martes, 13 de febrero de 2007

Las portadas de nuestra vida: homenaje a Daniel Gil.

Por Carlos Rull

Dicen que nunca hay que juzgar un libro por su portada como nunca hay que juzgar a una persona por su rostro. Cierto. Pero no es menos cierto que, a menudo, la sabiduría popular admite excepciones en sus axiomas y máximas. Las cubiertas de aquellos sencillos y económicos volúmenes de “El Libro de Bolsillo” de Alianza Editorial, con los que tantos y tantos lectores accedimos a buen precio a la gran literatura, constituyen, gracias a la tarea del diseñador gráfico Daniel Gil, una de esas excepciones: son libros que merecen ser juzgados tanto por su contenido como por sus magistrales cubiertas.

Gil constituye una de las grandes cimas del diseño gráfico en España, pero su influencia va mucho más allá de su faceta artística para erigirse en un creador único también en el ámbito de la imaginería literaria. Muchas generaciones de lectores de este país, sobre todo muchos jóvenes estudiantes con escaso poder adquisitivo que hallábamos en la colección de Alianza un atajo barato para empezar a llenar nuestras estanterías, hemos asociado indisolublemente muchas grandes obras literarias con la imagen que Daniel Gil escogió para su cubierta.

Nacido en 1930 y fallecido en noviembre de 2004, Daniel Gil empezó su tarea como diseñador de portadas de la colección “El Libro de Bolsillo” en 1966, y durante veinticinco años se dedicó a romper radicalmente con el convencionalismo editorial que reinaba en aquellos días para crear un nuevo lenguaje basado en la experimentación y la innovación. Fotografías en color de naturalezas muertas en las que los objetos, las formas y los colores cobraban un nuevo significado, una nueva vida. Ilustraciones, juegos tipográficos, objetos tridimensionales, colores, luces, cachivaches, fotografías, que a menudo no se limitaban a acompañar o iluminar lo que en el interior íbamos a encontrar, sino que completaban y enriquecían la lectura, o sugerían nuevos puntos de vista, otras lecturas, otros caminos. Eran depuradas y minuciosas creaciones que navegaban con agilidad entre la ironía, la paradoja, el absurdo, la metáfora, el símbolo, la sugerencia. Cubiertas que se convertían no sólo en sugestivos pórticos de la obra literaria, sino que, gracias a su técnica única y originalísima, individualizaban el libro, lo convertían, de una manera casi mágica, en algo más que un mero ejemplar – otro cualquiera – de una numerosa tirada. En manos de Gil, una cubierta se convertía a la vez en una reflexión sobre el libro y en un poema visual. A buen seguro, muchos lectores conservan aún con cariño, en un rinconcito de su biblioteca, aquellos libros de Alianza con los que muchos de nosotros iniciamos nuestro periplo literario. Algunos de estos libros, por cierto, han sido reeditados recientemente por Alianza con encuadernación de cartoné.

Todo esto viene a que me hallo de nuevo sumergido en la ingente obra de ingeniería que supone hallar un rincón para cada libro en las estanterías de mi piso: el espacio, excepto en Star Trek, tiene siempre un límite, los libros, en cambio, no. En el proceso de tan magna y dificultosa operación uno siempre halla libros que apenas recordaba y con los que inevitablemente vincula momentos, épocas, nostalgias y añoranzas. Recuerdo cómo aquellos libros de Bolsillo empezaron a desplazar a la estantería superior de mi habitación de adolescente las obras de Tolkien, Stevenson, Asimov, Scott Card, Arthur C. Clarke, Bradbury y otros muchos de los que bosquejaron y perfilaron mi primera formación lectora (y de cuya compañía aún disfruto a menudo). Recuerdo la inquietante sensación que me produjo la inolvidable portada de Tristana con aquella imagen terrible de la pierna ortopédica. ¿Quién no sintió un estremecimiento ante la delgada línea roja que nos abría las puertas a El corazón de las tinieblas? ¿O ante la claustrofóbica reiteración del título de La metamorfosis? ¿O ante las turbadoras y misteriosas portadas de los libros de Borges? ¿O ante las inspiradísimas fotografías que anteceden la lectura de las obras de De Quincey? ¿O ante el cráneo pelado de Los jefes/ Los cachorros de Vargas Llosa?¿O ante el juego de sombras y perfiles que tan maravillosamente nos anticipa los relatos de Dublineses? ¿O ante las alucinantes y alucinadas cubiertas de los relatos de Maupassant o de Hoffmann? ¿Quién, en fin, de entre las últimas generaciones del COU no asocia El árbol de la ciencia a esa mirada profunda y enigmática con que Gil ilustró su cubierta? La lista podría ser interminable. Dijo Daniel Gil que él concebía la cubierta de un libro como un cuadro, y así debía ser, pues no son pocos los lectores que adquirieron algún ejemplar de "El Libro de Bolsillo" con la exclusiva y sana intención de disfrutar de la ilustración del lomo.
En 2001 rechazó el Premio Nacional de Diseño como repulsa a la comercialización e industrialización de este arte: aquí podéis leer la entrevista que concedió entonces a Rolling Stone. Ediciones Aldeasa publicó en 2005 una antología comentada de las mejores cincuenta más una portadas de Gil. Existen unos premios Daniel Gil de diseño editorial patrocinados por la revista Visual. Dicen que llegó a diseñar para “El Libro de Bolsillo” más de cuatro mil cubiertas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Por Iván Sánchez

Ah, Daniel Gil, junto a Corazón (y útimamente también América Sánchez) son autores tan necesariamente reconocidos como los propios nombres de los escritores que acompañan sus diseños. Ser una medianía literaria y tener el privilegio de presumir de una portada de Gil era uno de los mayores orgullos de la cultura española de anteayer. El trabajo del sr. Gil demostraba que, en ocasiones, un libro podía vender más por el atractivo de una buena portada que por la supuesta calidad del contenido. En eso, la editorial Alianza le debe el mayor de los honores.

Ahí os dejo algunas perlas de Gil en la entrevista que concedió a Rolling Stone, después de rechazar el premio gordo:

"Mariscal es muy amable, incluso me ha regalado un cenicero; pero esos diseños suyos parecen un bigotito torturado."

"Enseguida empecé a tener dificultades con el PCE. Nunca tuve carné. Yo era de los blandos, de los que me separé junto a Pradera, Goytisolo o Seix Barral. Para mí, el PCE siempre ha sido demasiado obrerista."

"Yo he sido rojo, pero no me siento especialmente orgulloso de ello. Ya ni siquiera lo soy: ahora no soy nada."

"Yo detesto la música. O más bien el ruido que mete la música. No soy nada melómano y no tengo cultura musical. Si usted hubiera tenido que tratar con gente como Raphael... Los cantantes ligeros eran gente de poca cultura y cuando tenían éxito se volvían insoportables. Y de los directores de las discográficas, para qué hablar."

Daniel Gil, genio y figura hasta la sepultura. Un maestro, y un artista.

R.P.M. dijo...

Coincido plenamente en el valor de la portada, y más aún, el de las de Alianza editorial, que como tú dices creaban una llamada de atención junto con el título, para el lector de entonces. Un aplauso para Gil. Ah, y de paso, si consigues solucionar el problema de espacio en las estanterías, dímelo. Yo estoy pensando en hacer una profusa donación al Proyecto Liber -je, je- pero resulta que ahora ni el Proyecto tiene espacio. Esperaremos, a ver si mientras tanto me libero de la nostalgia.