Por Andrés González Castro
Hace muchos años, cuando servidor aún no tenía 33 (ayer los cumplí, y qué rabia da eso de que le digan a uno “la edad de Cristo”; aunque el diccionario avala ese significado, es más exacto decir que era la edad de Cristo cuando lo crucificaron, porque digo yo que cuando era más joven también tenía alguna edad), alguna vez había oído aquella canción, quizás del grupo MCD, que repetía a voz en cuello lo de “Mucha policía, poca diversión”. Es un lema que en estos días conoce nuevo auge gracias al reciclaje en “Mucha policía, poco botellón”, cántico coreado por los maleantes de Malasaña que no entienden ese principio democrático de dónde acaba la propia libertad. También servidor había coreado en algún momento de exaltación etílica algún que otro “El qui no boti policia nacional, policia nacional, policia nacional”, por aquello de que el adolescente es esencialmente mimético. En aquel entonces, decir “policia nacional” (en catalán) era una especie de insulto en los círculos pseudojipis en que me movía más por aquello del birds of a feather flock together que por una elección consciente.
El caso es que hace ya años que los Mossos d’Esquadra vienen relevando de manera progresiva en sus funciones a la Policía Nacional y a la Guardia Civil que servía en Cataluña. Algunos demagogos, con malsana insistencia, señalan las limitaciones de la policía propia con motivo de alguna oleada de robos (en Tarragona, por ejemplo) con una invectiva muy sobada: “Antes, con la Guardia Civil, esto no pasaba”. Claro. Ya se sabe que cualquier tiempo pasado fue anterior y que la nostalgia ya no es lo que era. Pero, además de sesgadas, esas críticas omiten que si un cuerpo policial se retira sin que otra ocupe su lugar, está cantado que se van a producir problemas. ¿O es que somos tan ingenuos como mantener que existe una sociedad que prescinda de un aparato disuasorio y represor que funcione adecuadamente? Cosa es de creer que la policía no es tonta, pero muchos delincuentes tampoco. Y a río revuelto, ganancia de pescadores; a buen entendedor, pocas palabras bastan, y al buen callar llaman Sancho.
Viene todo esto a cuenta del goteo de incidentes de mayor o menor gravedad en que se está viendo implicada la policía autonómica (o nacional, escoja el lector) en las últimas semanas: los supuestos maltratos en la comisaría de Les Corts, el balaceo mortal a un enfermo mental que empuñaba un pico, la muerte cerebral de un detenido y el uso del kubotan (cierto pincho con nombre de repelente de mosquitos, parece que ni legal ni ilegal, sino alegal, de origen hindú) para repeler manifestantes. Con ser cierto que los sucesos no son poca cosa y que, además, se han producido en muy poco tiempo, cabe hacer diversas reflexiones. La primera, que es a la policía a quien corresponde el monopolio de la fuerza en un estado de derecho. Ejercerla en una manifestación cuando los exaltados de turno quieren dar al traste con el carácter pacífico de una protesta no parece censurable. ¿No hemos quedado en que el poder de coacción debe recaer en una estructura controlada por la administración? La segunda, que es fácil arrojar paladas de oprobio al buen nombre de un cuerpo de policía, pero que se debe saber el alcance del populismo en cuestiones tan delicadas. Se arroja la sombra de la sospecha, se comenta alegremente si hubo abuso de autoridad y se aparcan circunstancias como qué demonios hacía un tipo blandiendo un pico, por qué demonios un detenido se resiste y chulea o cuáles son los límites de la presunción de inocencia para un multireincidente en la delincuencia.
Ayer, en el programa de radio El cafè de la República, citaba Joan Josep Queralt, catedrático de Derecho Penal de la UB, a un alto mando de la policía y las fuerzas armadas para recordar que los ciudadanos (dicho sea sin segundas) queremos la cuadratura del círculo: la libertad de los EEUU y el orden de la Unión Soviética. Sin pretender ese delirio, si me dan a escoger entre el cretino que le da un puñetazo a un policía y el policía, ahora que ya se me pasó el mareo de mis botellones juveniles, me quedo con aquellos que entonces llamábamos monillos, pitufos o maderos. Pese a los efectos secundarios del kubotan.
Hace muchos años, cuando servidor aún no tenía 33 (ayer los cumplí, y qué rabia da eso de que le digan a uno “la edad de Cristo”; aunque el diccionario avala ese significado, es más exacto decir que era la edad de Cristo cuando lo crucificaron, porque digo yo que cuando era más joven también tenía alguna edad), alguna vez había oído aquella canción, quizás del grupo MCD, que repetía a voz en cuello lo de “Mucha policía, poca diversión”. Es un lema que en estos días conoce nuevo auge gracias al reciclaje en “Mucha policía, poco botellón”, cántico coreado por los maleantes de Malasaña que no entienden ese principio democrático de dónde acaba la propia libertad. También servidor había coreado en algún momento de exaltación etílica algún que otro “El qui no boti policia nacional, policia nacional, policia nacional”, por aquello de que el adolescente es esencialmente mimético. En aquel entonces, decir “policia nacional” (en catalán) era una especie de insulto en los círculos pseudojipis en que me movía más por aquello del birds of a feather flock together que por una elección consciente.
