Stefan Zweig, Momentos estelares de la humanidad. Editorial Juventud, 255 páginas / Editorial Acantilado, 312 páginas.
Probablemente sea este el libro más conocido del autor austríaco, así que no me entretendré demasiado en explicar su argumento, pues además éste ya se presupone fácilmente con sólo leer el título. Para quienes ya conozcan a Zweig, no diré nada nuevo, en cuanto a todos los demás, si son amantes de la historia y de la buena literatura, por favor, sigan leyendo.
El volumen lo componen catorce “miniaturas históricas” - tal y como han dado en llamarlas-, catorce breves y apasionados acercamientos tan literarios como históricos, a otro tantos momentos de la historia de occidente. Breves momentos, instantes decisivos de nuestra historia que tanta falta hace recordar en estos tiempos de ignorancia y de errores repetidos. En algunos casos son eventos habitualmente olvidados o relegados en las cronologías de los grandes nombres, en otros, se trata de grandes sucesos recogidos en mil libros de historia pero abordados por Zweig desde una perspectiva única y original, más cercana, más humana, más literaria.
Desde su peculiar y personalísimo punto de vista – manifestado en la elección misma de los catorce momentos -, al escritor vienés le interesan más bien poco los detalles de las circunstancias históricas – lo cual, entiéndase bien, no es obstáculo para que se capten en toda su esencia y aroma los matices del contexto -, y es que Zweig, como muy bien puede leerse en Tres maestros (sus geniales estudios sobre Dickens, Balzac y Dostoievsky), se sumerge directa y hondamente en la emoción y el pensamiento de las grandes – y no tan grandes - figuras históricas. Profundiza en ellas con una sentida emoción, nos hace partícipes de sus pasiones, sus anhelos y sus ansias prácticamente como si estuviéramos allí, con ellos, en la habitación de Hâendel escribiendo El mesías, escuchando a Cicerón en sus tribulaciones, o acompañando a Núñez de Vaca hacia el Atlántico, o resistiendo en las murallas de Bizancio, o acompañando al obediente Grouchy mientras provoca, sin querer, la caída de Napoleón. Al finalizar la lectura de estas "miniaturas" uno tiene, contradictoriamente, la sensación de haber asistido de primera mano a algo muy grande.
Y es que la prosa de Zwaig es pura pasión, de carácter torrencial y – no se me ocurre otro adjetivo – arrebatado. Te atrapa, te seduce y te conduce en una ebullición constante hasta lo más hondo del carácter de sus personajes. Es una voz de gran intensidad narrativa y emocional, temperamental e impaciente, caracterizada por recursos como la acumulación de verbos y acciones a la manera casi cervantina, el hábil manejo de los tiempos verbales y las elipsis narrativas, la solemnidad en la adjetivación de los grandes momentos históricos abordados, el respeto y la comprensión de las pulsiones y pasiones que movieron y empujaron a sus legendarios actores, todo ello narrado con rigor, con vehemencia, con el justo detalle y la exacta valoración.
Apenas dos gestos y un par de adjetivos le bastan al genial narrador para trazar un retrato completo del perfil psicológico de sus protagonistas, apenas un par de trazos para crear los sutiles matices del ambiente. No necesita largas descripciones ni detalladas exposiciones del contexto para recrear el momento histórico, le basta con unas pocas pinceladas para pasar rápidamente a desbordar su narración en un torrente de emoción que sumerge al lector en la apasionada psicología de sus - nuestros - héroes. Y digo nuestros porque después de leer Momentos Estelares uno los siente mucho más cerca. Está más cerca del epiléptico Dostoivsky, del desesperado Tolstoi, del perseverante Cyrus Field. Uno puede haber leído muchos libros de historia y muchas biografías, pero Zweig sólo necesita unas pocas miniaturas para hacerlos muchos más cercanos, muchos más vivos, mucho más intensos.
Sólo un narrador tan entusiasta sería capaz de comprender con tanta profundidad y de transmitir con tanto fervor las hazañas de unos héroes igualmente impetuosos. La simetría entre las ambiciones y anhelos geniales de éstos y el entusiasmo histórico y literario de Zweig tal vez explique esa capacidad de aproximarnos humanamente a esos personajes. Gracias a su impetuosa prosa – perdón por el ripio – y a su fino bisturí psicológico, descubrimos que más allá de las circunstancias socioeconómicas de un momento histórico, lo que realmente mueve las lentas pero inexorables ruedas del Tiempo y la Humanidad son la voluntad y la pasión de unos pocos grandes hombres (y mujeres, claro) y, cómo no, la casualidad.
Posdata: ayer mismo, 4 de Junio de 2007, leo que en Polonia, ese país tan mal tratado por el pasado y tan mal gobernado en el presente, han retirado de los planes de lectura en secundaria a autores como Kafka, Dostoievsky, Goethe, Conrad o Musil (enlace aquí) para sustituirlos por autores nacionales y católicos. Me parece terrible y escalofriante, por supuesto. Pero aún me parece mucho más terrible, por la parte que me toca y nos toca, que en este absurdo país en que vivimos esos autores ya no es que no se lean, es que sería impensable que se leyeran o siquiera se citaran en nuestros planes de estudios de secundaria. No sé si es peor la prohibición directa de los neofascistas polacos o esta disimulada ignorancia española que como un cáncer corroe la educación de nuestros jóvenes. Y yo recomendando un libro de Zweig, ¡bendita candidez!
2 comentarios:
Magnífica recomendación. Y la coletilla final, desde luego que acierta. Qué tiempos aquellos en los que al menos, aunque fuese en el último tema, te hacían estudiar un poco de Dostoievsky y otros autores rusos. Tengo que decir que al menos Kafka se salva porque está incluido como libro de lectura en alguno de los manuales actuales. Pero bueno, excepción al canto.
Siendo tal proscripción atroz, lo importante es que los libros estén a disposición de los lectores. Es una broma recurrente esa de que se adelantaría mucho en formación literaria si se prohibiera la lectura, pues el interés por lo prohibido sería el acicate de nuevos lectores. Todos sabemos de primera mano que a menudo las lecturas obligatorias generan hastío entre los lectores secundarios (a menos que uno opte por la pseudoliteratura con la que las editoriales de títulos juveniles nos obsequian). En suma: que todos nosotros hemos leído a autores que no entraban en los planes de estudio (tampoco yo tuve nunca que leer a Kafka o a Dostoyevski) y, pese a esa conjura, hemos llegado a leer a autores grandes. ¡Y qué grandes!
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