miércoles, 19 de marzo de 2008

Celos

Por José G. Obrero.

Un relato jugetón y largo para un dia festivo.

Sólo Dios sabe por qué lleva tantas semanas sin pasar por aquí, sin contestar llamadas ni mensajes. Al principio pensé que podía tratarse de un pequeño retraso causado, no sé, por algún cambio de ruta, un imprevisto en la carretera, pero tantos días ya no es normal. En ocho años nunca había pasado. Intento distraerme, pensar en otra cosa, ojear una revista, fumar un cigarrillo, pero termino sorprendiéndome mirando el reloj, revisando los mensajes del móvil por si llegó alguno por sorpresa, observando el horizonte de esta larga carretera. Ni siquiera se oye el chasquido de una lagartija escondiéndose entre la maleza seca. Me resisto a pensar que ha tenido un accidente, no puedo ni imaginar que algo grave haya podido pasarle, la respiración se me agita, se me seca la garganta y las manos se humedecen de un sudor tan frío como el de un cadáver. Pero entonces…la alternativa no es más halagüeña. Ella se habría ido para siempre, con otro quizás…No, no puedo soportarlo. Cojo una lata de cerveza y la vacío de un trago. Parece que alguien se acerca a lo lejos, y sí, en efecto, pero no es su camión, lo conozco desde kilómetros. Su motor tiene un sonido grave y metálico al mismo tiempo, muy parecido al de algunos saxofones que he escuchado en un bar de la ciudad. Luego, cuando ya distingo la poderosa cabeza blanca de su Peterbilt, deja escapar dos pitidos que preceden a uno más largo inundando todo el paisaje. ¡Eeeeeeeeeeeeeeeeh! Le grito entonces agitando mis manos y saltando hacia la carretera. ¡Esa es mi chica, sí señor! Y ella, con una destreza circense mete a toda prisa el camión en la gasolinera, frena de golpe y salta desde la cabina de la tractora a mis brazos como un animal rabioso. ¡Esa es mi chica! Suele traer el depósito casi vacío porque por esta parte del Este sólo hay una gasolinera, o mejor dicho, había…No, no quiero pensar eso…Sigo. Decía que trae el depósito casi vacío y en las horas que tarda en llenarse nos enzarzamos en una lucha de abrazos, besos, mordiscos y empujones, hasta arrastrarnos a un cuartucho que construí en la trastienda, y hacemos el amor. A menudo varias veces, hasta caer rendidos en un breve sueño, mientras acaricio su melena rubia. Cuando nos reponemos, abrimos dos latas de cerveza y conversamos sobre las anécdotas de las dos últimas semanas, el tiempo que tardamos en vernos. Oye, Yoni, ¿qué piensas hacer con tú vida? ¿piensas quedarte aquí siempre, solo? Solía preguntarme con frecuencia. ¿Por qué no? Lo tengo todo. Tengo un perro, un sitio donde comer, donde dormir, tengo bebida, música, revistas…te tengo a ti, ¡lo tengo todo! Y así era. Puedo estar sin ir a la ciudad hasta que no se me acaba la comida. Los primeros años iba con frecuencia, dos, incluso tres veces por semana. Necesitaba ver gente, escaparates, bares y, sobre todo, chicas. Esa era mi principal motivación. Pero cuando conocí a Linda todo eso se acabó. Tengo en la gasolinera todo lo que la ciudad podía darme y una chica que no puede verse por allí. La conocí hace ocho años. Entro a trabajar en su empresa y le designaron la ruta del Norte y del Este, ¿no es casualidad? Si pensáis que no, os diré que en el Este sólo existe mi gasolinera…Bueno, existía…pero no quiero, me niego a pensar en eso. Y así fue como llegó aquí. La primera vez que la vi bajar de la tractora, con su pelo rubio recogido en una coleta, unos vaqueros desgastados y una camiseta de Motorhead, pensé: ¡uauh, vaya tía buena! No suele normal ver por estas carreteras muchas mujeres conduciendo camiones y menos de este calibre (mujeres digo). Después, cuando comprobé que tenía que llenar el depósito del camión, me dije: Yoni, esta es la tuya, tienes al menos cuatro horas por delante para hablar con esta preciosidad. Y así fue como comenzamos a charlar, primero tímidamente, pero tras la primera hora nos dimos cuenta de que teníamos mucho en común. La invité a un bocadillo y una cerveza, y para cuando se hubo ido quedaba claro que había atracción. Las dos semanas siguientes no hice otra cosa que pensar en ella, escuchaba baladas en la radio y en mi mente aparecía ella sonando el claxon de su camión, bajando lentamente de él y mirándome con ternura. La eché de menos con un dolor intenso que no había conocido antes. Finalmente apareció y ese día tenía claro que no la iba dejar escapar. Con el tiempo me dijo que había pensado lo mismo que yo cuando me vio, y que estaba deseando volver por el Este. Ella pidió a su empresa que le mantuvieran en la ruta del Norte y el Este y así pudimos estar juntos durante estos últimos y felices ocho años.
Llega un coche. Me pide que le ponga mil (¡miserable!) y que le limpie los cristales. Hace un par de meses abrieron una nueva gasolinera a cien kilómetros de aquí y cada vez llega menos gente, y cuando vienen es para estas ridiculeces. Antes tenían que venir expresamente y entonces no les quedaba otra que llenar el depósito o echarle al menos cinco mil. En fin, voy a mear. Pero espera, ese camión que se ve a lo lejos, ¡ese es su Peterbilt! No hay duda. ¡Eeeeeh! Pero cómo, no se para. ¿Por qué? Si no me aparto me mata. Dios mío, por qué. Ni un mensaje, una llamada, una explicación, nada. No lo puedo soportar. ¿Por qué? ¿Por qué has llenado el depósito en otra gasolinera?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Y porqué lo ha hecho?

José García Obrero dijo...

Imagino que estaría cansada de la falta de ambición del muchacho. Después de ocho años la gente quiere "avanzar" en su relación y yo creo que este hombre no está por la labor.