El caso es que hace ya años que los Mossos d’Esquadra vienen relevando de manera progresiva en sus funciones a la Policía Nacional y a la Guardia Civil que servía en Cataluña. Algunos demagogos, con malsana insistencia, señalan las limitaciones de la policía propia con motivo de alguna oleada de robos (en Tarragona, por ejemplo) con una invectiva muy sobada: “Antes, con la Guardia Civil, esto no pasaba”. Claro. Ya se sabe que cualquier tiempo pasado fue anterior y que la nostalgia ya no es lo que era. Pero, además de sesgadas, esas críticas omiten que si un cuerpo policial se retira sin que otra ocupe su lugar, está cantado que se van a producir problemas. ¿O es que somos tan ingenuos como mantener que existe una sociedad que prescinda de un aparato disuasorio y represor que funcione adecuadamente? Cosa es de creer que la policía no es tonta, pero muchos delincuentes tampoco. Y a río revuelto, ganancia de pescadores; a buen entendedor, pocas palabras bastan, y al buen callar llaman Sancho.
Viene todo esto a cuenta del goteo de incidentes de mayor o menor gravedad en que se está viendo implicada la policía autonómica (o nacional, escoja el lector) en las últimas semanas: los supuestos maltratos en la comisaría de Les Corts, el balaceo mortal a un enfermo mental que empuñaba un pico, la muerte cerebral de un detenido y el uso del kubotan (cierto pincho con nombre de repelente de mosquitos, parece que ni legal ni ilegal, sino alegal, de origen hindú) para repeler manifestantes. Con ser cierto que los sucesos no son poca cosa y que, además, se han producido en muy poco tiempo, cabe hacer diversas reflexiones. La primera, que es a la policía a quien corresponde el monopolio de la fuerza en un estado de derecho. Ejercerla en una manifestación cuando los exaltados de turno quieren dar al traste con el carácter pacífico de una protesta no parece censurable. ¿No hemos quedado en que el poder de coacción debe recaer en una estructura controlada por la administración? La segunda, que es fácil arrojar paladas de oprobio al buen nombre de un cuerpo de policía, pero que se debe saber el alcance del populismo en cuestiones tan delicadas. Se arroja la sombra de la sospecha, se comenta alegremente si hubo abuso de autoridad y se aparcan circunstancias como qué demonios hacía un tipo blandiendo un pico, por qué demonios un detenido se resiste y chulea o cuáles son los límites de la presunción de inocencia para un multireincidente en la delincuencia.
Ayer, en el programa de radio El cafè de la República, citaba Joan Josep Queralt, catedrático de Derecho Penal de la UB, a un alto mando de la policía y las fuerzas armadas para recordar que los ciudadanos (dicho sea sin segundas) queremos la cuadratura del círculo: la libertad de los EEUU y el orden de la Unión Soviética. Sin pretender ese delirio, si me dan a escoger entre el cretino que le da un puñetazo a un policía y el policía, ahora que ya se me pasó el mareo de mis botellones juveniles, me quedo con aquellos que entonces llamábamos monillos, pitufos o maderos. Pese a los efectos secundarios del kubotan.
7 comentarios:
Sincerament no li tinc especial estima ni a la policia ni als cretins que donen cops de puny als policies. Però hi ha una cosa que s'ha de tenir en compte, moltes vegades, els policies no són més que cretins reciclats. I ja sabem que si una cosa no se'ns dóna massa bé a la humanitat, és precisament el reciclatge.
Ya hemos creado una fuerza y le hemos dado legalidad. Ahora atengámonos a las consecuencias y corrijamos los posibles errores.
Estic d'acord amb tu, Marc, que el policia faceciós és una espècie massa freqüent. Em refereixo a aquell que està molt pagat de si mateix perquè duu pistola. Són petits Torrentes. Ara bé: com a institució, els Mossos són una policia creada en democràcia. Segurament la millor de l'Estat (amb totes les limitacions) perquè, a diferència de la resta de cossos policials, no tenen un passat franquista, cosa que s'ha de traduir en un millor funcionament.
Ho sento, perè sempre he tingut la impressió que un senyor o senyora d'uniforme, vingui d'on vingui, acaba fent por. A un tipet corrent, del carrer, li dones un uniforme, una pistola i unes ulleres de sol i es converteix ràpidamente, en molts casos, en un capullo. Excepcions? Moltes, per sort. I més ens val que n'hi hagi, perque a la Generalitat tant d'esquerres que tenim li va més la repressió que l'educació: és la única manera d'explicar que un mosso (un soldat ras) cobri més que un professor (també ras), tot i que el segon té obligatòriament una carrera i és funcionari de més nivell i el primer no acostuma a tenir-la i pertany a un nivell funcionarial inferior. I no parlem de la diferència pressupostària entre Interior i Ensenyament.
En fi.
Ah, i respecte a les famoses vacances llarguíiiiiiiisimes de les que gaudeix el denostat i maltractat professorat, algú s'ha mirat els horaris i les vacances dels mossos i ho ha comparat? Si ho fessin, molts dels que ataquen als docents per les seves vacances es quedarien muts i a la gàbia, que aquí els privilegiats són uns altres.
Ho sento, Carles, però no penso igual que tu. A mi, les noies vestides amb uniforme d´infermera i res més a sota m´agraden molt. I si m´han de mirar la temperatura quan tinc calentura, més encara. De fet, no m´importaria gens que em castiguessin per haver estat un noi dolent i entremaliat.
Posa-li ulleres de sol a la infermeres i s'ha acabat el morbo. Tammateix, et dono la rao: "hay uniformes y uniformes".
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