Bastaría con unas gotas diluidas en un vaso de agua para acabar con su vida. Unas gotas y pondría fin a esta enorme soledad que la atosiga desde hace tiempo, que la asfixia y que le duele como esas torturas que se detienen justo antes de provocar la muerte, para volver a empezar con lo mismo un poco más tarde. A su edad y sin seres queridos ya no le queda nada por lo que seguir adelante y más desde que ya no tiene a su perro que ha estado con ella los últimos dieciocho años. Eso, precisamente, hizo que acabara por decidirse. Si la muerte seguía ignorándola sería ella misma la que saldría a su encuentro.
Los días se conectan entre ellos como grilletes oxidados de una cadena en desuso. Sólo una mínima conversación por las mañanas con alguna dependienta del barrio donde acude a comprar las cuatro cosas de supervivencia, que medio la escucha casi sin mirarla, sin dejar de atender a sus labores. Y luego la soledad de las comidas, la tarde larguísima y las noches acribilladas por el desvelo.
Bastaría con unas gotas pero hoy tiene invitados. Desde cuándo no tiene visitas, desde cuándo nadie se sienta en el sofá del pequeño salón de su casa a preguntarle cómo se encuentra, a interesarse por ella. Ni lo sabe. Sólo esas llamadas insistentes a todas horas, encuestas de mercado, compañías telefónicas, seguros, cambios de calderas del gas con facilidades de pago, préstamos con intereses reducidos, mensajes publicitarios pregrabados. Antes a todo decía que no, colgaba sin más el teléfono o no lo cogía, pero desde que está completamente sola ha bajado la guardia y ha empezado a contestar extensas encuestas telefónicas, ha aceptado créditos, ha contratado seguros de todo tipo y cosas que no entiende de conexiones con velocidades de vértigo, según le dicen, y televisiones de pago, ha dado los datos de su cuenta bancaria a toda voz que se los haya solicitado. Tampoco contestaba antes al timbre de su puerta pero desde hace poco lo hace, aunque hasta hoy no ha dejado que pasaran. Acumula en la cómoda del recibidor folletos de prácticas religiosas diversas, de empresas de congelados, de ventas por catálogo, de excursiones de domingo con regalo incluido, de encuestas de intención de voto que ha de rellenar antes de que vuelvan a recogerlas.
El timbre de la puerta la sorprende sacando el pastel del horno. No sabe exactamente quién viene porque ha perdido la cuenta. En todo caso serán los primeros. Los pasa al comedor sin atender demasiado ni a sus saludos efusivos ni a sus explicaciones de presentación del producto, o del catálogo, o del Dios, o de lo que sea. Los acomoda en el sofá y vuelve a la cocina. Bastaría con unas gotas pero ha introducido el líquido en una de sus jeringuillas que clava en el pastel sin pensárselo dos veces. Conforme el cilindro transparente se vacía el contenido se expande entre las esponjosidades de la masa, manteniendo el flujo de inyección constante sin presionar demasiado la lengüeta de apoyo para que quede bien repartido. Cuando aparece en el comedor con los tres platos de postre y las cucharillas hay dos personas sentadas en el sofá que le sonríen amablemente, dispuestas a convencerla de algo.
Pequeño cuento de Navidad
Hace 1 día
2 comentarios:
Tècnica ninja d'acabar amb les xarxes d'assetjament domiciliari.
Les flors del mal de vegades es disfrassen de violeta marcida.
gran vengaza, aunqu elo ideal es que ella no comiera, que el veneno actuara al cabo de unas horas que fueran pasando, uno tras uno, todos los pelmazos del puerta a puerta.
¿alguien ha inventado el televeneno para los comerciales por teléfono?
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