viernes, 2 de noviembre de 2007

Esclavos libres

Por Iván Sánchez Moreno

Somos un conjunto de datos vaciados en una red de redes, y a la par que productores in/voluntarios de información, también ávidos reproductores de señales a través de cualquiera de los actos que realizamos (y que no realizamos) a lo largo del día. En definitiva, no somos tan libres como creíamos ni actuamos en consonancia según nuestra propia conciencia pura.
Ese es el objetivo a combatir por el colectivo Knowbotic Research, un compendio de artistas y profes del Instituto de Ingeniería de Sistemas, el Instituto Federal Suizo de Tecnologías y el Departamento de Medios y Artes del Antonomous System Lab. Denuncian los círculos de influencia y soberanía que legitiman sistemas de control a los que el sujeto civil no tiene acceso. La lógica interna de estos sistemas de represión silenciosa no siempre responden a un orden establecido, sino que en buena medida dependen de un ente global e imprevisible llamado cultura. El problema –según señalan los integrantes del Knowbotic Research– es el espacio público. O, mejor dicho, la indefinición del término.
Con su proyecto Naked Bandit / Here; No Here / White Sovereign pretenden hacer reflexionar sobre la constante transformación de las condiciones abstractas que confieren poder a las políticas sociales y que tienen su proyección inmediata en la vida pública. Su interés parte del ambiguo sentimiento de libertad que provoca el uso masivo de las tecnologías de información virtual –móviles, internet, TV por satélite, GPS, etc–: por un lado, el individuo se siente dueño y señor de un espacio invisible y, por el otro, se establece una reconstrucción sin límites de las lógicas del espacio y del poder públicos.
El experimento artístico de Knowbotic Research es un ejemplo cojonudo de este dilema entre quién controla qué. Imaginen un zeppelín de helio previamente programado que flota en una amplia sala. El engendro en cuestión se va guiando ciegamente a través de los patrones de orientación y navegación que le han sido definidos a priori. Sin embargo, para complicar el asunto, se ha dispuesto libremente un buen puñado de globos aeroestáticos por toda la sala, de tal modo que, al chocar contra alguno de ellos, el zeppelín corrige su marcha en base a una reintroducción del nuevo obstáculo en la lógica de su trayecto. También los movimientos del visitante pueden interferir en el curso de esta máquina de vuelo autónomo, que entenderá su presencia física como una amenaza y/o un blanco contra el que chocar. A fin de cuentas, será sólo “un daño colateral”, un objetivo no deseado que se interpuso en un camino dado.
Cualquier gesto al azar captado por ese zeppelín loco –caminar hacia él, huir en sentido opuesto, quedarse quieto y rascarse el culo– podrá ser interpretado “a su manera” por el soberano del sitio. Reaccionar (o no reaccionar) dependerá exclusivamente de la posición desde la que se dirija el zeppelín. La libertad del sujeto, pues, estará enmarcada en los límites difusos que permita el control de ese espacio público... sean cuales sean. Hablamos de arte, pero podríamos estar hablando de “El extranjero” de Camus o de la velada realidad que hay en la calle. Aterrador, ¿verdad?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aterrador,SI,lo susurro bajito,por respeto a los que duermen sueños de libertad y por evitar "daños colaterales"...me gusta ser objetivo deseado je,je.