Que el turismo cultural sea una herramienta política es una verdad sabida por todos/as. La importación de exotismos es una manera más o menos sutil de apropiación del tradicionario ajeno para desposeer a sus legítimos propietarios del sus propias raíces. Quien dice arte habla también de lengua, moral, estilo de vida e historia.
Según el doctor Brian Allen, de la Universidad de Yale, el Grand Tour propiciado en el siglo XVIII en Inglaterra tenía como objetivo culturizar a nobles y burgueses patrios en una tourneé por la vieja Europa, recalando especialmente en tierras italianas por la consecuente cantidad de arte allí acumulada. En principio la estrategia en cuestión respondía a una necesidad de educar a las clases económicamente más desarrolladas del reino, pero lastimosamente empobrecidas por un escaso legado histórico y artístico y un no menos deplorable desdén hacia todo lo foráneo. El Grand Tour escondía, pues, un verdadero complejo de inferioridad cultural de los países anglosajones (y también escandinavos) que se habían enriquecido con el tiempo a base de constantes saqueos bárbaros y abordajes de piratas subvencionados por la corona, esto es, con fondos públicos.
El trasfondo del Grand Tour era por ende un ejercicio de falsa filantropía con que se disimulaba una traumática falta de formación artística nacional. La excusa la fundamentaba no obstante una supuesta búsqueda de las fuentes originales de la sociedad occidental, en pos del glorioso pasado del Imperio Romano y las inversiones pictóricas y arquitectónicas de la santísima Iglesia Católica. Sin embargo, el primigenio interés “humanista” no evitaba las burlas de estos nuevos ricos frente a una Italia en franca decadencia moral y económica.
Durante todo el siglo XVIII y principios del XIX Inglaterra se las apañó para invadir pacíficamente Italia y Francia (cuna alternativa del arte, después del triunvirato Roma-Florencia-Venecia), aunque los fines fueran muy distintos a los formulados en un principio. Cientos de anticuarios y diletantes forrados de pasta engrosarían sus colecciones privadas –Egipto y la Catalunya norte fueron literalmente devastadas a golpes de martillo... y talonario–, y decenas de guiris de alto copete viajaban por países de segunda categoría para satisfacer prácticas sexuales criminalizadas en sus tierras de origen –como la pederastia y la sodomía– o para abortar el fruto de un amor adúltero en alguna oscura clínica extranjera.
De repente, la Galería Nacional de Londres y de Dublín y el British Museum comenzaron a quedarse pequeños ante la perpetua avalancha de nuevas adquisiciones que cultivados turistas iban cediendo a la corona como pago de elevados impuestos de lujo. Y, mientras, Italia entera reconvertía su principal industria económica en la producción de souvenirs, además de la venta imparable de su patrimonio cultural. Los yacimientos arqueológicos serían arrasados con fines de investigación académica y científica y artistas de escaso relieve se beneficiarían de las obras de encargo –como por ejemplo los retratos de Batoni y los paisajes en serie de Canaleto, que influirían posteriormente en la obra de Turner–. Incluso se consolidarían ghettos británicos en Roma, como en los alrededores de la Piazza Espagna, donde se llegaban a contar tres ingleses por cada italiano autóctono (entre pintores, poetas, filósofos, músicos y diplomáticos).
De no ser por la institucionalización pública de los museos vaticanos el saqueo legal de toda la herencia italiana hubiera prosperado uno o dos siglos más. Por una vez, el aperturismo popular de la Iglesia Católica no servía tan sólo para captar nuevos adeptos, sino también para proteger una buena parte del tesoro artístico nacional.
La afluencia turística atraída por el culturaleo del Grand Tour finalizaría drásticamente con la ocupación napoleónica de las tierras latinas. A partir de entonces, los saqueos patrimoniales no iban a seguir enriqueciendo las arcas de unas cuantas familias adineradas de Inglaterra, sino los fondos del recién inaugurado Museo del Louvre, erigido también con fines culturales declaradamente oportunistas... y políticos.Cientos de artistas británicos blancos robaron indiscriminadamente en el siglo XX el repertorio de los viejos bluesmen importados de África vía América, igual que hoy se exprime el limón del Bollywood para vender cocacola con sabor amargo, como en su día se calcaron las fórmulas de las pelis de artes marciales con presupuesto yanqui para público palomitero. En verano bebemos té frío de lata y aún nos sobra morro para llamarle noodles a los fideos chinos. ¿Quién ha dicho que el Grand Tour se haya acabado definitivamente?
1 comentario:
Manipulación y mentiras van juntas de la mano. Te digo A y luego hago B. Te digo que lo hago por A, pero en realidad yo sé que lo estoy haciendo por B. ¿Cómo salimos de todo este lío? En principio, sin llegar a la desesperación y tratando de abrir los ojos. Pero, es difícil.
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