viernes, 27 de julio de 2007

Noche nupcial en luna de sombras

Por Iván Sánchez Moreno

“Era aún casi una niña cuando pintaron su retrato. Lo pintó un artista envidioso del que iba a ser su esposo, que trató de seducirla mientras posó para él. Dolido por su obstinado rechazo, acabó el cuadro tres días antes de colgarse de una viga en su atellier, con una nota de suicidio en el bolsillo que hablaba de celos y amor traicionado, de pena infinita y odio eterno y blablablá, todas esas cosas que escribían y escriben los malos poetas de peor perder.”

“El duelo de veras vino pronto, apenas dos meses más tarde de la entrega del cuadro. Ella cayó enferma y sin cura. El marqués d´Avignon, nuestro tío abuelo, vivió su luto con torturado afán. Según dejó escrito en su diario, vendió su alma al diablo a cambio de poseerla aunque sólo fuese por una noche, al no ver jamás consumado su amor por la virginal damisela. Y así parece que pasó aquella fatídica madrugada, según cuenta la vieja leyenda de nuestra familia.”

“La víspera de su muerte, el marqués d´Avignon preparó su aposento como si fuera una suite nupcial. Por doquier repartió velas, mandó colgar caras sedas del baldaquín de su camastro y abrió de la ventana de par en par de tal modo que los rayos de la luna bañaran de luz el rostro de la bella pintada en el cuadro. Ésa iba a ser la más íntima velada de los dos amantes, aunque fuera, para ella, a post mortem.”

“Nadie se explica cómo al alba amaneció él tumbado en su cama, con una prominente erección inviolable, desnudo de cuerpo presente y alma ausente, sin una sola gota de sangre viva por dentro y un rictus fantasmal de gloria y terror fijado en su rostro para siempre. Murió de gozo y pavor, dictaminó el galeno, y apenas eyaculó su vida entera se derramó consigo, paralizando su corazón, disolviendo su médula y quemando sus ojos como si acabara de ver para sí las mismísimas llamas del infierno. Sólo esa mirada inmortal de quien iba a ser nuestra hermosa tía abuela fue la única testamentaria de la muerte del marqués d´Avignon.”

“Y yo, querido primo, tras la quiebra de la empresa textil D´Avignon y la defunción del penúltimo pariente con su apellido, he heredado su (hoy por hoy, escasa) fortuna y sus (pocos) bienes materiales. Entre ellos, el cuadro de la bella amante que nunca fue... en vida”.

“Esta noche pretendo imitar los pasos de nuestro insigne tío abuelo. Llámame idiota o crédulo si quieres, querido primo, aunque antes de juzgarme debieras primero ver ese precioso rostro que parece mirarme eterno desde el lienzo que cuelga frente a mí. En su inocente candor halla uno un hipnótico nosequé que me subyuga. Poseído por ese mirar penetrante, que en otros inspira la más tierna compasión, me he visto aullar a la luna en sueños, y dejarme acariciar desnudo en mi cama creyendo ser montado por ella, la joven amante del cuadro.”

“Hace dos noche me desperté ante el lienzo, derrochando con la mano mi simiente a sus pies. Obsesionado por ciertas lecturas arcanas que convendría haber evitado, acudí a un espiritista de sangre noble y de inteligencia divina. Calibró que mi alma ya estaba condenada desde el momento que firmaba la aceptación de la antigua herencia d´Avignon, con sus maleficencias y embrujos implícitos en un documento legal. Mi alma, pues, pertenecía por entero al diablo como una deuda impagada; igual que la de nuestro tío...”

“Sin más alternativa que la del fuego eterno, he decidido esta noche invocar a la dama del cuadro. Vaticinan luna llena, y he mandado colgar bellos encajes de seda en el cuarto del marqués d´Avignon.”

“Ya te contaré, querido primo, cuál fue mi gozo o mi decepción”.

Así termina la última de las siete cartas que mi primo José Ogilvy d´Avignon me envió a lo largo del verano. La suya fue una estúpida muerte, igual que el funeral –sin boatos ni ceremonias– que precedió su incineración. La llama de una vela inocente prendió un volante de seda, y el dormitorio pronto fue el infierno que tanto citaba en sus cartas. Pudo haber escapado del fuego saltando por la ventana, apenas a tres metros de altura del jardín. Pero nadie sabe por qué extraña razón su cuerpo carbonizado apareció con las muñecas atadas al cabezal de la vieja cama que perteneciera a nuestro aristócrata antepasado. Por increíble que parezca, tan sólo el cuadro maldito sobrevivió al incendio. La cara angélica de la bella amante cuyo amor carnal nunca fue consumado resta todavía inmaculado y joven.

En su revés, sin embargo, hallé (al descolgarlo para embalarlo junto a los viejos muebles que hoy yo he heredado) un doble cuadro. Detrás del lienzo se intuye la extraña silueta de una sombra deforme, quizá humana o tal vez una simple mancha negruzca de humedad, un inmóvil cultivo de hongos que el tiempo olvidó allí o puede que un errático ensayo impresionista de aquel pintor suicida, un brochazo mal acabado o una probatura improvisada. Sea como fuere, esa rara mácula en el adverso del cuadro me ha producido una cruda sensación de incomodo que ha comenzado a poseerme con neurótica obcecación. Pese a ocultarlo en un viejo baúl del desván, a veces creo entrever esa escurridiza sombra por el rabillo del ojo, al tiempo que pienso haber oído como un rumor la risilla de una niña que desea dejar de serlo con lasciva malicia.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pasaba por aqui,tras un veraniego parón técnico de internes y....gratísima,no dudada pero si inesperada sorpresa .Sencillamente impresionante Ivan,cuanta pluma escondida en el armario de la critica,que buen resumen de semanas temáticas...me alegro que hayas salido,sin renunciar a tu toque especial, con un artistico orgasmo de tintas.
Gracias,un abrazo

Unknown dijo...

Qué don literario nos tenías escondido, querido compa! Poe+Sade en estado de gracia.

R.P.M. dijo...

Espero que tengas el cuadro bien guardado, y que sólo lo saques en orgías un tanto "locas". El relato tiene la chispa artística y erótica suficientes como para ser enmarcado junto a la foto del cuadro. Buen verano.