miércoles, 13 de febrero de 2008

La misma savia, la misma pasta.

Por José G. Obrero.

Justificar las atrocidades que el ser humano ha cometido en el pasado es sencillo: basta con decir que la mentalidad de la época era otra. De esta manera, disculpamos de un plumazo la conquista de América y las masacres que conllevaron, la esclavitud y si me apuran, los fascismos del pasado siglo. Sin embargo, y por fortuna, hay personajes que vienen a destrozar argumentos construidos con materiales tan débiles. Uno de ellos es Michel de Montaigne . El padre del ensayo, recogió en algo más de mil páginas, sus opiniones acerca de las cuestiones que le preocupaban, y que, por lo general, coinciden con las mismas que puede preocuparle a cualquier ser humano en la actualidad...Y lo mejor de todo es comprobar como Michel, Señor de Montaigne, viene unas veces a ampliarnos el prisma, otras a completarnos, otras a alumbrarnos, siempre guiado por su extraordinario sentido común y su apertura de miras.

No me detendré a hablar de su biografía que podéis encontrar sin problemas, pero me gustaría destacar algunos datos: vivió en el siglo XVI, en una Francia inmersa en conflictos religiosos siendo él de origen judío. Fue juez en Burdeos, su ciudad, una posición que podía haber utilizado como trampolín para desempeñar puestos de mayor prestigio y poder, sin embargo, este hombre que trasluce sencillez en sus escritos, prefirió retirarse a su castillo a escribir, sin pensar que tendría más público que su círculo cercano, lo que él entendía que eran eso: ensayos, pruebas, bocetos, ideas a medio construir.

Los ensayos de Montaigne nos proporcionan el privilegio de viajar en el tiempo para conversar con un amigo del 1500, y comprobar cuánto podemos aprender. Al igual que sentimos que nuestras miserias y grandezas están retratadas en las obras de Shakespeare, Montaigne nos devuelve nuestra propia imagen, nos hace ver que el ser humano, a pesar de las diferencias que nos separan por razones de sexo, edad, cultura o educación, tiene poderosas raíces comunes. Porque Montaigne, más allá de su erudición era un hombre ocupado en pensar por si mismo sin dejarse influir por las circunstancias, modas o ideas ajenas. “Nos esforzamos en llenar la memoria y dejamos vacío el entendimiento” dice en uno de sus escritos, “sabemos decir: así dice Cicerón. Mas y nosotros, ¿qué decimos? ¿Qué opinamos? ¿Qué hacemos?” Cambiad Cicerón, personalidad de talla indiscutible, por cualquiera de nuestros charlatanes y agoreros actuales y comprobaremos, utilizando una frase de los telediarios, que está de “rabiosa actualidad”.

Montaigne además, no se dedica únicamente a hablarnos a nosotros, al mismo tiempo, es el receptor de las opiniones de hombres que vivieron muchos siglos antes que él. En sus ensayos se apoya en filósofos romanos y griegos, en Virgilio, Horacio, Catulo, para articular su exposición. De alguna manera se convierte en el intermediario entre nosotros y los hombres que le precedieron y que nos son igualmente cercanos, próximos. Toda un lección de identidad, en un tiempo en que a algunos les cuesta pedir perdón por los crímenes cometidos; otros siguen intentando imponer sus valores y creencias a fuerza de despreciar las de los demás y otros, por último , se dedican a manipular la verdad y crear crispación aprovechando la ventaja que les da su púlpito o microfono.
Esperemos que cuando pase el tiempo no sean disculpados por pertenecer a una época anterior, para ello bastará con que se siga leyendo a hombres como Michel de Montaigne.

*Foto de http://www.kaosenlared.net/

1 comentario:

Anónimo dijo...

El problema de los tiempos en el lenguaje, desaparecería si domesticamos la memoria con universales gramáticas. Fantástico el singular en los sustantivos, pero tiene que tener su colectivo plural y los verbos expresar movimiento.
Gracias José vamos leyendo y poniendo bilingües acentos, la primera del alfabeto gira hacia el coràzón.(perdón soy de especial je,je).
Dos( a) de abrazo,voy a rehabilitarme je,je.
Paula.