G.K. Chesterton es uno de aquellos narradores del que muchos hemos oído hablar pero que muy pocos han leído. Solemos situarles entre las brumas de una época de la que hemos leído a Conrad, a Kipling, a Hardy, a Conan Doyle – con el que tuvo ciertos rasgos en común pero al que superó en incisión, ironía y sentido común -, al peterpanesco Barrie, a Wolf o Mansfield. Para muchos lectores hispanohablantes, Chesterton sería poco más que un nombre entre otros muchos sino hubiera sido por Borges, ferviente admirador y atento lector del británico – y de todo lo legible, pareciera -.
Asociado a lo católico, a lo retrograda y a la derecha por el perverso pensamiento progre – que no progresista – español – el mismo que lleva veinte años empeñado en arruinar la educación secundaria -, Chesterton, que gozó de mucha fama en vida y que fue ampliamente leído – tal vez por su tendencia católica y conservadora – durante los años oscuros, ha sido desterrado al ostracismo de lo pasado de moda durante muchos años. Es ese terreno oscuro en el que yacen olvidados o semienterrados todos esos autores que resultan incómodos para determinado pensamiento correcto que tanto aboba a los cerebros izquierdos de la europa más bienpensante.
A pesar de ese tendencia facilona a declararlo obsoleto, muchos lectores de mi generación aún recuerdan las aventuras y la sabiduría del Padre Brown – ese sagaz Holmes católico, irónico y desconfiado tan típicamente chestertoniano – que la editorial Anaya en su colección Tus Libros se atrevió a publicar a finales de los ochenta o principios de los noventa. Otros muchos leyeron entre carcajadas El hombres que fue jueves o se acercaron con precaución a El hombre eterno o a su curiosa Autobiografía. Muchos descubrimos sus cuentos y novelas algo tarde, y gracias a Borges. En estos últimos años, más editoriales se han atrevido a recuperar del baúl de los libros perdidos otras obras del genial narrador inglés, y así, por ejemplo, la editorial Valdemar nos ha regalado magníficas ediciones de bolsillo de El hombre que sabía demasiado, del quinceyniano El arte del asesinato o del cervantino El regreso de Don Quijote; el padre Brown vuelve de la mano de Castalia y de Edaf, y también Acantilado se suma a la reivindicación del gran narrador inglés.
Chesterton, que murió cuando aquí empezaba aquel nuevo acto de la eterna matanza ibérica – eso que hoy llamamos Guerra Civil -, fue siempre un novelista sui generis. Maestro de la descripción, narrador de raíz dickensiana, Chesterton es un sagaz observador de lugares, ambientes y personas, que luego traslada a sus relatos y novelas con puestas en escena de una plasticidad asombrosa. Las tramas, las situaciones, los personajes, los lugares, todo está transido de un fino, inteligente, a veces aristocrático, humor inglés desde el que se aborda, con peculiar filosofía, una original visión del mundo que nos permite vislumbrar aquella otra parte de las cosas que sólo la literatura, la buena literatura, puede – en ocasiones – revelarnos. No en vano fue amigo, y a menudo enemigo, de otro gran fustigador literario, George Bernard Shaw.
Hoy no se cumple ningún centenario de su nacimiento ni de su muerte. La fecha de este martes no coincide, que yo sepa, con ninguna fecha importante de su vida, pero, ¿acaso es eso necesario para hablar de alguien? Al fin y al cabo, es de Chesterton la famosa sentencia que reza: “el periodismo consiste principalmente en decir “muere Lord Jones” a gente que no tenía ni idea de que Lord Jones estuviera vivo”. Pues eso, murió Chesterton, el gran fabulador que a veces parece querer huir de su inherente condición de narrador, que incluso cuando moralizaba en serio no dejaba de ser un cuentista. Como dijo Borges, “hubiera podido ser un Edgar Allan Poe o un Kafka, pero prefirió ser Chesterton”.
2 comentarios:
Jejejeje, veig que ara entres directament a la crítica literària. Tinc una idea: podries fer crítiques a la carta. Jo et demano, mmmm, a veure... a veure... John Steinbeck o el E.M Forster.
Apa, fins després.
Bueno, no es que Chesterton haya sido de lo más leído, pero te doy la razón en tus comentarios. Uno a veces, se para a pensar sólo cuando lee algo. Y en este caso, me has hecho recordar y pensar. Gracias.
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