Por Iván Sánchez Moreno
Las redes tecnológicas tienen el poder de transformar al usuario en su mediación. Pero no siempre lo que convence es el hábito, sino el resultado económico del proceso. En arte pasa otro tanto, como puso de manifiesto el fin de la pintura paisajista tras el creciente aumento de ventas de cámaras fotográficas a mediados del siglo XIX.
Las redes tecnológicas tienen el poder de transformar al usuario en su mediación. Pero no siempre lo que convence es el hábito, sino el resultado económico del proceso. En arte pasa otro tanto, como puso de manifiesto el fin de la pintura paisajista tras el creciente aumento de ventas de cámaras fotográficas a mediados del siglo XIX.
Amy Youngs, avispada artista californiana del `68, lleva años tratando de establecer vías de comunicación entre individuos y culturas mediante el arte. Suyos son algunos trabajos de peso como un sonado artículo sobre el arte genético en la obra de Leonardo da Vinci y sendas investigaciones sobre la influencia de los medios tecnológicos y el concepto del yo. Pero la que quizá sea su creación más alocada es la que presentó en colaboración con el entomólogo Richard Mankin, experto en la detección de plagas. Amy Youngs pretendía con esta obra hacer comunicable el mundo íntimo de... las lombrices de tierra.
Intraterrestrial Soundings se llama el invento y consiste en una instalación sonora que amplía considerablemente todos los movimientos de una comunidad de gusanos. Encerrados en un habitáculo de grandes dimensiones, las lombrices y cochinillas de tierra comen, duermen, juegan y reciclan sus propias cacas mientras una batería de micrófonos internos en serie y una cámara de infrarrojos registra toda su vida privada. Asimismo, esa información visuo-acústica se reproduce amplificada en la misma sala donde se ubica la caja de los gusanos.
Para dar más intimidad a la experiencia, la artista ha acondicionado dicha sala con luces tenues o casi en penumbra, disponiendo además una gran pantalla en el techo donde se proyectan las imágenes “en directo” que va grabando la microcámara de infrarrojos. Al mismo tiempo, el sonido va brotando de los altavoces afelpados que sobresalen de una chaise longue, de iguales proporciones y formas que la caja de las lombrices. El espectador puede –si lo desea– estirarse sobre el acolchado asiento y sentir en su propio cuerpo las vibraciones de estos inquietos (e inquietantes) insectos. Total, una divertida e inteligentísima virguería con la que el público se vuelve gusano por unos instantes.
Además, si lo prefieren, los visitantes pueden traer consigo su propio pote de heces o un tupper-ware con deshechos de comida para alimentar a estos famélicos gusanitos y, de paso, oírles disfrutar in situ del festín. Y ahí es a dónde vamos. Porque para valorar la obra de Youngs se puede recurrir a argumentos de toda clase, pero el de mayor peso tal vez sea de tipo práctico. El de Youngs es un “arte útil” porque, superado el asco inicial, educa al espectador sobre la bondad y necesidad de criar gusanos en casa.
Sin embargo, el verdadero efecto de redención y tolerancia para con las lombrices de tierra no la obtuvo Youngs con su notable experimento, sino por los costes de esa depuradora doméstica que pronto comercializarían con un frondoso éxito lucrativo. Después de recuperarse de este shock estético, el asistente medio seguía pensando que las lombrices eran unos bichos repugnantes que debían ser exterminados a pisotones. Pero, por el contrario, todos querían llevarse a casa uno de esos recipientes adaptado a un formato más compacto para cultivar abono fértil para el jardín. La obra de Youngs, por desgracia, se acabó entendiendo como un anuncio de compresores naturales para basuras orgánicas. En su caso, el arte fue pasto para gusanos.
2 comentarios:
Hablo completamente en serio,no sé si serán los efectos secundarios de la gripe,que me han solidarizado con los bichos...pero has conseguido apasionarme con unos!GUSANOS!.Eso es arte,arrastrao pero arte.Me quito el sombrero,despues de mirar si alguno se ha quedado colgao.
Pd)¿Dónde puede probarse el invento?...lo apuntaré en mi lista de deberes kármicos.
Si los animales supieran para qué son utilizados, yo creo que pedirían copyright. La estética es claramente una cuestión de óptica, y se pueden hacer cosas bonitas con gusanos.
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