miércoles, 27 de junio de 2007

El advenimiento del Elegido

Por Jan de Moor

El vuelo rasante del buitre leonado en aquella gélida madrugada de invierno la interpretó Bar Ba Mec como la señal del inminente advenimiento del Elegido. No cabía perder un segundo: la Santa Hermandad del Berberecho concentraría todas sus fuerzas en dar con el paradero del Llamado a Redimir a los Irredimibles y asesinarlo.

Bar Ba Mec no tenía otra que emprender un peligroso viaje a Sebastopol para hacerse con el Amuleto del Santo Mejillón, que debería imponer al Elegido para protegerlo de las agresiones de sus enemigos. La imposición del amuleto se debería llevar a cabo acompañándola del recitado de las palabras mágicas transmitidas por generaciones que se pierden en la noche de los tiempos:

¡Oh, tú! Elegido, Divino Protector.
Cordero Degollado.
Lirio de Belleza Andrógina.
Ababol de Iridiscentes Pétalos.
Que el aura de Luz que emanas
nos proteja de las Tinieblas Eternas
y de las calderas de Pedro Botero.
Aparta a las Fuerzas del Mal
y haznos partícipes en el Banquete
de tu Santa Perpetuidad.


Bar Ba Mec, el de multiforme ingenio, se despidió de sus compañeros de la Secta del Alimoche haciendo las acostumbradas abluciones rituales en las axilas y los pies. Su esposa, Kas Ki Vana, la de alegre trato con múltiples hombres, secó con su cabellera los pies de su amado y ungió la frente del cornúpeta con el óleo sagrado, hasta entonces guardado en una gruta de la Capadocia y traído ex profeso para la ocasión por el ave Félix, prima segunda de aquella otra que resurgía de sus cenizas, la conocida en el siglo como ave Fénix. Kar Ka Mal, el anciano padre de Bar Ba Mec, hizo entrega a su hijo de la espada que sus ancestros habían custodiado también desde generaciones que se pierden en la memoria de los más longevos: la mítica Filomátic.

A la misma hora, en Kazajistán, el semiólogo y sinólogo Fu Man Do, Gran Maestre de la Logia del Membrillo Colorao, había leído en los posos de una taza de té que debía unirse a una expedición que cambiaría el rumbo de la Historia. Por su parte, Tur Baa Mult’a, un polifacético sudanés aquejado de trastorno bipolar, antiguo miembro de los Caballeros Templarios, había soñado durante tres siestas seguidas que debía unirse a la Santa Trinidad de los Protectores del Elegido. En Sebastopol, Bar Ba Mec, Fu Man Do y Tur Baa Mult’a se conjuraron para arrebatar el Amuleto del Santo Mejillón a quienes hasta entonces lo detentaban: los torvos miembros del Clan de los Toscos Andurriales.

Contrataron a un trujimán para que les sirviera de mediador con los antedichos miembros del Clan de los Toscos Andurriales, pero todo fue en vano. Los muy cenutrios solo accederían a ceder el amuleto a cambio de una quiniela millonaria. Mientras Fu Man Do se esforzaba en predecir el resultado del pleno al quince, un incierto Getafe – Recreativo de Huelva, basándose en el vuelo de una golondrina albina, Tur Baa Mult’a perdió los papeles, arrebató la espada Filomátic a Bar Ba Mec, degolló a todos los componentes del clan, al pobre trujimán, ya puestos, y solo respetó a Fu Man Do porque el aguerrido Bar Ba Mec lo paralizó con un conjuro que la bruja Morgana había transmitido a la Secta del Alimoche, vía Pernambuco.

En la otra punta del planeta, camuflados entre la tribu de los bosquimanos, los de la Santa Hermandad del Berberecho localizan gracias al estudio minucioso del número pi unos decimales que, en realidad, no son sino las coordenadas terrestres en que se producirá el nacimiento de el Elegido. Después de presentar sus respetos a los bosquimanos, los cinco cofrades parten hacia su destino: Alcorcón.

Los tres de la Santa Trinidad, mientras tanto, descansan de sus andanzas comiendo unas pizzas. En el momento en que un jovial pizzero planta una cuatro quesos delante de Fu Man Do, el bregado semiólogo no puede reprimir un gesto de asombro: el queso fundido tiene la forma exacta de la península Ibérica y una congregación inusual de orégano en el centro peninsular quesero no deja lugar a dudas: el advenimiento del Elegido tendrá lugar o en Vallecas o en Alcorcón.

En las afueras de Madrid, esa misma tarde, llega al planeta el Elegido. Viste el vellocino de oro que tanto trajo de cabeza a los argonautas, lleva en un dedo el anillo que Frodo creía haber destruido en la Tierra Media y calza unas sandalias aladas regalo de su tío-abuelo Mercurio. Como es la hora de la merienda, se prepara unas rebanadas de pan con kriptonita. Acabada la merienda, nota que flojea: ¿problemas de tránsito intestinal? ¡No! Poco sospecha incauto que se halla bajo la influencia de las ondas alfa que emite el perverso quinteto de la Santa Hermandad del Berberecho, so capa de cantar canciones gospel en el tren de cercanías que les acerca al lugar L el día D a la hora H. Algunos desprevenidos incluso les echan monedas. El caso es que el Elegido pierde todas sus energías y desfallece.

Cuando los cinco llegan al cuerpo moribundo, lo rodean y entonan un “Aserejé” para rematarlo, canción que esconde, en realidad, una fuerza destructora equivalente a la bomba de hidrógeno. Pero a punto de que suceda el fatal desenlace, hace su llegada providencial la Santa Trinidad de los Protectores del Elegido. Van en el globo de un vociferante Willy Fogg, a quien mantienen atado de pies y manos. A Picaporte no han tenido necesidad de atarlo: ha declarado la dictadura del proletariado y nada lo une ya a su antiguo opresor.

Cuando toman tierra, no hay tiempo que perder: Bar Ba Mec, protegido por unos tapones de cera comprados a las mismísimas sirenas, cerca de la isla de Circe, se dirige espada en ristre a sus enemigos ancestrales. Estos arrecian sus cantos destructivos y cambian a la desesperada del “Aserejé” a un medley de Georgie Dann, pero cuando quieren dar cuenta sus cabezas se han separado de sus cuerpos. A Tur Baa Mult’a, que está en fase depresiva, le da por llorar. Fu Man Do, que no se ha percatado del rápido desenlace del entuerto, sigue interpretando los augurios de la batalla en un par de desventuradas lagartijas evisceradas. Picaporte da zapatazos a la cabeza de un quejoso Willy Fogg.

Bar Ba Mec, hijo de Kar Ka Mal, marido de Kas Ki Vana, impone el Amuleto del Santo Mejillón al Elegido, quien revive como por ensalmo. El Elegido mira a su alrededor, contempla la hermosura del extrarradio de Alcorcón y echa a andar a redimir el Universo, que falta le hace.

[Jan de Moor se doctoró en la Britney Spears University y es profesor de la Boston Harbour University. Sus estudios en parapsicología, fenomenología y hermenéutica son un referente mundial. La semana que viene, la columna volverá a escribirla su usuario habitual, González Castro.]

1 comentario:

R.P.M. dijo...

Qué bueno. Lo de los nombres tiene su gracia y en el fondo, un retrato de Madrid y alrededores. ¿Tierra mágica? Ya sólo le falta eso esta temporada. Empiezo a entender que lo de la liga de fútbol ha sido cosa del del vellocino. ¿Cómo se puede explicar si no es así? Hasta otra.