viernes, 7 de diciembre de 2007

Tiestos de geranios en la Torre de Babel

Por Iván Sánchez Moreno

La Torre de Babel existió. No la bíblica, de la que hay dudas, sino una “nueva” Torre de Babel decimonónica que pretendía albergar no sólo casi todas las lenguas del mundo, sino sobretodo la mayor cantidad de flores y plantas del planeta Tierra, por entonces aún en proceso de conquista colonial.

El arquitecto Joseph Paxton, especialista en invernaderos, recibió el encargo de construir el edificio más monumental posible sin reparar en gastos, con la intención de contener la Exposición Universal de Londres de 1851... lo que equivalía a un total de 17000 stands, 6 millones de visitantes y un perímetro que sumara 4 basílicas de San Pedro de Roma y 7 catedrales como la de San Pablo de Londres. O lo que es lo mismo: 563 metros de largo, 124 de ancho y 33 de alto, más o menos.

Para erigir el Palacio de Cristal en medio de Hyde Park no invirtieron más de diez meses –del 30 de julio de 1850 al 1 de mayo del año siguiente–, respetando sine qua non unos viejos olmos que habían crecido en el terreno y que, de hecho, se usaron como referente de medida ecológica. Al jardín botánico interior se le añadieron pájaros de todo tipo cuando se reemplazó –se desmontó y se volvió a reconstruir, literalmente– tres años más tarde en Sydenham, aumentando todavía más sus colosales dimensiones y reinaugurado para la “educación de las grandes masas del pueblo y el ennoblecimiento del disfrute de sus momentos de esparcimiento”. En fin, cultura: una añorada alternativa al fútbol.

Al parque de hierro y aluminio se accedía desde una estación terminal a la que regularmente iba a descargar gente a cascoporro el ferrocarril que venía de Brighton. Uno de sus mejores atractivos era el efecto catártico que ofrecía su tejado, milimétricamente enrejado de tal modo que los rayos de sol bañaban todo el espacio con una luz sobrenatural. Era un lugar de recogimiento y libertad a la vez, donde el paseante perdía la noción de su propio cuerpo inmerso en un mar de nuevas sensaciones de clima, olores, colores y sonidos. Si caía alguna fruta madura de los árboles, la paleta de sentidos quedaba al completo.

El Crystal Palace tuvo sin embargo un final horrible: se quemó por entero en 1936, quizá debido a un escape de vapor del imbricado sistema de calefacción repartido por todo el macroinvernadero –27 calderas, miles de lienzos hidrotérmicos que regulaban la temperatura del interior y juegos de cristales curvados para mantener el calor que se destilaba de la luz del sol–.

Muchos proyectos han imitado o tratado de superar la obra de Paxton, con desigual éxito. John Claudius Loudon aplicó sus conocimientos de ingeniería y jardinería a una casa de palmeras en Yorkshire, siguiendo el modelo de cúpula romana al estilo del Panteón; el palacio Laeken de Bruselas, construido en 1875, acabó pareciéndose más a una jaula gigantesca para el monstruo Godzilla que a un invernadero; y el último delirante intento por crear un ecosistema artificial, el Biosfera II, de finales del siglo pasado, tiene toda la pinta de una base de astronautas en Marte, y no tanto el aspecto de una microciudad experimental en mitad de Oracle (Arizona). Estas modernas Torres de Babel han conseguido lo que en otros tiempos pretendió el hombre: trascender los límites de la naturaleza misma y arrebatarle a los dioses el poder de autorregular la vida. Pero, ¿a qué precio?, ¿a cambio de qué?

Del colosalismo y el aislamiento; o sea, pagando con el pecado de la soberbia y la penitencia del ermitaño. La utopía no resulta más halagüeña que colgarle macetas a la Torre...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Puestos a elegir humanos entretenimientos ajedrecísticos y visto lo visto...no esta mal el hacer jaque al rey,con macro puzzles de flores y plantitas,aunque los jodidos pecados capitales,incluso provinciales,te distraigan y se te queme la comida.
Además je,je...cuenta la leyenda,que el soleado ,empezó la partida inmobiliaria.