Por Iván Sánchez Moreno
El peligro de elucubrar científicamente los contenidos ocultos del arte es que se pueden originar las más alucinantes interpretaciones con viso empírico. Tales son las relecturas que hace Freud del Moisés de Miguel Ángel, el Hamlet de Shakespeare, Los hermanos Karamazov de Dostoievsky o 24 horas en la vida de una mujer, de Stefan Zweig. Su pervertida mirada lo trufa prácticamente todo de falos, sodomías, homofilias, onanismos e incestos, pero, eso sí, siempre con el sambenito del cientificismo y el rigor de una metodología empírica.
Así se llegó a la conclusión recientemente de que, tras un sesudo análisis a fondo del retrato de la Gioconda pintado por Leonardo da Vinci entre 1503 y 1507, su enigmática sonrisa respondía al feliz hallazgo de que la modelo se encontraba en estado de buena esperanza.
Los concienzudos –y poco concienciados– científicos desestimaron corroborar sus resultados con otras obras del mismo autor, ignorando que una de sus características más reconocibles es lo que algunos expertos han dado en llamar “la sonrisa leonardesca”, y que según Freud es una fijación obsesiva del recuerdo de la madre biológica del pintor.
Pero considerar la sonrisa de la Monna Lisa como una prueba de su embarazo no sólo es inexacto, sino además un sacrilegio de órdago, porque si se recurre al cuadro que representa a la Virgen con el Niño sentados en las rodillas de Santa Ana se constatará la misma sonrisa en los rostros de las dos mujeres. Aceptar la trillada teoría de la Gioconda preñada por la presunta certidumbre de su análisis supone considerar aquí a la Virgen María en estado –¿será cosa de San José, esta vez?–, lo cual incurriría casi en la blasfemia y, por otro lado, embarazar también a la abuelita de Jesús, lo que ya puede parecer mucho más improbable en tiempos en los que la experimentación genética no estaba tan avanzada y nadie tenía, como hoy, la pretensión de convertir ovejas en seres inmortales ni transgenizar el maní para inmunizarlo contra toda la eternidad.
Para curarse en salud, sin embargo, otro de los rasgos que esgrimieron los responsables de tan útil investigación fue el peto que viste la Gioconda, según hipótesis de la moda prenatal. A tenor de que sus argumentos se apoyan exclusivamente en lo meramente observable a simple vista, cabe entonces la posibilidad de presentar asimismo los fundamentos para creer que todos los modelos que posaron para El Greco pertenecían a una especie alienígena de seres con apariencia humanoide, de proporciones imposibles y ojos grandes y prominentes, estructura ósea extensible y decoloración cerúlea y cenicienta de la membrana que recubría su cuerpo a modo de piel. Los datos, que son empíricamente contrastables, apoyarían esta teoría, por muy absurda que sea...
El problema de analizar una obra al margen del contexto sociohistórico y psicobiográfico del autor, centrándose tan sólo en aquella pieza escogida, puede ocasionar errores tan grotescos como el de esta sonrisa tan embarazosa. Limitarse a una única obra para extrapolar todo un discurso general equivale a desconsiderar un artista porque una vez se vio una de sus piezas y no gustó. Esto es, visto un cuadro, vistos todos.
Obviar un detalle de enjundia como la sonrisa en la obra de Leonardo es como juzgar la premisa de que todos los patos son negros porque el único espécimen a mano tenía el plumaje negro. ¿Qué estrambóticas conclusiones hubieran pergeñado de encontrarse con aquel autorretrato a carbonilla de un envejecido y barbado Leonardo si éste se hubiese dibujado con una leve sonrisa? Si algún día surge de nuevo una reconciliación entre las artes y las ciencias, como en el Renacimiento, no será ésta la vía más adecuada... Absoluto terror produce –además de un traumático descenso de la libido– imaginar un mundo plagado de mujeres perfiladas con el canon de belleza de Las damas de Aviñón.
El peligro de elucubrar científicamente los contenidos ocultos del arte es que se pueden originar las más alucinantes interpretaciones con viso empírico. Tales son las relecturas que hace Freud del Moisés de Miguel Ángel, el Hamlet de Shakespeare, Los hermanos Karamazov de Dostoievsky o 24 horas en la vida de una mujer, de Stefan Zweig. Su pervertida mirada lo trufa prácticamente todo de falos, sodomías, homofilias, onanismos e incestos, pero, eso sí, siempre con el sambenito del cientificismo y el rigor de una metodología empírica.
