Por Iván Sánchez Moreno
Ionat Zurr y Oron Catts coincidieron hace siete años en la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard, disfrutando de una beca de investigación en el Laboratorio de Ingeniería de Tejidos y Fabricación de Órganos. Su incursión en el mundo del arte, sin embargo, vino de la mano de la escultura y eso que llaman a veces arte orgánico.
Como grupo artístico, a Zurr y a Catts se les conoce como TCA, o Tissue Culture Art. Utilizan la tecnología de los tejidos celulares como genuino medio de expresión artística. Mediante la manipulación de colonias bacteriales y otros organismos microscópicos pretenden provocar debate acerca del consumo y la instrumentalización de la(s) vida(s). Su discurso estético bebe de las mismas fuentes que otros artistas que acuñaron el concepto de la Nueva Carne (David Cronenberg, Joel-Peter Witkin, H.R.Giger) y los críticos posmodernos que se posicionaron contra la invasión tecnocrática del mundo capitalista.
El dúo TCA usa las técnicas de ingeniería que se suelen desarrollar en la fabricación de piezas protésicas para el cuerpo humano. Su “materia prima” está compuesta fundamentalmente por –no se asusten– cultivos de células cancerosas modificadas y aptas para su consumo alimenticio. Para dar forma a sus semi-seres crean moldes con polímeros biodegradables donde pueda crecer el injerto celular adoptando una morfología concreta. En estos cuerpos “artificiales” se les puede administrar los nutrientes apropiados para su crecimiento, una temperatura adecuada y las mejores condiciones de esterilidad que permitan al organismo mantenerse vivo. A estos moldes los denominan “biorreactores”.
A lo largo de sus investigaciones filosofico-artísticas, los TCA han probado toda suerte de mezclas imposibles entre células humanas y animales. La idea es, por un lado, denunciar las tibias fronteras antropocéntricas que han separado a los seres vivos según su gradación de inteligencia superior y, por el otro, reivindicar la quiebra de todo límite arbitrario (incluido estos, tan metafísicos) mediante la hibridación de organismos y máquinas. El Superser ideal, a fin de cuentas, no es ni un compendio absoluto de razas ni una quimérica criatura con los poderes de un dios –estilo “Akira” o “Tetsuo”, por ejemplo–.
La propuesta de TCA va más allá. Zurr y Catts abogan por sensibilizar más las aplicaciones tecnológicas sobre organismos vivos, atacando precisamente esa imagen de la explotación científica para distanciarse cada vez más de la corporeidad física real. El científico, obcecado por violentar algo así como un alma biológica –llámenle ADN, circuitería neuronal o probabilidad tumoral–, reduce al género humano a la mera central de datos químico-estadísticos. Es fácil entonces caer en la trampa de “no ver” víctima alguna cuanto más lejos se está del sujeto explorado/explotado. Piensen que, en la retórica periodística actual, las guerras ya no producen muertos, sino “daños colaterales”...
Los TCA comenzaron experimentando con células prenatales de oveja, luego siguieron con ratones y han acabado poniendo en tela de juicio los tabúes gastronómicos y culturales dando a comer en ferias de arte crujientes ancas de ranas y sapos transgénicos sin que gourmet alguno notara la diferencia. Lo más sorprendente engendrado por las mentes de TCA ha sido una locura frankensteiniana de ínfulas ecologistas. Preocupados por el abuso al que se someten a los animales de granja antes de ser sacrificados para su despiece comercial, los TCA indagaron una alternativa que permitiera comer carne sin matar al animal. Permitiéndole al embrión regenerarse de nuevo sin haber crecido del todo, se le sustrae vía biopsia la porción de información génica que se desea re-crear en poco tiempo. Vamos, un filete in vitro en su punto.
Su último proyecto trae por título Victimless Leather (o cuero sin víctimas). Los TCA –activistas, concienciados y polémicos– diseñaron una chaqueta en miniatura a partir de células de un tejido vivo similar al cuero. Esta obra abría nuevas posibilidades al pret-a-porter para evitar la muerte del animal para el aprovechamiento exclusivo de su piel. Pero surgieron los problemas. El primero de todos es que surgía del experimento una minichaqueta sin costuras, hecho de una sola pieza, al configurarse sobre un única matriz de polímero biodegradable. El otro inconveniente es que la chaquetilla sólo podía sobrevivir dentro de un biorreactor creado ex profeso, y por tanto su comercialidad y aplicación fuera del laboratorio resultaba inviable. La colleja más dolorosa la constataron los propios integrantes del TCA, pues reconocían haber empleado en la alimentación de estos tejidos algunos ingredientes de origen animal que eran imprescindibles para la supervivencia de los cultivos.
El arte no ha impedido a lo largo de estos siglos que el hombre sea un lobo para el hombre y un parásito para el mundo. Ni la tecnología tampoco, o peor. La moraleja de este cuento de artistas con bata que cambiaron probetas por pinceles no es muy halagüeña. Ay, si el mundo es un infierno, lo contrario es una utopía.
Ionat Zurr y Oron Catts coincidieron hace siete años en la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard, disfrutando de una beca de investigación en el Laboratorio de Ingeniería de Tejidos y Fabricación de Órganos. Su incursión en el mundo del arte, sin embargo, vino de la mano de la escultura y eso que llaman a veces arte orgánico.
