Una mano inocente entró en la bolsa, removió y sacó un trozo de papel doblado en cuatro. Con parsimonia, lo desplegó y leyó: Inocencio.
La cara del tal Inocencio se puso al punto de fusión porque sabía lo que venía después. La misma mano inocente entró en una bolsa distinta, jugó un poco con los papelitos y sacó otro, doblado también en cuatro. Con similar parsimonia, desplegó el papel y leyó: Cándida. Y esta vez no hubo arrebol sino una mueca de fastidio infinito, como de “ya te vale, creo que lo has hecho adrede”.
El beso tenía que ser “de tornillo”, y a sus diez años, ninguno de los dos tenía idea de bricolaje. Cuando tras las primeras vacilaciones arreboladas, Inocencio acercó los labios a los de ella, Cándida cerró los ojos y pensó que peor lo habían pasado los mártires. Notó el contacto, que fue suave, tembloroso, y queriendo apretar los labios cedió a una misteriosa sensación envuelta en un zumbido..uhhhh…uhhhhh…
Inocencio se dejó guiar por un ancestral designio. Nunca había tenido tan cerca los ojos de Cándida, que, a pesar de estar cerrados. Le miraban directamente al corazón. El mismo zumbido, el que hacían los otros…uhhhhhh …uhhhhhh… y un sabor a caramelo, a fresa, a limón, a miel…
El tiempo cambió de medida en el temblor de los cuerpos y al abrir los ojos, superada la prueba, ambos volvieron a sus puestos.
- Ahora le toca a otros, advirtió la mano inocente.
Y continuó el juego. Y la noche sucedió a la tarde del 27 de diciembre. Al día siguiente jugarían a las inocentadas.
- A ver si queda tiempo para volver a jugar a lo de hoy.
- Ya veremos, no digo que no, pero suéltame la mano. Me tengo que ir.
PD. Para quien le guste celebrar los Santos Inocentes, que pase página y brinde por estos dos chavales. Por aquellos otros –si así fue, porque así nos lo han contado- con un padrenuestro, suficiente. Felices fiestas a todos.
La cara del tal Inocencio se puso al punto de fusión porque sabía lo que venía después. La misma mano inocente entró en una bolsa distinta, jugó un poco con los papelitos y sacó otro, doblado también en cuatro. Con similar parsimonia, desplegó el papel y leyó: Cándida. Y esta vez no hubo arrebol sino una mueca de fastidio infinito, como de “ya te vale, creo que lo has hecho adrede”.
El beso tenía que ser “de tornillo”, y a sus diez años, ninguno de los dos tenía idea de bricolaje. Cuando tras las primeras vacilaciones arreboladas, Inocencio acercó los labios a los de ella, Cándida cerró los ojos y pensó que peor lo habían pasado los mártires. Notó el contacto, que fue suave, tembloroso, y queriendo apretar los labios cedió a una misteriosa sensación envuelta en un zumbido..uhhhh…uhhhhh…
Inocencio se dejó guiar por un ancestral designio. Nunca había tenido tan cerca los ojos de Cándida, que, a pesar de estar cerrados. Le miraban directamente al corazón. El mismo zumbido, el que hacían los otros…uhhhhhh …uhhhhhh… y un sabor a caramelo, a fresa, a limón, a miel…
El tiempo cambió de medida en el temblor de los cuerpos y al abrir los ojos, superada la prueba, ambos volvieron a sus puestos.
- Ahora le toca a otros, advirtió la mano inocente.
Y continuó el juego. Y la noche sucedió a la tarde del 27 de diciembre. Al día siguiente jugarían a las inocentadas.
- A ver si queda tiempo para volver a jugar a lo de hoy.
- Ya veremos, no digo que no, pero suéltame la mano. Me tengo que ir.
PD. Para quien le guste celebrar los Santos Inocentes, que pase página y brinde por estos dos chavales. Por aquellos otros –si así fue, porque así nos lo han contado- con un padrenuestro, suficiente. Felices fiestas a todos.
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