Así se llegó a la conclusión recientemente de que, tras un sesudo análisis a fondo del retrato de la Gioconda pintado por Leonardo da Vinci entre 1503 y 1507, su enigmática sonrisa respondía al feliz hallazgo de que la modelo se encontraba en estado de buena esperanza.
Los concienzudos –y poco concienciados– científicos desestimaron corroborar sus resultados con otras obras del mismo autor, ignorando que una de sus características más reconocibles es lo que algunos expertos han dado en llamar “la sonrisa leonardesca”, y que según Freud es una fijación obsesiva del recuerdo de la madre biológica del pintor.
Pero considerar la sonrisa de la Monna Lisa como una prueba de su embarazo no sólo es inexacto, sino además un sacrilegio de órdago, porque si se recurre al cuadro que representa a la Virgen con el Niño sentados en las rodillas de Santa Ana se constatará la misma sonrisa en los rostros de las dos mujeres. Aceptar la trillada teoría de la Gioconda preñada por la presunta certidumbre de su análisis supone considerar aquí a la Virgen María en estado –¿será cosa de San José, esta vez?–, lo cual incurriría casi en la blasfemia y, por otro lado, embarazar también a la abuelita de Jesús, lo que ya puede parecer mucho más improbable en tiempos en los que la experimentación genética no estaba tan avanzada y nadie tenía, como hoy, la pretensión de convertir ovejas en seres inmortales ni transgenizar el maní para inmunizarlo contra toda la eternidad.
Para curarse en salud, sin embargo, otro de los rasgos que esgrimieron los responsables de tan útil investigación fue el peto que viste la Gioconda, según hipótesis de la moda prenatal. A tenor de que sus argumentos se apoyan exclusivamente en lo meramente observable a simple vista, cabe entonces la posibilidad de presentar asimismo los fundamentos para creer que todos los modelos que posaron para El Greco pertenecían a una especie alienígena de seres con apariencia humanoide, de proporciones imposibles y ojos grandes y prominentes, estructura ósea extensible y decoloración cerúlea y cenicienta de la membrana que recubría su cuerpo a modo de piel. Los datos, que son empíricamente contrastables, apoyarían esta teoría, por muy absurda que sea...
El problema de analizar una obra al margen del contexto sociohistórico y psicobiográfico del autor, centrándose tan sólo en aquella pieza escogida, puede ocasionar errores tan grotescos como el de esta sonrisa tan embarazosa. Limitarse a una única obra para extrapolar todo un discurso general equivale a desconsiderar un artista porque una vez se vio una de sus piezas y no gustó. Esto es, visto un cuadro, vistos todos.
Obviar un detalle de enjundia como la sonrisa en la obra de Leonardo es como juzgar la premisa de que todos los patos son negros porque el único espécimen a mano tenía el plumaje negro. ¿Qué estrambóticas conclusiones hubieran pergeñado de encontrarse con aquel autorretrato a carbonilla de un envejecido y barbado Leonardo si éste se hubiese dibujado con una leve sonrisa? Si algún día surge de nuevo una reconciliación entre las artes y las ciencias, como en el Renacimiento, no será ésta la vía más adecuada... Absoluto terror produce –además de un traumático descenso de la libido– imaginar un mundo plagado de mujeres perfiladas con el canon de belleza de Las damas de Aviñón.
2 comentarios:
La elucubración científica no sólo en el arte sino en la vida real, es una tendencia humana. Solemos juzgar por la cara; el rostro nos deja la primera impresión de alguien. Y en algunos casos, los científicos trabajan para demostrar que ciertos rasgos de la cara indican tendencias criminales. Así que, cuidado con fruncir el ceño demasiado cuando estemos en una reunión de científicos .
Vale,acepto que es un peligro...pero divertido.Me he remirado la Gioconda y me he reido con ganas,imaginandome todos tus contra análisis.Confieso nuevas visiones de "gogo".
Por cierto,las ranas hubieran sido mas adecuadas para la comparación...las pobres andan en paro de sonrisas.
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