domingo, 22 de noviembre de 2009

DE NOCHE...

Por Rufino Pérez


Esa noche, el más pequeño lloraba. Treinta muchachos en una sala. Había que dormir. Ya se le pasará. Vaya horas de ponerse a llorar.

El llanto formaba parte de lo cotidiano aunque no de lo público. No se era hombre si se lloraba delante de los otros. El dolor físico cerraba las lágrimas mejor y más fuerte que el dolor del alma. A veces era soledad, otras nostalgia, siempre faltaba algo. Las heridas se cerraban tal como se abrían. En la rodilla, en la cara, en el brazo, eran heridas de guerra orgullosas en mostrarse. Dentro, no había heridas, la mañana negaba a la oscura noche en la que nadie vigilaba.

Pero tú aprendiste a leer en el rostro y callar. Al fin y al cabo los gemidos del llanto eran unos más de los 300 sonidos –no los contaste ninguna vez- de aquel internado.

Hoy lloras cuando te da la gana y no te puedes dormir si oyes un llanto. No sé si la ecuación es una derivada o una integral que se obtiene con aquellos datos. Da igual, al fin y al cabo tampoco se puede resolver porque hay más de una variable; el tiempo, la edad, la situación y unos centímetros de más en el número que ahora llevas de zapato.

Hoy es domingo. Qué bueno estaba aquel chocolate con bollo que tu compañero dejaba sin tocar y que tú te tragabas sin preguntar por qué anoche lloraba.

3 comentarios:

Beatriz dijo...

Era tu compañero quien lloraba, Rufino, o eras tú? O era un papel rotatorio que cada noche le tocaba a uno diferente?

Qué melancólicos nos estamos poniendo! Sí, unos cuantos números más de zapato, como poco!

La imagen me ha hecho recordar mis colonias obligatorias de cada verano en una escuela de montaña, todos juntos y revueltos (mejor juntas y revueltas), desde 3º hasta 8º. Y no tengo ni siquiera el bollo con chocolate para endulzar el recuerdo: los desayunos eran realmente infectos.
Ah, pero ahora me voy a tomar un buen cafetito para endulzar este domingo de noviembre.

Beso;-)

Carso dijo...

el chocolate, por mucho azúcar que le añadamos, no deja de ser amargo, como seguro que lo era el del protagonista de tu relato. algunas ecuaciones no se pueden despejar en la vida, pero hay que sobrellevarlas.
buen inicio de semana!

R.P.M. dijo...

Sí, era el compañero. La cosa parte de una anécdota real, aunque yo he tenido mis noches también claro, pero lo escribí más que nada por fijar esa facilidad con la que se tomaban las cosas. Uno no podía quitarle el malestar al compañero y sin embargo, dejar perder el chocolate estaba claro que no, porque había hambre. En fin. Gracias por vuestros comentarios. Las ecuaciones para los matemáticos, Carso, je je.