Por Carlos Rull
Me detengo en el semáforo en rojo. Apenas pasan unos segundos y ya somos varios peatones esperando a que el monigote cambie de color y postura. Percibo, y no soy el único, algo extraño en la breve espera. No pasan coches. Miro a derecha e izquierda y veo automóviles parados. Ladeo la cabeza y miro hacia arriba: también tienen su luz en rojo. Es extraño, una de los dos semáforos debería mostrar un color opuesto al otro. Me fijo en los conductores que aguardan pacientemente en sus vehículos, la mayoría entretenidos en la exploración digital de sus fosas nasales. El semáforo para peatones sigue en rojo y tanto en este lado de la acera como en el opuesto el número de transeúntes que aguarda crece exponencialmente. Y los coches siguen sin circular. Pasan varios minutos y en ambos lados de la acera se acumula un masa cada vez más cuantiosa y extrañamente silenciosa. Los conductores detienen el motor de sus vehículos y la matraca de la ciudad parece silenciarse lentamente. Por primera vez escucho, escuchamos el silencio. Por primera vez en mucho tiempo escucho con claridad el trinar de algunos pájaros, el silbar de la brisa, y recuerdo aquel mirlo que me despertaba las mañanas de verano en la casa del pueblo de mis abuelos.
A mi lado, una voz de hombre rompe bruscamente la paz y concluye, con arrogancia, que con toda seguridad se ha producido una avería en el sistema de señalización, así que el tipo decide dar el primer paso para cruzar la calzada. Se detiene antes de dar el segundo: los conductores de los vehículos han hecho sonar sus cláxones con indignación, y alrededor del osado individuo las miradas de los demás peatones rezuman desprecio y reproche. El atrevido incauto gira sobre sí mismo en busca de una mirada o un gesto de comprensión pero sólo halla rostros despectivos y ojos acusadores. Da un paso atrás y se incorpora de nuevo a la masa que aguarda.
El semáforo sigue en rojo.
1 comentario:
La masa sólo reconoce a los héroes cuando éstos tienen la capacidad de arrastrarla tras de sí, de lo contrario, los desprecia. Y el personaje además no tenía madera de héroe. Un abrazote, ciudadano-transeúnte.
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