miércoles, 24 de noviembre de 2010

Cosas transcendentales

Por José G. Obrero


Así que me incorporé muy despacio, y sin darme tregua lo decidí: saldría a la calle a dar un paseo. En ese paseo sucedieron cosas transcendentales. Para empezar, volví a tener la sensación de que el mundo bajaba sus revoluciones. Durante un lapso mínimo de tiempo todo el mundo me miraba directamente a los ojos y yo a ellos. Más aún, también los perros, y probablemente las hormigas si me hubiese cruzado con alguna, hubiesen levantado sus antenas a mi paso. Un gesto imperceptible en un día a revoluciones normales, con su máscara de indiferencia e incluso miedo y ese ritmo metálico de los pasos acelerados. No sólo eso, también descubrí que habíamos perdido un tipo de comunicación quién sabe cuándo, quizás antes del habla o como consecuencia de esta, antes del Homo Erectus y el desarrollo de la verticalidad. Después, se volvería residual o, más probablemente, nacería la mentira y con ella la necesidad de utilizar un lenguaje que la facilitase: pura supervivencia. El otro lenguaje quedaría varado como el apéndice al final del intestino, recuperando su función en contados momentos, casi milagrosos, por ejemplo en la intimidad de aquellos amantes a los que la palabra se les queda pobre. La cuestión es que la gente se dirigía a mí en esas milésimas de segundo y me decían: “te pediría un cigarrillo pero eres muy serio”, “¿Sabes? Estoy muy solo”, “Hoy me como el mundo”, “Me gustaría conocerte”. Cosas así, la fugacidad del cruce no daba para más. Tras esto llegué a la plaza, y las miradas se multiplicaron hasta formar un murmullo tan denso que no entendía nada, salvo que estábamos ahí, todos conectados de alguna forma, bajo la presencia de una luna llena que se colocó justo encima de la esquina de la plaza. En realidad yo me moví hasta colocarla en ese sitio, y me permití agacharme y levantarme varias veces para jugar con ella, quería que rebotase en esa esquina. Me vino el recuerdo de cuándo era niño y me preguntaba si mi familia, que vivían tan lejos, vería la misma luna que yo porque eso sería magnífico, esa visión común nos mantendría un poco más unidos. Supongo que muchos niños habrán pensado lo mismo. Pero el caso es que recuperé en ese instante la misma pregunta con Marta y no creo que de adulto sea tan habitual. –Sí-, supe entonces,- las cosas cobran sentido en escasas ocasiones, pero con tal fuerza que arrastran al resto de momentos-. Y volví a casa.
Sentado en el sofá pensé en lo absurdo que me habría parecido el paseo tan sólo unas horas antes. Caminar, cruzarme con desconocidos, llegar a una plaza, hacer movimientos extraños para luego volver. Nada digno de escribir. Unas horas antes, tumbado en el suelo sin querer moverme. Antes, también, de limpiarme la sangre de la boca e incorporarme lentamente.

6 comentarios:

Mercè Mestre dijo...

Doncs imagina't com serà la comunicació quan involucionem de sapiens a ludens, amb dit gros articulat i miopia crònica adaptada a l'ecopantalla.

Potser el que serà transcendental serà la nostra velocitat de canvi de xip per segon. I la vulgar linealitat de sortir de casa, passejar, creuar-te amb els ulls dels altres i fer rebotar la lluna per les cantonades no serà ni una mil·lèsima de possibilitat a tenir en compte. Que la involució sigui lenta, x 10.

Te pediría un cigarrillo, pero no fumo.

Unknown dijo...

Hay quien dice que comunicamos más no verbalmente que con el lenguaje verbal. Citaré el clásico de Flora Davis. A saber... pero con el barullo de las elecciones que estamos soportando en Catalina la grande y los comportamientos simiescos y tabernarios que las caracterizan, hasta el lenguaje no verbal queda prostituido. Y sin necesidad de pulgares sobredimensionados, que todo se andará.

Siempre nos quedará ese paseito, y el cigarrito de después.
Bonito texto, compi. Un abrazo.

José García Obrero dijo...

Gràcies a ambdós. He decidit emprar la llengua per respecte a les eleccions. Es broma. Sí, el lenguaje no verbal en realidad está tan lleno de trampas como el verbal, al menos para algunos (actores y políticos populistas saben un rato de esto). Pero, ay, amigos, me voy a poner cursi para decir que el de la mirada no falla. Probad a taparle el rostro a una fotografía y dejarle sólo los ojos al descubierto, hay más de una sorpresa (¿Amparo t'has fumano un porro? Pues no).

Una abraçada.

Carso dijo...

precisamente esta semana he recibido un curso en el trabajo sobre comunicación, donde se hablaba extensamente de la no verbal. en el círculo de la comunicación el texto solo representa un 7%, mientras que el tono y la expresión no verbal se reparten el 93 restante. para cagarse, lorito. sí, yo tb puse la misma cara de excepticismo que vosotros, pero después de argumentarlo largo y tendido acabó por convencerme.
josé, la hormiga, la luna y el resto de personal de la plaza, también tenían sangre en la comisura de los labios? porque claro, bueno rollito lo del paseo, pero a mí me queda la duda de lo que pasó antes.

José García Obrero dijo...

Ahí está, Óscar, he intentado jugar con el "efecto iceberg" del que hablaba el maestro Hemingway (¿a qué soy pedantorro cuando quiero?). La historia está en la omisión más que en lo que se describe. Pero te prometo, brother, que esa parte es pura ficción este otoño.

Abrazo.

R.P.M. dijo...

Bueno compañero, el efecto iceberg te ha quedado niquelao. Lo importante no es si nos comunicamos o no, o qué tanto por ciento le damos a la kinésica. No señores -y señoras- no, lo importante es...quién ganará hoy las elecciones je je. No, en serio, es la historia no contada lo que llena el texto, qué cosas, lo mismo que la política que no se hace es la que llena los programas. (Joer parece que sea día de elecciones) Sorry. Y muy bonito compa.