martes, 4 de mayo de 2010

Vaticano mon amour

100 años después, frente al pelotón de fusilamiento de la prensa amarilla, Su Santidad el Papa Torcuato III renegaba de su antecesor en el cargo, Ousmane I, el primer Papa negro, quien firmó el fin del celibato en el seno de la Iglesia Católica.

Las malas lenguas, que siempre las hubo y las habrá, decían que el Papa Negro no podía vivir sin hembra a su vera y que su medida no sólo era blasfema, sino que daba el primer paso desmontar el edificio de la fe que tanto costó erigir a San Pedro. Semejante medida convertía el Vaticano en un lupanar al modo de los harenes propios de la cultura bárbara de la que era heredero Ousmane I. Sin embargo, la versión oficial era bien distinta y por una vez se acercaba más a la realidad, ya que el edificio de la Iglesia no se podía desmantelar entre otras cosas porque ya no se tenía en pie, corroído desde la base por los numerosos casos de pedofilia y abusos desmesurados perpetrados por curas, obispos, cardenales, monjas y otros aprendices de santidades. La presión popular, el vacío de los seminarios por miedo a violaciones y la banca rota en que entró el Vaticano desde que el hijo del presidente del Banco Mundial fuera sodomizado por el cetro de un obispo, forzaron a Ousmane I a finiquitar el celibato creyendo que así acabaría con los calores de los curas y por tanto con los abusos a menores. Tras un duro congreso la Iglesia aprobó en 2666 que los curas pudieran contraer matrimonio siempre y cuando no usaran medidas anticonceptivas de empresas que hicieran la competencia al Vaticano. El sector más conservador fue apaciguado cuando llegó el momento de votar sobre la posibilidad de que las mujeres oficiaran misa, cuyo veto continuó entre aplausos y vítores.

Después de la conmoción inicial las aguas volvieron a su cauce y los escándalos desaparecieron hasta el punto de que las iglesias volvieron a ser frecuentadas incluso por niños. Pero pasados varios años la primera mujer de un sacerdote se presentó en comisaría para denunciar a su marido por malos tratos, y hoy Su Santidad Torcuato III, originario de Atapuerca, se enfrenta a una dura condena por pegar con la Biblia a su esposa.

Agapito Carcoma, corresponsal de 7 voces en el Vaticano

4 comentarios:

Beatriz dijo...

Si es que hay para quien el tiempo no pasa! En el peor de los sentidos, entiéndase.

Oye, 2666 es el título del último éxito de Bolaño, no????? No lo he leído, así que no sé si le haces un guiño a él, RIP, o nos lo haces a nosotros, missaires de diumenge. En cualquier caso yo a mis hijas [sic] ya las tengo avisadas que mucho cuidadín no se echen un novio seminarista. Los seminaristas que se busquen un confesonario para echar el casquete de turno. O el simca, o el 600. En casa quien entre tiene que cumplir unos mínimos;)

Carso dijo...

es un guiño bolañiano para quien se deje guiñar, curas y monjas incluidos, mayores de edad, faltaría más.
cuáles son los mínimos? apóstata? sacrílego? profanador de tumbas?

Mercè Mestre dijo...

Entre la fauna i la flora d'Atapuerca creixen aquesta mena d'homínids, oi Carcoma? Que, en veritat(confirma-m'ho Agapito, que tu n'ets l'expert), en veritat, no són més que una autèntica legió de fòssils. Molt organitzats, molt legionaris, molt jerarquitzats i tot el que tu vulguis, però, tot plegat, podrits i xurruscats. Com totes les mòmies del món, per falta d'aire, de vidilla (Si m'equivoco, em pegues amb la Bíblia).

Ja ho va pescar Bolaño amb la cita de Baudelaire amb què va encapçalar 2666:

"Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento"

Quin present ens espera, Carqui!

Carso dijo...

T'ho confirmo, Mercè, les meves fonts vaticanes m'asseguren que els ocupants dels alts càrrecs són votats entre les mòmies extretes de les tombes de ramsès i, sobre tot, tu-tan-cabrón.
mala herba...