viernes, 6 de julio de 2007

Van Gogh está muerto

Por Iván Sánchez Moreno

Van Gogh no siempre fue el genio loco que todo el mundo quiere ver en él. En ocasiones, biógrafos y críticos olvidan que se ganó la fama cuando ya estaba muerto, y no antes. Si en vida difícilmente gozó de respeto, ¿para qué le sirve un talento adjudicado a post mortem? Dejando a un lado su rupturismo con el arte clásico, lo cierto es que al pintor holandés le hizo un flaco favor esa gloria morbosa. En su caso –y en el de muchos otros artistas que arrastran el sambenito de “genios”– se suele tender a cualificar todo cuanto hizo con el mismo beatífico aura que impregna toda su obra. Pero lo cierto es que desde su primer cuadro hubo una constante evolución que le llevó progresivamente a su particular pintura, ésa que le dio el éxito bajo tierra. Para decirlo claro y llano: la obra del Van Gogh primerizo no es igual a la del Van Gogh majareta.

Cabe recordar que el hombre tenía 37 años cuando se pegó el tiro de gracia, y que sólo cuatro años antes había recalado en París, donde produciría el material más significativo de toda su obra. En 1890, poco antes de morir, sería ingresado por tres meses en un sanatorio mental, dato que, sumado a su cantado suicidio, acabaría cimentando grotescamente el mito. Y es en este cortísimo período de tiempo cuando pintaría lo mejor que haya parido nunca su pincel. Todo lo anterior ha quedado relegado a un segundo plano, porque, a pesar de ser de verdad, no se corresponde con la leyenda del Van Gogh más célebre. Sólo durante su estancia en Auvers-sur-Oise, apenas su último mes y medio de vida, acabó aproximadamente 72 cuadros, 33 dibujos y un grabado, más una ristra bien abundante de bocetos y apuntes del natural. Es ésta, dicen, su etapa más prolífica y brillante –algunos expertos tasan que pintó por lo menos un tercio (sin datar ni acreditar) del conjunto total de su obra pictórica–.

Al menos una treintena de estos trabajos se muestra hasta mediados de septiembre en el Museo Thyssen de Madrid. Casi todo son paisajes retorcidos y alucinados de un tipo que tiene muy meditado que, si no vende nada ahora, para qué seguir en este mundo, si su vida como pintor carece de sentido alguno. Quién le iba a decir a este pobre loco que una bala contendría la respuesta definitiva de su gloria perdida. Tuvo que teñir con sangre sus lienzos para ganarse una plaza en el olimpo de los maestros. Es el ojo sádico el que se acaba imponiendo en la valoración de Van Gogh, y no una sensibilidad pura basada únicamente en la cualidad de su obra per se.

Un arte regido por criterios tan crueles y violentos debería castigarse con la indiferencia, y no aderezarse con el bombo y platillo que hace del artista maldito un ejemplo venerable. Si Van Gogh fue un genio por enloquecer hasta descerrajarse un tiro, el arte surgido de tal dolor es sobre todo detestable. Y luego, si sobran agallas, si el público se ve capaz de seguir mirando un cuadro suyo después de superar esta barrera moral, entonces, y sólo entonces, vale la pena calibrar el genio de Van Gogh. Sin embargo, esto supondría considerar que la mayor parte del público no carece de escrúpulos... ¿o sí?

2 comentarios:

R.P.M. dijo...

Es verdad que muchos genios o artistas geniales lo son llevados por el aura del suicidio, lo cual hace que su obra renazca desde una óptica distinta. Larra tal vez no habría pasado de ser un tibio reformista a través de sus artículos si, a la luz del suicidio, no apareciera como el ejemplo romántico de la desesperación.
Sin embargo, yo creo que la obra de arte te ha de llegar por el conducto que sea y desde la óptica que sea sin premeditarlo ni dejarse llevar por el bombo de la crítica o los comentarios precedentes. Pero nunca estaremos seguros de que nuestra visión esté exenta de esos influjos. Por lo tanto, sigamos contemplando arte, porque así cada vez seremos más nosotros mismos los propios críticos.

Unknown dijo...

Creo que observar una obra a través de la historia personal del autor, peca de un profundo error: prejuicio. Un critico de arte porta un bagaje cultural que le hace un observador (en el caso de la pintura) perverso. Dispondrá de las herramientas necesarias para disecar la obra y hacer su crítica de la misma, sin necesidad de conocer al autor.
Yo no soy una observadora perversa, y para mi el interés por Van Gogh surgió hace poco. Tampoco he contemplado sus pinturas en museos. Solo a través de Internet o libros. Muchas de ellas me han impactado, abrumado, emocionado o hecho vibrar, elevando el espíritu (un choque me impactaría y si muriera también me elevaría el espíritu, situación extrema a la que obviamente no me estoy refiriendo), cuando eso sucede considero que estoy frente a una excelente obra, porque hubo transferencia energética, y se movilizaron otros sentidos, no solo el ocular, y la mente participa. A veces siento placer en la contemplación y otras que algo me hiere. Eso hasta ahora no me había sucedido con ningún otro pintor. Me produce fascinación su uso del color, en muchas de sus obras, la luminosidad que transfiere.
Sobre su vida diré que pienso, por lo que he leído, que fue un hombre ingenuo que interactuó con una sociedad (como todas) de hombres malignos. El fue como un niño que pensó y actúo con franqueza, sin alevosía, y se topó con prejuicios permanentemente, fue un hombre directo, muy perceptivo, no solo respecto a la naturaleza sino también de la intención del otro. Lo positivo lo transfirió a su espléndida obra, lo negativo daño su cuerpo y su alma, llevándole a la muerte. Posiblemente su espíritu este entre nosotros encarnado en otro hombre. ¡Busquémosle!
Maru
26 setiembre, 2007