Como grupo artístico, a Zurr y a Catts se les conoce como TCA, o Tissue Culture Art. Utilizan la tecnología de los tejidos celulares como genuino medio de expresión artística. Mediante la manipulación de colonias bacteriales y otros organismos microscópicos pretenden provocar debate acerca del consumo y la instrumentalización de la(s) vida(s). Su discurso estético bebe de las mismas fuentes que otros artistas que acuñaron el concepto de la Nueva Carne (David Cronenberg, Joel-Peter Witkin, H.R.Giger) y los críticos posmodernos que se posicionaron contra la invasión tecnocrática del mundo capitalista.
El dúo TCA usa las técnicas de ingeniería que se suelen desarrollar en la fabricación de piezas protésicas para el cuerpo humano. Su “materia prima” está compuesta fundamentalmente por –no se asusten– cultivos de células cancerosas modificadas y aptas para su consumo alimenticio. Para dar forma a sus semi-seres crean moldes con polímeros biodegradables donde pueda crecer el injerto celular adoptando una morfología concreta. En estos cuerpos “artificiales” se les puede administrar los nutrientes apropiados para su crecimiento, una temperatura adecuada y las mejores condiciones de esterilidad que permitan al organismo mantenerse vivo. A estos moldes los denominan “biorreactores”.
A lo largo de sus investigaciones filosofico-artísticas, los TCA han probado toda suerte de mezclas imposibles entre células humanas y animales. La idea es, por un lado, denunciar las tibias fronteras antropocéntricas que han separado a los seres vivos según su gradación de inteligencia superior y, por el otro, reivindicar la quiebra de todo límite arbitrario (incluido estos, tan metafísicos) mediante la hibridación de organismos y máquinas. El Superser ideal, a fin de cuentas, no es ni un compendio absoluto de razas ni una quimérica criatura con los poderes de un dios –estilo “Akira” o “Tetsuo”, por ejemplo–.
La propuesta de TCA va más allá. Zurr y Catts abogan por sensibilizar más las aplicaciones tecnológicas sobre organismos vivos, atacando precisamente esa imagen de la explotación científica para distanciarse cada vez más de la corporeidad física real. El científico, obcecado por violentar algo así como un alma biológica –llámenle ADN, circuitería neuronal o probabilidad tumoral–, reduce al género humano a la mera central de datos químico-estadísticos. Es fácil entonces caer en la trampa de “no ver” víctima alguna cuanto más lejos se está del sujeto explorado/explotado. Piensen que, en la retórica periodística actual, las guerras ya no producen muertos, sino “daños colaterales”...
Los TCA comenzaron experimentando con células prenatales de oveja, luego siguieron con ratones y han acabado poniendo en tela de juicio los tabúes gastronómicos y culturales dando a comer en ferias de arte crujientes ancas de ranas y sapos transgénicos sin que gourmet alguno notara la diferencia. Lo más sorprendente engendrado por las mentes de TCA ha sido una locura frankensteiniana de ínfulas ecologistas. Preocupados por el abuso al que se someten a los animales de granja antes de ser sacrificados para su despiece comercial, los TCA indagaron una alternativa que permitiera comer carne sin matar al animal. Permitiéndole al embrión regenerarse de nuevo sin haber crecido del todo, se le sustrae vía biopsia la porción de información génica que se desea re-crear en poco tiempo. Vamos, un filete in vitro en su punto.
Su último proyecto trae por título Victimless Leather (o cuero sin víctimas). Los TCA –activistas, concienciados y polémicos– diseñaron una chaqueta en miniatura a partir de células de un tejido vivo similar al cuero. Esta obra abría nuevas posibilidades al pret-a-porter para evitar la muerte del animal para el aprovechamiento exclusivo de su piel. Pero surgieron los problemas. El primero de todos es que surgía del experimento una minichaqueta sin costuras, hecho de una sola pieza, al configurarse sobre un única matriz de polímero biodegradable. El otro inconveniente es que la chaquetilla sólo podía sobrevivir dentro de un biorreactor creado ex profeso, y por tanto su comercialidad y aplicación fuera del laboratorio resultaba inviable. La colleja más dolorosa la constataron los propios integrantes del TCA, pues reconocían haber empleado en la alimentación de estos tejidos algunos ingredientes de origen animal que eran imprescindibles para la supervivencia de los cultivos.
El arte no ha impedido a lo largo de estos siglos que el hombre sea un lobo para el hombre y un parásito para el mundo. Ni la tecnología tampoco, o peor. La moraleja de este cuento de artistas con bata que cambiaron probetas por pinceles no es muy halagüeña. Ay, si el mundo es un infierno, lo contrario es una utopía.
1 comentario:
Uf!!!,reconozco, que tu articulo,de bueno...escalofriante,me deja sedienta de sangre,la próxima matanza,en mi pueblo adoptivo,la veré en vivo y en directo(lo dijo con los dedos cruzados)como si fuera una peli del Tarantino...mentia cuando decia,que del cerdo me gustan hasta los pensamientos.
Me largo de puente a coserme el alma,por si es biodegradable el animalito.
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