viernes, 20 de julio de 2007

Arte tarado es arte tasado

Por Iván Sánchez Moreno

Rembrandt era estrábico. Tras analizar 24 óleos y 12 grabados donde el pintor se retrató a sí mismo mirándose en el espejo, los especialistas confirmaron visualmente un ligero estrabismo en 35 obras del total.
El estrabismo divergente suele surgir durante la primera infancia por un mal desarrollo de los músculos que alinean los ojos. En el caso de Rembrandt es evidente que su ojo derecho se tuerce hacia un lado cuando el izquierdo mira de frente. En cambio, en los demás cuadros y grabados de Rembrandt, los retratados muestran los dos ojos perfectamente alineados.
Para un dibujante, este diagnóstico no reviste inconveniente alguno. Si bien a priori puede ser un lastre para apreciar mejor la tridimensionalidad de una superficie plana, lo cierto es que es habitual en las academias de arte que los profesores aconsejen a sus alumnos que guiñen un ojo para percibir más fielmente los detalles y las proporciones de la porción de realidad que pretenden dibujar. Pero Rembrandt, seguramente, se guiaba únicamente por un ojo, anulando inconscientemente la distorsión formal que veía con los dos.
Esto es lo que se desprende de un estudio aparecido en el New England Journal of Medicine de septiembre del 2004. Además del citado Rembrandt, se descubren otros nombres de estrábicos famosos del mundo del arte: Picasso, Chagall, Man Ray, Calder, Hopper, De Kooning, Klimt y un largo etcétera. Ahora bien, estrábicos o no, ¿cambia la valoración de su obra? ¿Afecta para bien (o para mal) la calidad de su arte? ¿Se convierte el diagnóstico en un valor añadido para coleccionistas y mercaderes del arte? ¿Les resta talento?
No. Al menos, no necesariamente. Es una curiosidad más, y punto. Margaret Livingstone, la catedrática de neurobiología de la Universidad de Harvard que ha invertido su tiempo y una pasta gansa en este estudio revolucionario, ha podido por fin ver colmado su esfuerzo con la publicación de sus hallazgos. Pero para el caso es lo mismo. Afirmar que Rembrandt era estrábico es, para el escaso relieve que supone en su obra, tan esencial como determinar si pintaba sacando la punta de la lengua o si tenía atrofiado un huevo.
Aunque viendo –y admirando– uno de sus (a)preciados autorretratos en el Museo de Bellas Artes de Boston, le dan a uno ganas de pedir subvenciones a destajo para dilucidar si Rembrandt gustaba de portar su elegante boina ladeada a un lado o hacia el otro. Ahí está el quid del arte, sin duda, y no en esas zarandajas metafísicas tan propias de estetas y aburridos de la vida.

1 comentario:

R.P.M. dijo...

Se me había pasado este texto.Y no es por nada, pero es una de las buenas lecciones de arte. Cuántas páginas se llenan de chorradas y qué poco interesan las personas de verdad. Tienes toda la razón.