jueves, 20 de marzo de 2008

La bengala


Por Raquel Casas


Ya no soy una cerilla, le dijo, ni un mechero. ¡Soy una bengala!
Soy una bengala, le repitió él al oído mientras pasaba las fotografías. Se detuvo en una y se la enseñó. Fíjate, dijo, en nuestras fotografías no hay horizontes, sólo caras sonrientes como bengalas. R cogió la polaroid y le dio la vuelta. París, 1993. ¿Qué coño hacía ella en París? ¿Seguro que era París? Sólo se veían rostros, brazos, piernas y botellas.
Voy a quemarlas todas, le anunció él. Ven, subamos a la azotea.
Los dos subieron y miraron el hermoso horizonte de antenas. Después R sacó un mechero con publicidad del bar de enfrente, encendió un cigarrillo y se lo pasó tras darle una larga calada. Con el cigarrillo él encendió una bengala y empezó a agitarla en el cielo antes de quemar la primera fotografía. De noche se vería mejor, dijo R. No importa, me gusta el atardecer, respondió él.
Mientras ardían las primeras fotografías, R cogió una al azar, escribió una frase sobre una gran cara e hizo un avión. Mientras brillaba la segunda bengala, el avión y el mensaje aterrizaron en el asiento delantero de un coche que tenía la ventanilla abierta.

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