miércoles, 13 de junio de 2007

Manque pierda

Por Andrés González Castro

La afición del Betis tiene reputación de ser una de las mas fieles a su equipo. El lema "Viva el Betis manque pierda" es toda una declaración de principios: los seguidores creen que es un equipazo pase lo que pase. (Declaración de principios que se contradice con el comportamiento lamentable de parte de los seguidores béticos después del 0-5 que les endosó el Osasuna en la pasada jornada, que no fue precisamente fiel al susodicho lema.) El club más británico de la Liga, el Bilbao, también tiene fama de provocar adhesiones inquebrantables. Otro fenómeno paradigmático de buena sintonía entre equipo y afición es el del Liverpool. La canción "You'll never walk alone" (“nunca caminaréis solos”), una horterada que ahora la leche Puleva ha puesto en un anuncio, y con eso queda todo dicho, la entonan los supporters antes de cada partido para dar alas a los reds. Todos estos comportamientos se sitúan en las antípodas de los que cunden en aficiones cilotímicas y a veces gélidas como la del Barça, una afición en que la crítica destructiva (un seny mal entendido) prevalece sobre el entusiasmo por los colores (rauxa).

En Inglaterra la fidelidad a los colores puede enceguecer a algunos hasta extremos insospechados. En el verano del año 99, en que el apático Anelka fue fichado por el Real Madrid, conocí a un seguidor del Millwall, "the Lions", que llevaba tatuado el escudo del club londinense en el brazo. Las máximas consecuciones de la escuadra han sido algo así como ser séptimos en un campeonato de liga y contar entre sus filas unos años con Teddy Sheringham (que jugó en el todopoderoso Manchester United). Yo pensaba que la extravagancia de aquel tipejo, un amable gentleman cuya capacidad para el eructo sonoro era de récord Guiness, sería compartida con la simpatía a otros colores de algún otro equipo de la Premier, porque hacía ya tiempo que el Millwall no levantaba cabeza y militaba en el equivalente inglés a la segunda B. Pero él me dijo que no: que era del Millwall y de la selección inglesa. Le obligué a que me lo repitiese porque mi deplorable nivel de inglés conspiraba con mi incredulidad. Pero se ve que su abuelo había jugado en el club londinense y que eso lo explicaba todo.

También por estos pagos existen estas aves raras. Sin ir más lejos, un antiguo compañero de trabajo es del Sabadell. En su infancia, reino de inocencia, era del Barça. Pero le pareció que los azulgranas tenían demasiados seguidores, que el hombre masa, el hombre alienado se hacía barcelonista (o madridista o de alguno de estos equipos que ganan con frecuencia) cuando no sabía qué hacer con su vida y, ya en su juventud, se pasó al Espanyol. No contento con su ejercicio de transfuguismo, y en el periodo de gloria del equipo de la Nova Creu Alta –admite que cuando los arlequinados gustaban las mieles de Primera–, se sacó el carné de socio del Sabadell y hoy es muy feliz viendo perder a su equipo cada quince días. Creo que la esperanza para los románticos del fútbol no está perdida mientras sigan existiendo personas como él. O como Xavi y Albert, dos chicos premianenses que invadieron el campo del Premià cuando el equipo logró mantenerse en segunda B (pese a que descendió en la siguiente campaña).

Esta loa a la fidelidad a los colores debe ser atemperada con una consideración: que el extremo tenebroso de la afición más o menos entusiasta es el fanatismo. Una reciente investigación de una universidad inglesa explica en qué consiste y uno de los datos curiosos es que no va necesariamente ligada a los buenos resultados del equipo: la hinchada más fanática es la del Sheffield United, un equipo del que, francamente, no tengo muchas referencias. Ser fanático se traduce en pensar en el equipo propio entre 40 y 100 veces diarias; los del Sheffield Utd, con menos de 110 no se conforman.

Yo, por mi parte, intento ser del que pierde. Recuerdo con nostalgia aquellos días en los que el Real Madrid era un caos y en Europa lo vapuleaba el París Saint Germain (PSG). No sé cuándo fueron aquellos días gloriosos, hace ya mucho tiempo. Quizás solo pasó una vez, o dos, no lo recuerdo. Pero la reconstrucción imaginaria de los hechos es esta: Benito Floro entrena al Real Madrid y Luis Fernández al PSG. Juegan en París. Primero marcan los merengues, pero luego el PSG les humilla y perfora la meta blanca hasta el punto que uno se apiada de Míchel y compañía. La “quinta del Buitre” maquilla el marcador, pero la derrota es palmaria y vergonzante. En mi imaginación la historia se eterniza como una marcha por el fango, se repite indefinidamente, cuatro, cinco, quizás seis años seguidos. Veo los rostros del fracaso en la zaga blanca, Chendo y Sanchís, que parecen unos principiantes. Hugo Sánchez fracasa en sus aproximaciones al área. Y entonces, presa de un rapto de inspiración, voy a una tienda y encargo la zamarra blanca. Y yo, que había deseado con Goytisolo lanzarme en plancha el sexto gol a los capitalinos, me saco el carné del Real Madrid. Manque pierda.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Lo entiendo, yo me hice del Espanyol para llevar la contraria a la masa culé que me rodeaba. Luego me di cuenta de que en realidad no me gustaba el fútbol, y me hice del Joventut para seguir llevando la contraria: suelo creer que por definición la mayoría anda casi siempre equivocada. Más tarde me percaté de que en realidad no me gustaba el deporte en general - con la excepción de ciertos deportes no olímpicos, jeje.

R.P.M. dijo...

Si os hace falta un equipo emblema, os recomiendo al Zaragoza. Trae jugadores, los lanza a la fama -paraguayos de antaño, Villas y Gabismilito de ahora- los revende en la temporada siguiente y se gana una pasta para recomenzar otra vez. Se queda siempre a media tabla -con honrosas excepciones- y nos tiene contentos-decontentos. Todo se resuelve en la pura contradicción de la vida. Aúpa Zaragoza.

Anónimo dijo...

No fotis! Ets del Madrid? A mi com a màxim m'agrada sempre que guanyin els petits, però d'aqui a fer-se del Madrid... Mira si n'hi ha per triar! ;)