sábado, 23 de junio de 2007

La noche de las puertas del hombre.

Por Rufino Pérez.

Había llegado para ella el tiempo de la ausencia. Sabía que pasarían muchas, muchas lunas antes de que el amor volviera a entrar en su habitación traído por el viento y el rumor de la noche que oculta bajo su manto el encuentro furtivo.

Era la noche de “las puertas de los hombres”, la noche mas corta del año. Del mismo modo que la diosa Ishtar había bajado a los infiernos para rescatar a su amado Tammuz, y había atravesado siete puertas antes de llegar a verlo siquiera, ella se enfrentaría a la mismísima Ereskigal y atravesaría las siete puertas para traer de tierras lejanas a su hombre y dejarlo a la puerta de su habitación. Que la noche más corta se viera invadida por la presencia impetuosa de su amado, era el deseo que le quemaba por dentro como el mismo fuego del infierno.

Sabía que no era posible. Tiempos de guerra, ejércitos que no respetan los designios de la vida y que no entienden los delicados y sutiles hilados de la pasión habían alejado a su amado apenas después de conocerlo, de saber de su existencia.

Guerreros con sólo las armas y la coraza, los golpes y la sangre. Sólo uno entre todos ellos había sorprendido a su corazón el día en que ella decidió sentarse ceñida con su corona de flores cerca de la puerta del templo de Isthar, en la ciudad de Babilonia. Debía cumplir con el rito sagrado. Cuando el extranjero se paró ante ella, no quiso levantar la vista para mirarle a los ojos. Sin embargo, una mano viril, de tacto delicado, tomó su barbilla para enfrentar su rostro al rostro de quien, en ese momento era el desconocido, el hombre que yacería con ella si arrojaba en su regazo unas monedas y decía:”invoco a la diosa Milita”. Cuando sus ojos se encontraron con los del hombre, el fuego más tierno y dorado comenzó a arder en su corazón. Notó las monedas caer sobre el vestido y apenas oyó el susurro de las palabras invocadoras.

Se entregó a él con pasión nunca antes sentida. Y supo que él no la había escogido por su hermosura sino que, la dura coraza del corazón del guerrero se había roto y a través de la herida se destilaba un hilo de amor.

El rito se había cumplido. Ahora ya nadie la podría seducir ni con todo el oro del mundo. Pero ahora, contrariamente al rito, el extranjero se había quedad en su corazón y ella no quería dejarlo salir. Y él, lejos esta noche, había prometido volver para poder cerrar su herida abierta.

Aceite de mirra, incienso y sándalo mezclados habían untado su cuerpo de mujer desde la nuca hasta los tobillos. Las tres velas de color verde prendían ya con el mismo aroma del aceite. Debía aspirar profundamente la luz verde que éstas desprendían. Y llenó sus pulmones de luz, llenó su cuerpo de verde esperanza. Aspiró sin querer dejar ni un solo hilo de luz verde:

"Oh, Ishtar, tu consuelo busco.
Sé que envias a mí a la persona que me acompañará en mi viaje,
pero mis ojos están ciegos para verla.
En nuestro camino se levanta el polvo de la distancia
y vuelve a cerrarse el corazón.
Oh, Ishtar, enséñame a encender la luz del sendero oculto.
A encontrar la llave que abra la puerta de la emoción compartida.
Oh, Ishtar, ilumíname con tu luz"

Y en aquella noche, el corazón del guerrero volvió en los brazos de la diosa rescatado de la penumbra del ciego campo de batalla y yació junto a su amada para toda la eternidad, porque eterna fue la noche, la noche más corta de año.

1 comentario:

Carla dijo...

Preciós!
No sé si tenies la intenció de començar la setmana de relat fantàstic tu, però t'ha quedat un fantàstic relat fantàstic!!