viernes, 18 de diciembre de 2009

PAPIROFLEXIA SENTIMENTAL



Aunque ya era mayorcita y le encantaba, como buena sibarita de espacios el placer de la soledad, seguía asustándole quedarse a solas consigo misma.

Paradójicamente no tenía miedo a nada, ni a nadie más. El destino o el desatino, había tenido a bien becarla para realizar un master en supervivencia: Primero le tiró despiadadamente de su alta cuna, destrozando su incipiente espíritu pijo en plena edad de crecimiento. Además, para que estudiara, le quitó la familiar televisión y dejó como ejemplo la folletinesca telenovela enchufada, por un sistema de universales cables cruzados, que la conectaban directamente a su vida.

Del porrazo aristocrático comenzó a sangrar precozmente el iva menstrual, rojo como el de la vulgar clase media, y a sentir horrorizada con tan sólo nueve años, que era ya pecado con demoníacas formas de mujer.

Por si le quedaba alguna duda entre tantas mudanzas interiores y exteriores a su alrededor, caritativa y diariamente se lo recordaban en el colegio las madres Carmelitas Descalzas, mientras le daban terrenos puntapiés para acomodarla en el lugar que le correspondía.

Aún dolorida en privado y ahogada por no haberse tirado al mar ese verano, se trasladó para continuar sus estudios a la pública en Septiembre. Allí con aires de princesa destronada sin divino uniforme, pero ya con formas divinas y la mochila de orgullos cargada a la espalda, recibió, esta vez gratis, nuevas lecciones de supervivencia y algún que otro envidioso empujón de las compañeras, que le recordaban donde estaba el suelo.

Le costaba aprender y no porqué fuera tonta, si no porque las expectativas de su madre que escuchaba a Serrat con pasión mientras repetía el estribillo:” no princesa, tú no…”, le impedían bajar de las nubes de Chanel nº 5 y vestir sus pensamientos de fresco Don Algodón.

Se esforzaba en estudiar para descubrir la fórmula mágica y quitarle a su madre la tristeza de los ojos y las pastillas de la mano. Ansiaba que pudiera ver algo más allá de si misma y así la liberara del peso de ser la reencarnación de sus deseos, embutidos en otro cuerpo y, aunque sólo fuera por un fugaz momento la reconociera y la abrazara, permitiéndole descansar de la diaria hipocresía y colgarse una verdadera sonrisa.

Pero su temor a la diferencia, su férrea disciplina como representante de la escuela de las buenas formas y sus oídos, sólo preparados para escuchar el que dirán, impedían a su madre mostrar el menor rasgo de ternura. Tras un tímido intento de alargar la mano para acariciarla, se decidía por las pastillas, esas que adormecían su conciencia, mientras esperaba que su hija recuperara para ella, como era su obligación, buenos tiempos perdidos.

Aceptando resignada y casi convencida de que debía hacerlo por confundido amor, el único que conocía, decidió incumplir el primer mandamiento para ser feliz: la autoestima.

Con el ganado master y haciendo papiroflexia con sus sentimientos, construyó una máscara espesa de silencios, y la modeló con sutiles toques de misterio, que le permitían confundir a los demás e incluso navegar hábil y brillantemente por la superficie de lo cotidiano.

Pero esa máscara se derretía cuando se quedaba sola y, sin poder evitarlo encendía su luz interior. Allí, agazapada entre las sombras y abrazada a sus miedos estaba ella, su verdadera esencia, esperándola con la certeza de que no tenía escapatoria. Nadie puede huir de sí mismo.

2 comentarios:

Carso dijo...

jopelines, qué historia más trístemente común y qué bien contada, paula. besos de bien fin de semana y fin de año!

Beatriz dijo...

El folletín diario de las renuncias cotidianas, Paula. Mmmmmm, dudo a qué carta quedarme: con la madre? o con la hija? Mucho Serrat, mucho Serrat, y mira tú la de princesas prófugas perdidas en alguna arruga intemporal de la pena.

Sor Renunciación, en cambio, va a sentirse alborozada y gozosa en grado sumo por ser tan famosa y por que la gente andemos con tanto cilicio por esta terrenal vellosidad de la existencia. Un gramo más y derecha al esfínter que vomita justo al reducto de irás y no volverás. Con esa expectativa, nena, ya me dirás!

Bueno, xati, no te arrees mucho que ya sabes que no es bueno para el cutis. Yo de aquí directa a la manicurista.

XXL Kisses & the rest.

PS. Ahh, jopeta, me ha encantado el título. Papiroflexia sentimental, uau! A ver si lo reducimos a la mínima potencia, vaya que sí!