Por Iván Sánchez Moreno
Si pudiera hablar, escuálido, enfermo y paralizado por el miedo, atado en un rincón de la galería el día de la inauguración de la muestra, entre gemidos de escamoteada compasión, diría: “Yo sólo soy un perro. Nada más que un perro. No soy arte, ni un panfleto, ni una excusa para nada”. Y mientras los asistentes le mirasen a los ojos libando sus copas de champán, con una estudiada pose nov y sin saber qué decir ni qué pensar, verían pasar por allí al artista de aquella obra conceptual y le espetarían: “Guillermo, esto tiene una profundidad malsana. Pero es tan excitante… Eres un genio”. Y, ah, Guillermo Habacuc Vargas volvería a sentir bajo los pantalones una erección de placer ante esas elogiosas palabras. El perrillo, no obstante, moriría esa misma noche.
Guillermo Habacuc Vargas, un día antes, encargó a unos niños de la calle que cazaran vivo a un chucho callejero. Casi arrastrándolo con una cuerda que le estrechaba el cuello, los chiquillos le trajeron aquel animalillo enjuto y enfermo, que no paraba de temblar sin comprender nada. Habacuc le puso el nombre de Natividad.
Natividad Canda fue un nativo nicaragüense al que castigaron cruelmente en el taller de Cartago donde laboraba. Natividad murió amarrado a la pared, sin poder defenderse del ataque de dos rottweiller azuzados por su amo inmisericorde. Habacuc Vargas pretendía homenajear el recuerdo de Natividad repitiendo la experiencia ligeramente y traslocando los papeles.
El 16 de agosto del año 2007, Habacuc Vargas ató en un rincón de la galería Códice de Managua al perro de la calle –rebautizado para la ocasión con el nombre de Natividad–, justo enfrente de un cartel que rezaba “Eres lo que lees” escrito en el muro con comida para perros, de tal manera que el perro pudiera verlo sin poder acercarse. Apesadumbrado por la indiferencia de todo el mundo, salivando sin freno sintiendo retorcerse de hambre y dolor las tripas en su vientre, el perro flaco murió durmiendo, seco también por las lágrimas que nadie pareció verle llorar.
Ante la denuncia por haber dejado morir al perro al rehusar alimentarlo, Habacuc se defendió en la prensa con estas palabra: “Lo importante para mí no era si el animal moría o no, era la hipocresía de la gente: un animal así se convierte en foco de atención cuando lo pongo en un lugar blanco donde la gente va a ver arte, pero no cuando está en la calle muerto de hambre. Igual pasó con Natividad, la gente sólo se sensibilizó con él hasta que se lo comieron los perros”, declaró en La Nación antes de añadir: “Nadie llegó a liberar al perro ni le dio comida o llamó a la policía. Nadie hizo nada”.
Nadie hizo nada. Ése es el mayor mal de la propuesta de Habacuc. Y sin embargo…
Sin embargo, pagar en la sociedad con máximas de talibán y el lema del “ojo por ojo”, aunque sea en forma de arte, es como pintar con bonitos colores una silla eléctrica antes de una ejecución para frivolizar sobre el crimen, delegando en otros el compromiso y la responsabilidad del acto cometido. Matar un perro no es arte ni en un espacio artístico ni en el más mísero callejón. Matar un perro es sólo eso. Ni siquiera es noticia por hacerlo en una galería, Habacuc. Es noticia porque, pese a todo, tú estás impune. Esa es la verdadera desgracia que te condena a ti, que condena el respeto por el Natividad real y que arremete, por extensión, con la repulsa pública contra el gobierno de Costa Rica, sumándose a las inquinas que despierta también la vecina continental Venezuela a este lado del Atlántico.
