Por Carlos Rull
“Miré por una cerradura,
sí miré, qué digo, miré,
para salir de la duda miré,
detrás de unas cortiunas,
yo soy el Individuo”
Nicanor Parra.
sí miré, qué digo, miré,
para salir de la duda miré,
detrás de unas cortiunas,
yo soy el Individuo”
Nicanor Parra.
En el principio – cuando aún nadie se había percatado de nada –, debió de tratarse de una carencia, una ausencia, un sentido de no pertenencia que, agudizado por una involuntaria – aunque buscada – soledad, acabó por convertirse en un vacío que ningún vivo podía llenar. Tardamos mucho – sin duda, demasiado – en darnos cuenta de que algo estaba ocurriendo, de que ese vacío lo estaba llenando - ¿o tal debería decir vaciando? - algo que no éramos nosotros, algo que no era de aquí. La transformación había empezado hacía ya mucho cuando el primero de nosotros nos lo hizo notar en una conversación de sobremesa de domingo, de manera casi casual y no sin cierta mofa.
- ¿Os habéis dado cuenta de que últimamente X está raro?
Ciertamente, todos nos habíamos dado cuenta. Sólo que nadie se había dado cuenta de que se había dado cuenta.
Recuerdo vagamente que a partir de entonces me dediqué a observarle con detenimiento. Físicamente no parecía haberse producido en él cambio alguno, sólo un aspecto algo más descuidado de lo normal, un cierto abandono físico que se percibía en su aspecto general pero que no se concretaba en un detalle específico. Bueno, tal vez la mirada; pero nadie quería pensar en eso.
Luego llegaron las pistas evidentes de que el proceso estaba ya muy avanzado. Cuando quisimos reaccionar ya era tarde, y él empezó a desaparecer. Primero fueron las ausencias en cenas, reuniones, salidas y paseos. Luego las llamadas sin respuesta, la puerta que raramente se abría. El abandono físico inicial pronto fue evidente para todos, y degeneró con velocidad en un deterioro físico que le hacía casi transparente, translúcido, prácticamente invisible. Su voz, que antes era centro y origen de tantas charlas y chistes, no pasaba de ser, cuando de manera cada vez más ocasional se dejaba oír, un susurro casi inaudible, un siseo lejano, un rasgueo de cuerdas gastadas.
La desaparición de verdad empezó a los pocos días y supimos que ya nada podíamos hacer. La transparencia era ya evidente y lo primero que dejamos de ver fue su mano izquierda. Pronto necesito bastón para caminar y supimos que su pierna derecha estaba en avanzado estado de transparencia. Cuando conseguíamos verle, tratábamos de alegrarlo con nuestras monerías y chistes, pero ya rara vez sonreía. Finalmente, tuvo que empezar a vestir gabardina y sombrero para ocultar su ya casi total inexistencia.
Cuando desapareció por completo, sólo encontramos unos calzoncillos y una camiseta de tirantes sobre la silla de su habitación. En la pantalla de su ordenador se podía leer:” Yo era el individuo”.
Voy a ir acabando: mi ya única mano se me agarrota sobre el teclado, y estoy tan cansado...
1 comentario:
No te me vayas ni te hagas transparente. Tienes mucho trabajo y no has empezado siquiera a hacerlo. Además de todo eso, escribes muy bien. Nos vemos.
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