martes, 14 de septiembre de 2010

Exilio

Por Carlos

Mientras subía por la escalerilla de popa, me asaltó repentina y fugazmente una incómoda sensación de náusea que atribuí al natural mareo de quien no está habituado al mar. No obstante, en cuanto zarpamos y el puerto se fue alejando lentamente como una nube plomiza de sombra, como el humo volátil de un cigarrillo olvidado, me embistió la certeza de que no volvería a pisar tierra, de que jamas nos permitirían regresar. Tuve que asirme a la barandilla para no caer mientas mi cabeza daba vueltas sin parar, un par de brazos me sostuvieron, les di las gracias, creí percibir en sus rostros sombríos la misma certidumbre que me atenazaba ahora el alma, pero también la convicción de que se puede seguir viviendo entre injertos de nostalgia y la vaga esperanza de un improbable perdón. Me acordé de la novela de Baricco y del pianista melancólico que nunca bajó a puerto, ya para siempre con el rostro del Tim Roth.  En el vaivén de las primeras olas, ya en mar abierto, supe que también un mundo tan pequeño podría albergar todo mi universo.

1 comentario:

R.P.M. dijo...

Eres un maestro -sigues siéndolo- y además sabes de cine y literatura la tira. Relato construido con todos los ingredientes. Bueno, muy bueno.