sábado, 20 de enero de 2007

EL PULGÓN

Por Rufino Pérez


Y digo yo, ¿por qué en lugar de hablar tanto del siete, no hablamos hoy de mariquitas? Sí, sí, de mariquitas, ¿qué pasa? ¿Es que no tienen también su derecho a ser reconocidas como heroínas? Yo creo que sí, y mucho. ¡Ah!, pero ¿tú creías que…? No mujer, no, que también pudiera ser, ¿por qué no?; pero ahora me refiero a la Coccinella septempunctata (la mariquita de siete puntos).

Resulta que tengo un rosal en la terraza que no para de darme flores y más flores de un color amarillo azafranado. Es un rosal hijo de las Leyes de Mendel y que me tiene enamorado por esa manera tan desprendida de dar lo que tiene. Yo apenas lo cuido. Tengo que reconocer que como jardinero no me ganaría la vida. Y él, bueno, él me trae cada día con nuevos aromas, la fresca mañana, pintando entre la bruma del amanecer recién estrenado, sencillas gotas de rocío impregnadas en los pétalos de sus dulces flores.

Es mi amigo, mi enamorado. Tal vez debería decir mi amiga, mi enamorada, porque empiezo a pensar que por su prolífica gestación de flores, tiene que ser hembra. Una hembra, hembra –admírese el valor de la repetición del sustantivo-.

Bueno, pues a mi amor, un triste día se le oscureció el alma. Y sus brotes de oro azafranado comenzaron a pintar notas negras que poco a poco ocultaban el caro azafrán de los labios dorados de cada pétalo. El pulgón. Maldito pulgón. ¿Por qué siempre tiene que haber alguien que destruya lo bello? Montes quemados, arrasados por el negro pulgón cementero y ladrillero. Juventud de 20 años segada por el negro pulgón del cónyuge despechado. Negro. Pulgón. Gran pulga negra escondida en el pasamontañas negro del que dispara con los ojos negros y el corazón pulgón. Pulga. Bicha. Negra.

En fin, ¿qué podemos hacer? ¿Qué podía hacer yo para salvar a mi amor? El número siete. Tiene algo de mágico. La mariquita de siete puntos. Eso es.

Me costó encontrarlas. A veces, sin buscarlas las encuentras, pero ahora me costó encontrarlas. Alguna la tuve que sacar del armario, pero al final encontré cinco –podía haber dicho siete, pero fueron cinco-. Y en dos días, se comieron el pulgón.

Ojalá tuviéramos mariquitas para dar y vender. Pero aquellas cinco volaron. Se hartaron de comer. Sanaron mi amor y me dejaron un ramillete de flores amarillas de azafrán. ¿Y el pulgón? Vamos a dejarlo estar. Otro día seguimos hablando del siete.

3 comentarios:

Carla dijo...

¡Bella historia! y lo de las mariquitas... ¡quien lo diría! Cada día se aprende algo nuevo... A mi siempre me han gustado, por bonitas y simpáticas, y encima pueden ayudar al mundo vegetal, que tan necesitado anda últimamente... Felicidades por recuperar a tu amor, ¡de veras!

Unknown dijo...

Nos harían falta muchas mariquitas para comerse muchos pulgones y muchas escobas para barrer tantas y tantas cosas.... Bello texto, Rufi.

R.P.M. dijo...

Gracias Carla. Me alegro de que te haya gustado la historia. A ver si me sale alguna otra parcida estos días. La verdad es que tú tienes una especial habilidad para transmitir lo cercano cotidiano. Y eso siempre es bonito. Espero que sigas llenando de muchas historias este blog.

Y a ti, Carles, gracias también por apuntarte de primera escoba para barrer este mundillo.