jueves, 29 de julio de 2010

Lavandería


Por Raquel Casas

Salgo a pasear como cada mañana, me encantan las calles soleadas de esta ciudad en primavera. Me deslizo por el centro y de repente me parece verte en el otro lado de la plaza, en la otra acera. No estoy segura de si eres tú, nunca me fío de mi vista a tanta distancia. Agito el brazo mientras grito tu nombre, pero hay tanto tráfico que seguro que no me has oído. O tal vez no eres tú. Antes de perderte de vista, puesto que vas a coger la esquina, decido seguirte hasta alcanzarte y confirmar tu identidad y charlar un poco, no tengo nada mejor que hacer. Me detengo en el semáforo mientras te sigo con la mirada. Un hombre viejo se pone a mi lado, demasiado cerca, y me susurra al oído “llevo falda”. Lo miro de reojo, no me atrevo a comprobarlo. Verde, cruzo corriendo hasta el otro lado y dejo al viejo atrás, aún está en el mismo sitio, pero no puedo distinguir si lleva falda. Continúo siguiéndote, parece que cada vez estás más lejos, no sé por qué caminas tan rápido, quizá llegas tarde a una cita. Pero como estoy ociosa, sigo tus pasos. Mientras camino me pregunto si eres realmente tú, si no me estaré confundiendo de persona. Espero que no porque tengo ganas de contarte algo. De repente me parece que aminoras el paso pues te tengo muy cerca. Te detienes y entras en una lavandería. Freno en seco; no lo entiendo, los domingos las chicas sofisticadas no van a la lavandería.

*

No hay comentarios: