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“Eolia será arrasada y sólo quedará el viento susurrando nombres olvidados entre las piedras y la herrumbre. Entonces regresarán las aves.” La frase se le ha ocurrido espontáneamente a Perseo mientras conduce su camión hacia el centro de la ciudad. El motor del Pegaso ruge al ascender la cuesta por la que se sale de Eolia. En el mísero apartamento que tienen alquilado en las afueras del barrio, se queda Andrómeda jugando a ser mujer, encadenada al silencio de los mirlos. “Eolia será arrasada”. Perseo tamborilea sobre el volante mientras canturrea la sentencia que, irracionalmente, intuye inapelable. Sin darse cuenta, ya sabe que ha tomado la decisión de marcharse, como las aves.
Enganchado al retrovisor, se balancea un feísimo colgante de latón que recogió de una papelera el día en que conoció a Andrómeda. Representa una cabeza femenina de mirada feroz y serpientes por cabellera. Nadie salvo Perseo soporta viajar viendo mecerse ese horror. Hoy, con un brusco tirón, lo arranca y a punto está de arrojarlo por la ventana cuando ve en la cuneta a una joven bellísima que muestra su mano con el pulgar levantado. En contra de su costumbre, frena bruscamente y detiene su pegaso unos metros más adelante. Mientras espera a que la chica se acerque, contempla de nuevo el medallón: en su odiosa mirada cree distinguir la sima sin fondo de los negros ojos de un murciélago.
Sin darse cuenta, guarda el colgante en un bolsillo de su chaleco cuando la joven se presenta como Helena y le pide que la lleve al centro.
3 comentarios:
Seguimos en plena labor de reescritura, amigo mío. Has enganchado un buen filón. Bonito.
Gran metáfora la del pegaso,de las que hacen mitos je,je ,buen conductor y buen frenazo y eso que, en la cuneta,no hay semáforos ni pa los vampiros.
Vuelve el martes.Un fuerte abrazo.
Paula
Gracias, compis. Las musas pueden traernos las palabras, los dioses tal vez iluminan el camino, pero sólo los amigos alegran el espíritu. Un abrazo. La semana que viene más.
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