Porque –dígase fuerte y claro– Habacuc Vargas acudirá como representante oficial de su país en la próxima Bienal Centroamericana de Arte que se celebrará en Honduras el año que viene. Ojalá se atreva con algo mejor que un perruzo de la calle, como un paramilitar desangrado por una mina antipersona, un narcotraficante con síndrome de abstinencia o una puta para turistas atada con esposas a una cama para goce y deleite de todos los visitantes. Pero eso tampoco sería arte, Habacuc. Me temo que tu propuesta no provoca sino lástima. No por su cobarde osadía, sino por lo reaccionario y conservador. La única diferencia entre un cazador que ahorca a su galgo viejo de un árbol y tú es que el primero lo hace a cinco centímetros del suelo, para que el animal muera sufriendo, y tú lo haces de hambre, para salpicarte de gloria efímera. La inmunidad que te protege en lo artístico debería producir la vergüenza ajena pero, ¿sabes?, eso es algo secundario. Un daño colateral. Quien dio la orden de capturar al bicho fuiste tú. Fuiste tú. Fuiste tú, Habacuc, y no los presentes que, según decías, se negaron a liberar al perro.
En algunos foros de internet se comenta que hubo gente que no tuvo escrúpulos en arrancar trozos de aquellas letras de la pared –“Eres lo que lees”– para dar de comer al perro. Pero esa iconoclasia no se realizó al fin porque tú no quisiste. Asume, pues, las consecuencias. Muérete ahora tú: desnúdate en mitad de la plaza, átate una correa al cuello y ancla el extremo a dos metros bajo tierra; vive a la intemperie por dos o tres semanas y perece bajo la lluvia una fría noche de invierno. Sólo entonces serás un genio… o un loco. De ti depende enmendar la muerte de Natividad. De Natividad Canda, sobre cuya tumba te has meado como lo haría un perro vagabundo por puro miedo antes de morir.
Se ha levantado una fuerte polémica en torno a tu obra, Habacuc. Quieren tu cabeza a cambio de millones de firmas. La mía consta en esa lista, y quien quiera puede añadir la suya en http://www.petitiononline.com/13031953/petition.html y http://www.care2.com/c2c/share/detail/514625. De todas maneras, creo que ya es tarde para que Costa Rica corrija el craso error de escogerte como portavoz de su arte patrio. Esa herida va a quedar muy mal cicatrizada en futuras Bienales y exposiciones internacionales de arte, pues van a acabar declinando invitar a tu país para no desprestigiar el evento. También ahí el mal ha sido irreparable.
Con tristeza y rabia me despido, esperando no volver a saber de ti nunca más.
I. Sánchez
P.D.
A tu favor sólo voy a preguntar por qué existen en la red tantas imágenes del acto artístico –primeros planos del perro, generales de la sala, etc. (en YouTube, MySpace y demás)–. Los fotógrafos ¿se escudaron también en la neutralidad del informante y aparcaron a un lado su pretendido humanismo? Usar la cámara como si fuese un lienzo o una vulgar performance no es un acto inocente. Ni el arte sirve para nada ni se tolera tampoco su opuesto extremo, que sirva para cualquier cosa. Y la muerte no es bella, nunca lo ha sido.
Y, si lo es, por favor, Habacuc, borda la obra maestra más antigua de la Humanidad: suicídate.
3 comentarios:
Se m'ha remogut l'estómac, quin fill de la gran puta! Ganes de plorar i d'arrancar els collons a aquest psicòpata. Fill de puta. Fill de puta. Gràcies, Ivan, per la teva grandíssima sensibilitat i per posar veu al dolor: veure que algú diu les coses pel seu nom dóna un mínim d'esperança davant de tarats mentals com aquest. En la teva carta pots posar la meva signatura al costat de la teva.
Repeteixo: gràcies per demostrar que el dolor gratuït no és art, és pura i puta malícia. Gràcies.
La fabricada indignación en masa o como culpar al que tenemos en frente: dos palabras sobre el caso Habacuc y su perro “Natividad”
Vamos a hablar clarito: Guillermo “Habacuc” Vargas recogió a ese perro de la calle, es decir, de tu sociedad. Vas todos los días caminando y ves millones de perros en iguales o peores condiciones y no se nos mueve un pelo.
