jueves, 10 de septiembre de 2009

La casa


Por Raquel Casas


Se sentía casi perfecta, pero no encontraba su lugar en la casa.
Era demasiado grande para ella y ahora le parecía que estaba muy alejada de la ciudad. No sabía cuánto tardaría en acostumbrarse a la nueva situación, a los nuevos espacios. Además, las primeras noches había tenido muchas pesadillas, soñó cada día con su abuela, ¿por qué la visitaba ahora en sueños? Ya no recordaba los años que hacía que había muerto. Y le repetía una y otra vez “menos es más, menos es más”, daba media vuelta y desaparecía. No sabía cómo interpretarlo, ¿como un aviso?, ¿como un presagio?
Esas noches se despertaba, comprobaba que su marido dormía como un tronco e intentaba conciliar el sueño de nuevo, pero le era del todo imposible, la imagen y las palabras de su abuela permanecían grabadas en su cabeza y la golpeaban del parietal al occipital, “más, más, más, más…”. Entonces se levantaba y deambulaba por la gran casa, aún medio vacía, para familiarizarse con todos los rincones hasta que oía algún ruido extraño y volvía corriendo a su habitación para refugiarse en la cama.
Hoy no pasará, se decía, hoy dormiré de un tirón, y miró de reojo el frasco de las pastillas.
En realidad le encantaba la casa y odiaba las ciudades nerviosas; la eligió ella tras visitar más de una veintena, y se sentía feliz allí a pesar de no encontrar su lugar todavía. Hoy no tendría pesadillas. Habían cenado pronto y él se acababa de ir a la cama, mañana tenían que madrugar los dos, sin embargo, ella le había dicho que no tenía sueño, que era pronto y se quedaba a leer un rato en el sofá. Menos es más, recordó y se le puso la piel de gallina.
Se acomodó en el sofá y empezó a leer. Tras quince minutos se desconcentró, cerró el libro y miró a su alrededor. Me gusta la casa, se dijo, me gustan los muebles, no me siento sola y soy casi perfecta. Pero intuyó las pesadillas como un viento pesado y se preguntó qué haría Katherine Mansfield en su lugar. Pero en lugar de averiguarlo en el libro, prefirió abrir el frasco.


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5 comentarios:

Beatriz dijo...

Joer, Raquel, els teus relats són sempre tan... esfereïdors, tan espectralment inquietants... que fan por de veritat! És precisamente el que té aparença de més innoqua normalitat el que resulta en el fons més perillós.

Em pregunto si el de la foto és un taüt o una taula de centre d'aquestes tan inútils amb el vidre abatible a què la pobra va treure finalment profit. Quin ensurt el marit l'endemà quan se la trobés!

Menos es más... em sona a campanya publicitària, a més de a missatge de salvació religiosa.
;-)

Beatriz dijo...
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Raquel Casas dijo...

Bon dia!

Sí, sí, és una taula, la pobra ja no sabia on posar-se i mira, va provar allà a veure si trobava el seu lloc...

Tens raó, de vegades em poso tremenda escrivint, de vegades més irònica. Avui toca patir ;)

Beatriz dijo...

Bueno, dona, la qüestió és tenir prou versatilitat per no caure en el monotema: de vegades cal riure's de món, de vegades d'un mateix, de vegades plorar pel món (bua, bua!!!), de vegades per un mateix (snif, snif). Mentre es pugui anar canviant de parella...
jaja!, estarem salvats.

Una abraçada;-)

PS. Tens un e-mail. Espero la teva resposta;-)

Laerke dijo...

Raquel que et pica el pél!
Sobre el relat: No el pillo.
Sobre la foto: Ets tú?

Vinga Raquel, dilluns ens veiem.