Por Andrés González Castro
Cuando la iglesia católica me preparaba para la vida de casado en un curso prematrimonial, un día se habló de la paternidad responsable. Una joven pareja que manifestaba no tener nunca problemas de mutuo entendimiento dejó claro con gran desenvoltura que sí quería tener niños, “porque sí, bueno, porque es lo que toca, ¿no?, porque el reloj biológico, y se te pasa el arroz, y ves a los niños corretear y dices ¡jo!”, pero que antes querían disfrutar del piso. A mí aquella sarta de sandeces me dejó atónito, pero el colofón era de traca. ¿En qué consiste exactamente “disfrutar” un piso? Se puede pensar que la pregunta es cándida, porque una mayoría reduce el concepto de “disfrutar” aplicado a un piso a pegarse apretones cuando a uno le venga en gana. Cosa que es inquietante. Porque hoy en día pocas parejas llegan a los umbrales del compromiso sin haber gustado las dulces mieles (y amargas hieles) del amor -si exceptuamos a los mozalbetes y zagalas del archiconocido vídeo de "Amo a Laura"-. ¿A qué se debe, pues, tanta expectación? Los jóvenes se buscan la vida en descampados, debidamente acurrucados en sus coches, y otros muchos lugares insólitos cada vez que pueden, particularmente los fines de semana. Y como los noviazgos son largos porque el precio de los pisos es elevado y quién se va a emancipar si no tiene una televisión de plasma, la verdad es que los amartelados novietes llegan al altar bastante corridos, es decir, experimentados en lances de amor. Tanto frenesí por conseguir piso propio y, al final, las parejas matrimoniadas en nuestro país dedican solo dos días semanales a la coyunda, según estadísticas.
Entonces, ¿en qué consiste ese “disfrutar el piso”? ¿Se puede disfrutar de una nevera? ¿De una sandwichera? ¿De una aspiradora? Si es así, tenemos garantizada la paz doméstica: los tórtolos suspiran por meterse en casa –el casado casa quiere– y ampliar sus actividades comunes, reducidas hasta entonces a intercambio de flujos, con actividades tales como la gastronomía –cuyo emblema es la sandwichera– y la limpieza –con la aspiradora como mascarón de proa–. En consecuencia, se adquiere rápido la mal llamada curva de la felicidad y sin solución de continuidad uno se apunta a un gimnasio que lo redima del pecado de la gula. La limpieza se suele delegar en la fémina y lo que fuera disfrutar del piso se transforma en padecerlo con una rapidez que ya querría para sí el AVE Madrid-Barcelona.
Siendo el antedicho “disfrutar” muy sospechoso, lo es tanto o más el “disfrutar” del que abusan quienes se sirven de él con obstinación para referirse a las vacaciones. Las vacaciones, además de ser siempre “merecidas”, parece ser que, además, “se disfrutan”. Lo cual es una enorme falacia. Porque se sabe que las vacaciones, especialmente las estivales, porque son más largas, suelen desembocar en un periodo de continuos rifirrafes en el seno de las familias peor avenidas. Sus miembros, hasta entonces mantenidos a raya por jornadas extenuantes, se ven forzados a convivir un número de horas desproporcionado y a compartir actividades que pueden poner a prueba la resistencia de los cónyuges y descendientes (de haberlos). Como sentencia el mono del anís, la ciencia (estadística) lo dice: en las vacaciones se fraguan muchos divorcios. Hasta en la muy católica Italia las cosas son así y así se las hemos contado, es decir, que caminan hacia la convergencia con Europa en materia de divorcios y separaciones a pasos agigantados (International Herald Tribune, 7 de agosto de 2003). De manera que el dichoso disfrute vuelve a estar bajo sospecha.
Al final de estas disquisiciones, no me queda sino recomendar un tanto de prudencia en las manifestaciones de júbilo que preceden a esos períodos cruciales de nuestras vidas que se llaman matrimonio y vacaciones. El primero suele acaecer menos veces, pero de ambos se piensa disfrutar y a veces ambos se acaban padeciendo. Sugiero que se utilicen fórmulas más neutras como “quedarse en casa” por “disfrutar del piso” y “pasar las vacaciones” por “disfrutar las vacaciones”. A veces los hablantes exageran la nota en ese terreno resbaladizo de las aspiraciones colectivas que acaban en tremendos fracasos personales.
4 comentarios:
He "disfrutado", como siempre, por otra parte, de tu artículo y de tu prosa sagaz e inteligente. Y tienes razón, los manidos tópicos lingüísticos, que con tanta acidez aseteaba el maestro Lázaro Carreter, ocultan a menudo no menos idiotas tópicos sobre la vida que esconden bajo el maquillaje realidad mucho menos "disfrutadas".
Despues de leer tu articulo,en católico castellano...como nos daban los cursillos prematrimoniales,a algunas incluso las amonestaciones(despues de 23 años ,todavia no he perdonado el silencio de mi gente).Quiero presentar una queja formal a la oficina de "consumados",para que la eleven a quien proceda(desconozco el actual escalafón).
!Quiero piso!,quiero disfrutarlo con pasión menopáusica...incluso sin vacaciones.LLevo ,casi un cuarto siglo,poniendo cortinas y lavadoras, en un círculo vicioso ,con espíritu de concurso de traslados y amamantando depredadores,con mucho amor y en las crisis,segun instrucciones dadas.
Ahora los biblicos hijos anunciados(obviare calificativos,por la parte que me toca)realizan cursillos post matrimoniales,de larga duración....invadiendo mi espacio,mi nevera,mi microondas,mi...pero,curiosamente no tocan ni la lavadora,ni la aspiradora...porque,agotados de sus interminables estudios via internet(hoy el graduado en Eso,es un master),necesitan vacaciones mientras ahorran para la tele de plasma.
Lo más difícil en la convivencia de pareja a través de las diversas fórmulas, es encontrar espacio y tiempo propios. Parece que la situación de convivencia se basa en la dedicación del tiempo a los demás (pareja, hijos..) y si realmente lo hacemos así, hemos convertido la convivencia en una ONG (nos entregamos a los demás). "Vivir con" es saber que no estás solo, que ahora eres uno con otro/s, pero nunca uno en otro/s. Disfrutemos el uno con el otro, nunca el uno del otro. Y sin más preposiciones, mirémonos el uno al otro sin perder nuestra identidad y reconociéndonos mutuamente en ella. (¿Y qué hago yo dando consejos?)
En este caso,leido y escuchado rpm,ser sabio.No volvamos a la pregunta del año ,para no comprender la respuesta....llamemoslo "disfrutar" incluso de la propia compañia,a veces jodida pero siempre comoda,de la fantástica soledad compartida y a ser posible con humor y sin estrecheces de miradas.(¿has pensado en dar cursillos?¿valen para sexenios?).
p.d.d
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