siempre comprendemos los sueños de celuloide que tienen, o creen tener, los demás.

2 comentarios:

Beatriz dijo...

Rubén,
Me ha encantado. Vaya homenaje bonito a quien se pueda sentir identificado en alguno de esos personajes que vas enumerando!, que seguro que haberlos de carne y hueso haylos -algún nombre por ahí me suena a real-, aunque en el fondo todo se quede en poca cosa más que sueños de celuloide. Y qué es la vida sino una película? Y quién la sueña? El director o los actores? O el guionista? Y adónde van a parar los rollos de celuloide una vez prescrito el delito? Y quién no anda metido en algún taller más o menos intensivo -más menos que más, sobretodo en día de diario. Pero adelante con los intensivos. Sea quien sea que imparta las clases. Siempre se aprende algo!
Un abrazo :)

Carso dijo...

Fantástico elenco de empleos soñados, Rubén, y qué buena película Evasión o victoria, creo que la única en la que Stallone me cae simpático.