Sábado, 17 de febrero de 2007
Días de carnaval y lluvia. Mucho de qué hablar, sin duda. Voy a centrarme en 2 poetas: Joan Margarit, y Ben Clark.
Esta semana he leído Casa de misericordia de Joan Margarit y he hallado en él una honestidad intachable.
En su epílogo dice que es más importante lo que hacemos que no lo que pensamos que queremos hacer. Es una poesía que no necesita acumular palabras vacías o sonidos difíciles para cantar aunque calle, como los pájaros cuando sienten pasos demasiado cerca de donde cantan.
En el epílogo dice también Joan Margarit que es probable que la poesía sea tan sólo una cuestión de intensidad. Ya había sido destacable su trabajo anterior, el que era más reciente el de Cálculo de estructuras, pero no de todos los vinos puede decirse que mejoren con la edad.
La sensación que queda tras leer a Margarit, tras esa última casa de misericordia en que se ha convertido la poesía, és que su voz lucha contra el miedo y la intemperie, un miedo y una intemperie múltiples, cotidianos, próximos.
Casi un año después de que le fuera concedido el Premio de Poesía Hiperión, por gentileza de un amigo que me lo ha prestado, he leído Los hijos de los hijos de la ira de Ben Clark. Nueve años más joven que mis huesos.
Encuentro normal por la edad que el libro tenga algo de "descompensación" y me explico que la intensidad sube y baje entre algunas de sus partes. Sin embargo tiene la virtud, no habitual, de no caer en la ñoñería propia de la juventud.
Cuando aborda el amor muestra la sutileza del hambre que se saciará el mismo día que muera nuestro miedo. El libro se abre con la lluvia y se cierra con ese Dios que no va a hacernos caso, ni siquiera a los que tenemos palabras de poeta, a los que somos farsantes, tahúres y trileros por decir la verdad.
Pasamos de una voz ya madura a una voz en ciernes, de Margarit a Clark, y ya se sabe que, Margarit dixit, un buen poema, para que sea bello, debe ser cruel.
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