Nueve meses esperando, ¿qué me encuentro al final?: un letrero que dice “Silencio”, tres batas verdes una blanca y unos ojos grandes, con una boca grande, sonriente, que parece que me vaya a comer.
¿Y cómo quieren que esté en silencio? Si no exploto a llorar, yo creo que me dejan el culo liso como un folio de tanto golpe. Y lloré. Y desde entonces, parece que todos se alegran cuando te ven llorar. O sea, te dicen que calles y quieren que llores.
Yo me vuelvo a meter en ese otro mundo confortable de donde vine. Y menos mal que mi madre me protegió de aquellos verdiblancos. Yo me quería volver al sitio. Pero no se puede. Te ponen una hormona del crecimiento que te hace diez veces más grande que la puerta y ya no puedes entrar. Te obligan a salir y una vez fuera ya no tienes remedio. Te quedas ahí hasta que te consumes.
Y todas aquellas caricias, aquellos juegos, aquella alegría de los que durante un tiempo tú eras el centro, pasan a ser monedas de cara y cruz; la cara te sonríe, pero tienes que cargar con la cruz.
Ah, y por si fuera poco, hay unos maestros que te enseñan literatura y poesía, pero luego viene un tal Nikkei y tira por tierra toda la imaginación y fantasía que has creado con la palabra.
Así va todo, funcionando por contrarios. Lo bueno es que funciona. Lo malo es que funciona mal. En medio estamos nosotros fundidos a esa moneda de cara y cruz. Ahora, tampoco pretendo ya entrar. Lo que sí hago, es seguir explicando literatura.
¿Y cómo quieren que esté en silencio? Si no exploto a llorar, yo creo que me dejan el culo liso como un folio de tanto golpe. Y lloré. Y desde entonces, parece que todos se alegran cuando te ven llorar. O sea, te dicen que calles y quieren que llores.
Yo me vuelvo a meter en ese otro mundo confortable de donde vine. Y menos mal que mi madre me protegió de aquellos verdiblancos. Yo me quería volver al sitio. Pero no se puede. Te ponen una hormona del crecimiento que te hace diez veces más grande que la puerta y ya no puedes entrar. Te obligan a salir y una vez fuera ya no tienes remedio. Te quedas ahí hasta que te consumes.
Y todas aquellas caricias, aquellos juegos, aquella alegría de los que durante un tiempo tú eras el centro, pasan a ser monedas de cara y cruz; la cara te sonríe, pero tienes que cargar con la cruz.
Ah, y por si fuera poco, hay unos maestros que te enseñan literatura y poesía, pero luego viene un tal Nikkei y tira por tierra toda la imaginación y fantasía que has creado con la palabra.
Así va todo, funcionando por contrarios. Lo bueno es que funciona. Lo malo es que funciona mal. En medio estamos nosotros fundidos a esa moneda de cara y cruz. Ahora, tampoco pretendo ya entrar. Lo que sí hago, es seguir explicando literatura.
1 comentario:
No todo son contradicciones amigo, las mamas también desearíamos volverlos a meter, protegerlos en nuestro interior…por eso tratamos de consolarlos con cuentos, esos que acaban en reencuentros…y volaron perdices je,je.
Un abrazo.paula
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