Por Raquel Casas
La jefa entró tarde y sin afeitar. Todos la miramos pues corría de un lado a otro preocupada por el traje manchado y, en cambio, no se percataba de la sombra que recorría su rostro. Es postiza, dijo Gómez, hoy es jueves de Carnaval. Es suya, repuso Fernández, fíjate en los pelitos, son muy cortos. Yo la observaba desde mi mesa y no acertaba a decidir si era falsa o auténtica. La jefa no es muy carnavalera, todo lo contario, es una persona muy seria y ni siquiera le gustan las bromas. Así que me decanté por pensar que era de verdad, aunque sin tocarla o verla de cerca era tan difícil decidir... Nadie se atrevía a decirle nada. La jefa ya estaba más tranquila, con su camisa blanca de repuesto y el pelo repeinado y recogido con unas horquillas. Se puso a trabajar. Yo no podía parar de mirarla de reojo. Me producía una extraña sensación, algo entre la pena y la risa. Entre los compañeros corrían risas y rumores, señalaban sus barbas con la mirada o con un gesto de la cara. Fue la secretaria del departamento de Logística la que le acercó un espejito con la mano temblorosa. Todos nos temimos lo peor, pobre secretaria. No mirábamos hacia el despacho pero escuchábamos con atención; no se oía ni una tecla. Y no salía ni un ruido de allí. La secretaria salió con la cabeza alta y media sonrisa, y a continuación se cerraron las cortinitas y un reconocible brum brum de máquina de afeitar rugió en su interior.
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1 comentario:
"La jefa entró tarde y sin afeitar", un inicio apabullante...
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