miércoles, 8 de julio de 2009

ANECDOTARIO

Por José G. Obrero


Cae la tarde en el comedor de una casa pequeña de las afueras. La luz que todo el día es mortecina en esa vivienda, amenaza con desaparecer aunque sean sólo las cinco. La señora Lola que ha decidido vencer a la oscuridad golpea suavemente el interruptor. El joven tras parpadear rápidamente se alegra de poder ver con nitidez la cara del resto de
personas que le acompañan. Todos, salvo la señora Lola que va y viene del comedor a la cocina trayendo café y dulces, están sentados alrededor de una mesa camilla. El joven siente la cálida presión de una mano pequeña, se vuelve hacia Nuria y se sonríen. Es su novia. Lola se ha preocupado, como buena abuela, en hacerle una tarta de chocolate a Nuria y ha tenido el detalle de ponerle las quince velas que le corresponden. El señor Damián, su marido, sólo por hacerla rabiar la llama vieja tonta y le dice que podía haber comprado un “uno” y un “cinco” porque así Nuria tendría más posibilidades de éxito a la hora de apagar las velas y se aseguraría el cumplimiento de sus deseos. Nuria que es muy supersticiosa no puede evitar ponerse un poco nerviosa, así que coge todo el aire que puede y antes de soltarlo mira fijamente a los ojos del joven. El joven, que cumplió esa misma edad la semana anterior, recuerda que no miró a Nuria y que no apagó todas las velas pero que no le importó ni una cosa ni otra. El señor Damián aplaude a rabiar y grita piropos a su nieta. La señora Lola le dice que no
se mueva así o acabará cayéndose de la silla de ruedas. Manolo tranquiliza a la señora Lola argumentando que si la caída es por la alegría bienvenida sea y que para eso está él ahí para levantarlo las veces que haga falta. Manolo es un hombre de unos cincuenta años alto y fuerte, con una barba de dos días que le hace parecer más rudo, más fuerte. El señor Damián aprieta el antebrazo de Manolo y le da las gracias, la señora Lola le dice que no sabe que harían sin él, Nuria le sonríe y el joven siente que los ojos se le empañan.
En el trayecto a casa de Nuria ésta le explica al joven que su abuelo se quedó inválido hace cinco años pero que tenía que haberlo conocido antes, que era todo alegría y vitalidad. Le explica que fue un alto cargo en el Partido Comunista y que llegó a ser comisario de guerra. Que las tropas fascistas lo tuvieron muchos años condenado a muerte y le propinaban una paliza diaria y que una vez liberado no se amilanó y en la fábrica en la que trabajaba siguió siendo un agitador de conciencias, y un destacado líder en la huelga de tranvías. De la señora Lola, Nuria le cuenta que siempre ha apoyado a su abuelo, que ha sido su animadora y compañera resignada y comprensiva y que para que sea consciente de hasta que punto los dos eran y son avanzados para su tiempo ellos no se casaron ni aun recibiendo presiones y amenazas del párroco del pueblo, viven juntos desde hace cincuenta y tres años, pero le advierte al joven que esto no debe decírselo a nadie y le pide que lo jure. El joven jura y así Nuria puede continuar comentándole sus impresiones sobre Manolo al que describe como un amigo incondicional de la familia. Manolo, le explica, es un vecino del barrio al que la noticia de la embolia de su abuelo afectó muchísimo, y desde ese día va a verles
con frecuencia y ayuda a la señora Lola en el cuidado del señor Damián. Más aún, sin Manolo sus abuelos no habrían podido continuar viviendo solos, quién sabe, quizás ahora estarían apagándose en alguna de las inhóspitas y crueles residencias de ancianos de la ciudad. Ya en el portal de Nuria, los dos jóvenes se besan, con cierta torpeza, los abrazos bruscos, los ojos abiertos. Nuria le dice al oído que le quiere, el joven responde que él también, que mucho, entonces ella le pregunta si se casarán algún día, y él contesta que algún día seguro que sí. Ella se despide y sube corriendo las escaleras impulsada por la felicidad, él baja lentamente la calle pensando que le queda por lo menos un cuarto de hora de camino para llegar a su casa.

-¿Seguro que no te aburre que te enseñe todas estas fotos?-
-Seguro, quiero saberlo todo de la persona con la que me voy a casar-
-Este es el último álbum, te lo prometo-
-Que joven estás aquí. ¿Quién esa pelandusca que te coge por la cintura?
-Es Nuria, mi primera novia. Teníamos sólo quince años. Debería estar prohibido que la gente se echase novia con esa edad no sabes lo agobiado que estaba y lo que me costó romper con ella. Tardé tres años en hacerlo por pura timidez.
-¿Y el resto? ¿Este es su padre?
-No, que va, era un tal Miguel o Manolo. Ahora no recuerdo. Un sinvergüenza. Todo el mundo pensaba que era un buen samaritano que ayudaba desinteresadamente en los cuidados del abuelo y luego resulta que el tío aprovechaba para robarles. La madre de Nuria lo sorprendió revolviendo los cajones de las mesitas de noche del cuarto de los abuelos. Quién sabe cuánto les robaría en todos esos años.
-¿Este es el abuelo, no?
-Sí, el señor Damián. Murió solo en una residencia. Su abuela empezó a enfermar de los nervios y decidió irse a Logroño con su hermana. Decía que le deseaba la muerte a su marido y que no podía seguir con ese sentimiento, que él no se lo merecía.
-¿Se quedó inválido en la guerra?
-No, fue a causa de una embolia, pero sí estuvo en la guerra.
-¿En qué bando?
-Luchó por la república. Al parecer tenía un cargo destacado. Las últimas veces que lo visité en la residencia, cuando apareció la demencia senil vivía de los recuerdos de aquella guerra y había uno que lo atormentaba; era él disparando a las espaldas de los jóvenes que aterrorizados por la proximidad del enemigo intentaban desertar.
-¡Joder, impresionante! ¿Y esa otra?
-Ah, éstos somos mi hermano, Carmen, una amiga de la facultad, y yo en un viaje que hicimos a Huesca.

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