Solo cuando un caso toma “notoriedad”, cuando se hace real mediante los medios o Internet (seguro que todos saben que el perro se llama Natividad y ya conocen su color de pelambre por las fotitos del blog) parece importarle a la gente.
En cambio cuando esta clase de escenas se nos presenta en un escenario más grande y que es propiedad de todos, que es el de la calle de todos los días, nos agarra una enorme tolerancia: el anonimato es una buena excusa para dejarnos vencer por la apatía o el cinismo. “Que le vamos a hacer ¿no?, así son las cosas”
Ahora bien, cuando sabemos que uno de esos perros se llama “Natividad”, cuando el que perpetró la supuesta tortura del animal tiene apellido, cuando cambiamos el escenario de la calle a uno privado como es una exposición artística donde no podés ocultar tu vista en ningún lado, nos alarmamos, nos indignamos, firmamos petitorios, condenamos al arte, etc etc.
¿No será que ahora se nos presenta la oportunidad perfecta para levantar el dedo y acusar y, de paso, lavarnos un poco la culpa firmando un petitorio por Internet que, dicho sea de paso, no tenemos la mínima certeza de que llegue a ningún lado?
Hoy me tomé 20 minutos para averiguar qué pasó con “Natividad”: hay varias campanas y no se sabe a ciencia cierta si lo alimentaban o no, si se escapó al tercer día de la exposición o si murió en el primero, no se sabe si lo tenían todo el día encadenado o solo las 3 horas que duraba su exposición”
Lo que sí se sabe con certeza implacable es que:
-Se movilizaron cientos de blogs y petitorios (711257 firmas, y sigue) para condenar a Habacuc.
-Se está haciendo hasta lo imposible para que no participe con otras de sus obras (no la del perro) en bienales internacionales.
-Se está gestionando todo lo posible para hacer una denuncia de peso.
No voy a entrar a juzgar si dicha obra es arte o no, es una cuestión compleja, lo que sí voy a señalar es cierta clase de hipocresía que existe en la sociedad.
Parece ser que hay un morbo “aceptado” y que está frente nuestras narices: al parecer no hacemos tanto quilombo por los miles de chicos menores de 10 años drogados y hechos una piltrafa que mendigan en las estaciones de tren, ¿no?
Al parecer hay un morbo “recreativo”: vemos con gusto películas del tipo “El juego del miedo 1, 2, 3, 4” y “Hostel” y hasta “La pasión de Cristo” y ni hablar de perdernos un capitulo de “Cuestión de peso” donde, gracias un régimen de expulsión semanal, vemos cómo los partipantes mediante presión psicológica y alimenticia, pierden cientos de quilos en una alocada carrera de apenas semanas.
Y hay un morbo “censurable” y careta, como el que le tocó en suerte a Habacuc. “¡Vamos, súbanse al tren de la acusación rápida y facilista, total ganamos seguro, si somos una bocha!”
Hoy mientras caminaba por la calle, miré a uno de esos perritos y venciendo un poco la repulsión que me provocan estos animales (soy un fóbico de posibles microbios) le ofrecí un alfajor, le di una palmadita en la cabeza.
Quizá no sea mucho, pero al menos si una obra artística me generó 60 minutos de reflexión y una acción concreta (nada de mails casi impersonales), tal vez valga la pena no apurar juicios tan a la ligera.
Angel Donaire
Estoy de acuerdo en que no hay que torturar a ninguna forma de vida en nombre del arte. Pero tambien es cierto que todo este revuelo no es mas que una estafa mediatica. Hay RAZONES DE PESO para afirmar que el perrito ni murio ni se lo mato de hambre. He publicado una reciente nota en mi blog tratando de aclarar todo este asunto. Por favor, si les interesa descubrir la verdad, dense una vuelta.
www.existeunangel.blogspot.com
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