En aquel momento, las nubes amenazaban desde el otro lado de los cristales. Sus ojos grises, a veces negros, dejaban caer unas lágrimas extrañas. Era la lluvia, dentro y fuera.
Aunque, también el fuego, que hacía arder los cuatro troncos dispuestos en perfecta pira de ofrenda divina, quemaba. Y quemaba más el fuego, que desde dentro de la garganta, convertía cada gemido, cada balbuceo, en una difícil melodía amorosa.
Frente a frente. Solos. En una adormecida emoción que nos convertía en extraños.
Era la primera vez.
1 comentario:
Preciós i dolç, com sempre.
Gràcies per fer-me esbossar un somriure!
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