jueves, 21 de octubre de 2010

Anita


Por Raquel Casas

Conocí a Anita en clase. Era una joven japonesa que quería aprender español ya que vivía aquí con su novio español. Era muy alegre, educada y sincera. Me explicó algunas cosas de su vida que yo no podía imaginar y también algunas anécdotas, como por ejemplo el día que fue a la peluquería a teñirse el pelo de caoba y le quedó de un tono totalmente distinto: rosa fucsia. “Los asiáticos tenemos una constitución diferente de los occidentales y nos pasan cosas así. Es la genética”. Tuvo que ir al día siguiente a que le arreglaran aquel desastre multicolor porque estaba realmente ridícula.
En realidad no se llamaba Anita, tenía un nombre un poco extraño e impronunciable para mí así que cuando se estableció aquí se lo cambió. Muchos lo hacen, tienen su nombre original y el adaptado. Pero el que eligió no se parecía nada al suyo. “Me gusta Anita, me gusta por su sonoridad, me parece divertido y muy bonito”. Está bien eso de poder elegir un nombre, cualquier nombre.
Anita no podía tomar leche, ni queso; su organismo no lo toleraba; era otro inconveniente de los asiáticos, les sienta mal, tienen problemas estomacales e intestinales cuando los toman. Y pensé que por eso beben siempre leche de soja, todo de soja, nada de vaca, ni oveja, ni cabra…
Hace días que no la veo por clase; quizá ya no necesita más clases, quizá tenía una comida o una cena y ha vuelto a tomar un poco de queso para no quedar mal; quizá está en casa esperando a que se le ocurra otro nombre.

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2 comentarios:

R.P.M. dijo...

No es el estilo al que nos tienes acostumbrados, pero que bien suena y qué sencillamente real.

Anónimo dijo...

raki , you are the oneeeeeeee...jejeje

fins aviat!


burlanga